Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos IV y V)
Junto a una fila de sillas de madera viejas, en una transitada calle de la ciudad cercana al castillo, un pizarra con un título escrito en una complicada tipografía caligráfica muy adornada con lazos y remates, mostraba el siguiente texto: “Dr. Alers: mentalogicólogo” y justo debajo: “sala de espera”. Sin embargo, no era un siglo en el que la gente se preocupara mucho del concepto “salud mental”, por eso no había demasiadas personas esperando para ser atendidas. Para ser concretos, el número exacto era de cero unidades de paciente. ¿Para qué iba alguien a buscar una explicación a su tristeza, a su agobio o a su estrés? Como pasaba con la enfermedad, la desigualdad u otras cuestiones sociales, todo volvía a tener una explicación simple gracias a la mística, la magia, la astrología o a que “las cosas funcionan así porque los dioses lo han querido de esta forma, y estás desempeñando el papel que te ha tocado en la tierra”. Todo malestar de la mente se convertía en invisible en el reino, cuanto más invisible mejor. Así, no había que dar explicaciones ni pensar en la marcha del sistema. Era esta la forma en que se conseguía que el engranaje siguiera engrasado y girando como debía. Y no, no es que el viejo Doctor de pelo y bigote blancos, que siempre miraba por encima de sus gafas y anotaba cosas en un montón de papeles, fuera un amante del trabajo al aire libre y por ello ejercía a la vista de los transeúntes, si no que, como es obvio, ningún prestamista le había querido ayudar a financiar su negocio, que tenía más de servicio público que de próspera fuente de ingresos económicos. Es decir, ¿para qué iban a querer exprimir a quien no tenía nada de jugo?
– ¿De qué va esto? ¿Mentagigoló? – Dijo la única señora que a lo largo de aquella tarde se había parado a intentar leer el cartel.
– No parece un tipo muy guapo, ni muy enérgico para ser capaz de quitarme las penas… – Comentó tras una observación rápida. – Además, a mi no me huele a menta – Añadió.
– ¡No!, no se trata de eso, señora. Verá, este es un servicio de ayuda para llegar a lo más profundo de los problemas que nos atormentan en el día a día y proporcionarnos mecanismos para… err… ¡espere! – Contestó el Dr. Alers a la nuca de la señora, que ya se marchaba murmurando que preferiría alguien más joven e ignorándole por completo.
Mientras tanto, justo al lado y en ese mismo momento, una chica de pelo largo, oscuro y con ojos grandes, cuya cara se podía utilizar como fotografía en una enciclopedia para ilustrar la palabra “curiosidad”, acababa de escuchar la breve conversación.
– ¿Dice usted que puede ayudarme con problemas profundos que me atormentan? – Interrumpió la muchacha.
El viejo Doctor la miró, no sin cierto miedo. No sabía en qué momento se había materializado allí esa persona, ni si los asuntos que le preocupaban serían de su competencia. Pero no le daba buena espina.
– Emm, si… Bueno… Depende. Si es algo que esté… den… dentro de tu cabeza y tal… – Balbuceó el Mentalogicólogo como respuesta.
– ¿Dentro de la cabeza, como los sesos?
– No… No me refiero a los sesos. Hablo de las ideas, los pensamientos, las inquietudes.
La joven frunció el ceño y se agarró con enfado la amplia y acampanada falda de un vestido de color verde que le tapaba hasta los pies.
– ¿Cree usted que a las mujeres en esta época de locos…? – Se sentó en la primera silla de la fila de la sala de espera y continuó. – ¿Cree que a nosotras en este reino rancio y patriarcal...? – Aun dudó un poco, miró al cielo, suspiró y movió los labios ensayando su frase definitiva. – ¡¿En serio cree que se nos tiene permitido pensar?!
– Err… supongo que depende de…
– No dudo de sus habilidades, como mentalo… men… men-ta-lo-gi-có-lo-go. ¿Qué será eso? En fin… – Dijo la muchacha después de leer el cartel, no sin tener que entornar los ojos y dedicarle mucho esfuerzo – ¡Pero de nada me serviría tratar mis tormentos mentales si no resolvemos también todo lo que está mal en este mundo y que me los causan!
– Podemos hacer terapia si quieres hablar de ello. – Declaró el Doctor con intención de calmar a la muchacha.
– ¿Teraque? ¿Cobra usted por esto?
– Bueno, la primera consulta es gratuita y ya las siguientes tienen un precio especial de…
– ¡Es que todo está mal! – Interrumpió de nuevo la chica tras levantarse de la silla, enfadada – Por cierto, me llamo Memma.
– Encantado señorita…
– ¡Hay desigualdad por todas partes! ¡La gente solo piensa en sí misma y no tiene empatía, ni solidaridad, ni conciencia! Además, ¡¿Qué problema tenéis en que las mujeres hagamos las mismas cosas que vosotros los hombres?!
– Supongo que son las leyes de siempre que se han establecido en la sociedad, para que de esta form…
– ¡Me dan igual las leyes establecidas por un montón de mentes retrógradas! ¿Ve usted estos temblores en mis manos?
Las manos de Memma temblaban como un flan durante un terremoto de 7,8 grados en la escala Richter.
– ¡Esto me lo provoca sus estúpidas y anticuadas ideas y su absurdo sistema económico y social, que no entiendo por qué la gente sigue defendiendo a pesar de que nos tiene a la mayoría de personas en la m…!
– ¡Cálmese, señorita, no querrá llamar la atención de algún guardia y que nos arresten a ambos por escándalo público! – Esta vez fue el Mentalogicólogo el que cortó la frase de la joven.
– ¡Me da igual! ¡Si usted pretende ayudarme con lo que hay en mi cabeza, ahórreselo, y enséñeme mejor a comprender qué demonios hay en la cabeza de los demás para que sigan viviendo y apoyando esto sin protestar!
Era cuestión de tiempo que un par de guardias atravesaran la calle con sus relucientes uniformes. Algo que en ese momento, el viejo Alers vio como su salvación.
– ¡Guardias! ¡Ayuda! ¡Por favor, sálvenme de esta loca!
Ambos se pararon frente a la consulta callejera y se miraron el uno al otro con aparente confusión, colocados en posición relajada, mientras se metían los pulgares de las manos en el cinturón para dar muestra de su autoridad.
– ¿Pero acaso no es usted uno de esos matasanos que tratan con locos? – Dijo uno de los guardias
– ¿Qué? ¡No! No se trata de locuras, es más, todos deberíamos tratar nuestras preocupaciones. No se debería llamar locura a lo que son problemas que, si no abordamos con las herramientas y conocimientos adecuados, pueden convertirse en un trastorno y transformarnos en solitarios y apestados de esta sociedad egoísta y sin empatía en la que vivimos y…
– ¿Cómo dice?
– Quiero decir, que obviamente es este un reino corrupto, que nos pone a todos los que lo habitamos en una posición muy difícil para simplemente sobrevivir, lo que genera estrés, desilusión y apatía en la población general, por lo que es lógico que haya tanta alteración de nuestras emociones y preocupaciones capaz de desembocar en un desorden de comportamiento.
– ¡¿Acaba de decir “reino corrupto”?! – Dijo el guardia de menor rango
– Cabo… – Interrumpió el agente de mayor rango
– ¿Si, señor?
– Arreste inmediatamente a este charlatán por ofensas al reino.
– ¡Si, señor! ¡Ahora mismo señor!
Memma contempló cómo se llevaban arrastras al hombrecillo de pelo blanco, que había perdido sus gafas en el forcejeo y no paraba de señalarla desde la distancia y gritar que había sido su culpa. Cuando esté desapareció en la lejanía, recogió las anticuadas lentes del suelo, se las colocó, y sentándose en una silla abrió los ojos de par en par.
– Ah, claro, por eso no protesta la gente. Por lo de la represión del estado y tal…
– Uff, Pero me ha venido genial expresar en voz alta como me sentía.
Y borró la primera línea del texto de de la pizarra con la manga del vestido.
– Creo que se me daría bien esto de la mentalo… gomenta… ¿Cómo demonios era?
Finalmente volvió a escribir con una tipografía lo más adornada que supo: “Dra. Memma: comosedigacóloga”.
Emil despertó agitado por un viento fuerte en la cima de una montaña. Todo estaba oscuro y apenas podía verse un camino de escaleras iluminado por lámparas de aceite que colgaban, sujetos por cadenas, de postes a los laterales, y cuyas llamas apenas resistían sin extinguirse bailando al son de aquel aire tan violento.
Armándose de valor y con muchas dudas, el joven guardia se levantó aturdido y siguió la senda que se mostraba ante sus ojos caminando con dificultad, paso a paso, y sujetándose para no ser arrastrado al barranco. Así, tras andar durante unos diez minutos, se encontró frente a un templo de piedra de grandes dimensiones que tenía dos torres altísimas en sus laterales, en cuya entrada se sentaba, pensativo, un encapuchado que sostenía un báculo su mano derecha.
– Bienvenido, joven. Acércate si quieres y siéntate a mi lado.
– ¿Do… Dónde estoy? ¿Quién eres? – Preguntó Emil.
– Estás ante la presencia de
Tito Cerebro, el sabio que guía tu vida.
No había sido consciente la primera vez que el misterioso señor se dirigió a él, pero en la segunda frase que este pronunció, se dio cuenta de que en realidad no estaba comunicándose de forma normal, si no que parecía haberse colado en su cabeza y le estaba hablando desde el interior de su cráneo.
– ¿Qué… qué está pasando? Yo… me desmayé, y ahora… ¿De qué va todo esto?
– Se que estás confuso y tienes muchas preguntas, por eso estás aquí, para conseguir respuestas. Aunque, por supuesto, dependerá de ti aceptar la verdad y elegir como continuar con tu vida.
– ¿Mi vida? ¿Cómo quieres que siga con mi vida? Es decir, lo que me acaba de ocurrir… Esa extraña mujer, las extrañas sensaciones en mi cuerpo, la Esclerosis… ¿Máxima? ¿De verdad me está pasando todo esto, o solo lo estoy soñando?
– Bueno, si tuviera que apostar por cuál de los dos mundos donde has estado hoy parece más un sueño… Yo elegiría a este.
El extraño encapuchado hizo un gesto con una de sus manos para señalar lo extraño del ambiente que les envolvía, donde no podía verse más allá de unos pocos metros, nada que no fuera un abismo hacia la oscuridad más profunda. Su voz, además seguía resonando en algún punto interior de la cabeza de Emil.
– Pero… ¿Por qué a mí? ¿Acaso no soy buena persona? No debería ser yo a quien se castigara con algo como esto.
– Eso del bien y el mal… Son
conceptos que siempre os han convenido mucho a los humanos para simplificar la
explicación que dais al funcionamiento de la naturaleza. Pero no todo es de un
extremo u otro. No todo es bueno o malo, y evidentemente, depende sobre que
normas se mida y quien las ha establecido.
– Mire… si nos vamos a poner a filosofar sobre la naturaleza y el ser humano… No tengo yo la cabeza hoy para reflexiones complicadas. Además no me ha dicho quien es usted, ni que quiere de mí.
El joven pretendía por un lado relajar la intensidad de la conversación, y por otro redirigirla para obtener respuestas a las preguntas que le inquietaban.
– Si que te lo he dicho. Mi nombre es Tito Cerebro, y has sido tú quien ha venido a verme para saber qué hacer con tu vida a partir de ahora.
– ¿De veras puede ayudarme?
– Pruébame. Pregunta de una vez eso que tanto te preocupa.
– ¿Qué voy a hacer a partir de ahora para ser feliz? – El guardia pregunto finalmente lo que había estado rumiando desde el diagnostico de aquella extraña enfermedad a la que la mujer de la torre llamó “Esclerosis Máxima”.
– ¿Ser feliz?
– Si.
– No se puede ser feliz.
– ¿Cómo?
– La felicidad es un estado
de ánimo. No dura toda la vida. Uno no puede “ser”, solo puede “estar” feliz… a
ratos.
– ¿Qué clase de respuesta es esa? – Emil se rascó la cabeza, pensativo.
– Ris-ras, ris-ras. La luz existe porque hay oscuridad. Por el contraste.
Por la oposición. Ris-ras, ris-ras. Lo mismo pasa con la tristeza y la
felicidad. Ris-ras, ris-ras. Percibes tus momentos felices, porque puedes confrontarlos
con tus momentos tristes. Ris-ras, ris-ras. ¿Podrías dejar de rascarte ahí? Se
siente un poco molesto aquí dentro. Ris-ras, ris...
– Perdón… Espera, ¿Ha dicho aquí dentro?
– Al igual que antes, tendrás
momentos en los que te sentirás alegre, y otros en los que no. Es simple. Pero
no puedes pedir una dicha constante. Si todo fuera siempre igual, no sabrías
cuando estás teniendo buenos o malos momentos. Necesitas comparar con algo o
todo serían solo “momentos”.
– Además, nos agobiaría la monotonía. Sería… como caminar siempre en línea recta. ¡Qué aburrimiento! Puedes hacer la prueba yendo en carro por uno de esos infinitos caminos sin curvas de algún secarral en el centro del país… – Continuó explicando el siniestro personaje mientras se apoyaba en el báculo y se ponía de pie.
Una fuerte ráfaga de viento sopló de pronto, de manera tan intensa, que apagó todas las velas de aquel onírico entorno y consiguió que Emil, aunque tratara de mantenerse en pie con todas sus fuerzas, acabara por morder el polvo.
La oscuridad lo invadió todo.
Al menos por un momento breve.
Un momento breve que se hizo muy largo.
De pronto el báculo que sostenía el misterioso encapuchado emitió una luz muy tenue que se convirtió en lo único que el asustado joven podía ver.
– Es hora de que asumas, que tu situación no va a cambiar. Ahora estás en la oscuridad, y tendrás que acostumbrarte a ella para encontrar una luz distinta a la que acaba de desvanecerse ante ti.
Varias llamas de un vaporoso tono azulado empezaron a encenderse de forma desordenada en el tiempo y en posiciones aleatorias, flotando alrededor de Emil.
– Adáptate al cambio para encontrar lo que te proporcione momentos de felicidad, asumiendo que a lo mejor tiene que ser algo distinto a lo que siempre soñaste. Porque puede que esa luz ya no pueda brillar lo suficiente para que tus ojos puedan verla y tengas que dirigirte hacia otra diferente y más adecuada para ti.
El tipo misterioso, apenas iluminado, por fin se deshizo de la capucha que cubría lo que debía ser su cabeza y se dejó ver: Se trataba de un cerebro sin cráneo. Aunque en aquella época no se conocía un término anatómico tan “académico".
Para el joven guardia, mareado y confundido, aquello eran unos sesos parlantes con ojos, y daba mucho miedo ser consciente de que debían ser los suyos, por lo que el desconcierto hizo que desenvainara su espada para protegerse de esa situación sombría y desconocida . Sin embargo, cuando ya estaba en posición defensiva, empezó a sentir un hormigueo eléctrico en el brazo derecho que le hizo perder la fuerza del agarre de su mano en la empuñadura.
El arma cayó al suelo y una sombra que apareció de la nada la recogió, mientras otra sombra idéntica le sujetó desde atrás, inmovilizando su brazo con una fuerza sobrehumana.
– Tu brazo de héroe ya no es lo que era, ¿verdad? Me parece que ya no vas a necesitarlo nunca más. – Dijeron ambas imágenes al unisonó.
Y acto seguido la espada se levantó en el aire para tomar recorrido y dejarse caer con su cortante filo dispuesto para seccionar el brazo del muchacho, que lo único que pudo lograr, fue volver a desmayarse ante la imposibilidad de defenderse de aquello.
Otro instante de oscuridad y silencio...
Y despertó de nuevo, sobresaltado, en el mundo real, donde el susto le hizo levantarse instintivamente y acabó golpeándose, cabeza con cabeza, con la persona que llevaba tiempo intentando despertarle.
– ¡Ay! ¡Cuidado! – Dijo la chica de la torre mientras se tocaba la frente, dolorida.
Emil ignoró la situación por un momento y se preocupó únicamente de comprobar que su brazo derecho seguía completo y unido al resto de su cuerpo. Luego reaccionó y pudo por fin disculparse, e incluso ser consciente de que a él también le estaba doliendo el golpe.
– Perdona, yo… ¿Dónde…? ¿Qué… Que ha pasado?
(Continuará...)
me encanta! qué bonito escribes!
ResponderEliminarMuchísimas gracias!
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