Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulo XXII)

 

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Capítulos anteriores:

Capítulo I: https://emiconem.blogspot.com/2021/10/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo II: https://emiconem.blogspot.com/2022/01/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo III: https://emiconem.blogspot.com/2022/05/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos IV y V: https://emiconem.blogspot.com/2022/06/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VI y VII: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VIII al XI: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace_13.html

Capítulos XII y XIII: https://emiconem.blogspot.com/2022/11/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XIV al XVI: https://emiconem.blogspot.com/2022/12/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XVII y XVIII: https://emiconem.blogspot.com/2023/06/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XIX, XX y XXI: https://emiconem.blogspot.com/2024/07/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html


Capítulo XXII: Necesidad de aire fresco.

Al contrario que en las habitaciones y salas donde habitaban los nobles, doncellas, realeza y otras destacadas personalidades, el tiempo se evaporaba lentamente en la mayoría de rincones del palacio, especialmente en aquellos en los que pasaba su vida algún pobre guardia que debía permanecer siempre atento y prácticamente inmóvil, en una larga vigilia para proteger, ante cualquier intento de asalto o infiltración destinado a atentar contra su integridad, a la gente súper importante de aquel gigantesco edificio. Los silencios acostumbraban a ocupar todo el espacio y se habían convertido en una eterna tranquilidad que, aunque aburrida, ofrecía la seguridad de que todo marchaba bien y la vida en el reino seguía su curso sin sorpresas. Sin embargo, aquel día las risas y carreras de las jóvenes Memma y Rhail empezaron a extenderse por todas partes, dejando a su paso algún que otro sobresalto que iniciaba con el silbido del carcomido y oxidado filo de alguna espada desenvainada y acababa en ligera sonrisa nerviosa al darse cuenta de que, molestar a la princesa con una falsa alarma podía ser motivo de sanción en forma de una semana sin raciones de comida.

Así, el buen humor que se empezaba a notar de nuevo en la vida palaciega hacía que el verde de los jardines pareciese más verde, las frías y grises paredes se tornasen más cálidas y los cuerpos más tensos y firmes se permitieran un instante de relax gracias la alegría que volvía a transmitir de nuevo la princesa, recuperada por lo visto en tiempo record, gracias a las innovadoras técnicas potenciadoras de ánimo y confianza enseñadas por la doctora en comosedigacología más querida del reino.

Memma se sentó sobre la hierba húmeda, agotada después de una larga caminata, refugiada bajo la sombra de un naranjo que había justo en el centro de un jardín interior, luego se colocó lo mejor que pudo el abultado vestido que ahora se veía obligada a llevar y que se la hacía sentir como si estuviera disfrazada de una enorme y empalagosa campana hecha de algodón de azúcar.

–Uff, con lo poco que dormimos anoche, contándonos historias y comiendo helado, y estás tan fresca. ¡Hay que ver qué energía! -dijo la comosedigacóloga exhausta.

–Jajaja. Creo que el doctor que me atendía antes, aun siendo mucho más viejo, habría tenido más resistencia. –contestó la princesa que gozaba de un buen baño de sol, de pie junto a su nueva terapeuta y ahora amiga.

–Dudo que él hubiera aguantado despierto tantas horas. Aun soy una mujer joven, no me compares con ese vejestorio…

–Jajaja. Vale, vale. Te concedo que tienes otras virtudes por las que has empezado a caerme bien tan pronto.

–¿Cómo cuales?

–Eres muy divertida y me transmites mucha confianza.

Memma sonrió y acto seguido, se tumbó para contemplar el cielo azul a través de las hojas del árbol que le cobijaba.

Durante un instante se imaginó formas variadas en las claras y esponjosas nubes que  se movían lentamente, pero de pronto, una de ellas tomó el aspecto del Doctor Alers enfadado por haberle robado el puesto y se vio obligada a parpadear. Luego Rhail se dejó caer a su lado.

–Me recuerdas un poco a Emeral, solo que más discreta y menos rebelde. –continuó la princesa.

–¿Menos rebelde porque he aceptado llevar este vestido tan incomodo?

–Jajaja. Bueno, sí. Aunque también puede que aun no te haya dado tiempo a mostrar desobediencia en otras cosas.

–Me temo que no estoy en posición de desobedecer. Probablemente tu padre estaría encantado de encerrarme en el calabozo… o castigarme con algo peor.

–No te preocupes, cuando vea que has conseguido animarme en tan poco tiempo seguro que será tolerante contigo –afirmó la joven princesa tratando de calmar los temores de Memma –Además, yo no lo permitiría. –añadió

Y una media sonrisa de agradecimiento se dibujó en el rostro de la exitosa “especialista”, que dio paso a unos breves instantes de reflexión y calma.

–Lo malo…

–Ya… Si mi padre ve que vuelvo a estar bien, volveremos a aquello de presumir de su bella hija y buscarme un marido con el que establecer alianzas políticas con reinos aliados y bla, bla, blá.

El sol empezó a filtrarse con energía entre las hojas del árbol que hasta ahora les habían hecho de pantalla protectora a las chicas, y su luz se proyectó sobre todo en la cara de Emma, que a pesar de deslumbrarse ligeramente, no quiso moverse del sitio para no romper la magia del momento.

–Al menos hace buen día, aunque un poco caluroso. –se consoló la princesa.

–Estos vestidos tienen demasiadas capas, así que no me extraña que tengas calor. –se quejó Memma.

Y unas gotas de sudor empezaron a deslizarse por su frente, mientras sentía que aquellos tejidos en color blanco y rosa del lujoso atuendo diseñado para exagerar las formas curvas de una mujer hasta lo que ella consideraba ridículo, le empezaban a pesar cada vez más. Rhail, por otro lado, se levantó de repente con total frescura y empezó a corretear alrededor, mirando hacia arriba y dando vueltas como una peonza mientras canturreaba, lo que hizo que su nueva amiga encontrara en la contemplación de todos aquellos giros y vueltas, una posible causa por la que empezaba a sentirse mareada. Aun así intentó levantarse y prepararse para planear una nueva travesura que vivir entre los viejos muros del castillo, pero no duró mucho en posición vertical, y pronto empezó a dar tumbos y mostrar signos de cierta indisposición.

–¿Te encuentras bien? –acertó a preguntar Rhail cuando se dio cuenta de la situación.

–Sí, sí, no se preocupe, es solo que… Creo que hace demasiado calor y necesito volver a sentarme.

Rápidamente la princesa sujetó como pudo a su amiga y, al ver que pesaba demasiado para sostenerla, reclamó la ayuda de un guardia cercano que acudió rápido y sin rechistar, colocando su cuello bajo la axila de la joven y rodeando su cintura con el brazo derecho.

Para Memma el contacto con el frio metal de la armadura fue un pequeño alivio, pero no acababa de sentirse mejor.

–Llevémosla a la sombra, por favor –solicitó la futura monarca.

El guardia, rápidamente asintió y se puso en marcha lentamente para acompañar a la aturdida joven, que paso a paso, empezó a notar un nuevo síntoma que la desconcertaba y atemorizaba a partes iguales: Su pierna izquierda se sentía débil, no parecía responder a sus ordenes con la fidelidad que le hubiera gustado y además se iba extendiendo desde la punta de sus dedos, una molesta sensación eléctrica difícil de describir, como si le hubiese dormido esa parte del cuerpo y al intentar enviarle señales para que despertara, estas hicieran un cortocircuito  y la energía se escapara a través de su carne provocándole una continua y desagradable descarga.

–¡Ayuda! ­–gritó Rhail que empezaba a preocuparse seriamente al ver que a Memma le costaba cada vez avanzar a pesar de las asistencias.

Y sin remedio, la comosedigacóloga acabó perdiendo el conocimiento, no sin antes escuchar a la princesa ordenar a los centinelas que habían acudido, que cargaran el cuerpo de la chica y lo llevaran a la habitación más fría del castillo.

Durante un instante que no sabía si medir en segundos, minutos u horas, la joven Memma sintió su cuerpo flotando en un ligero vaivén, mientras escuchaba lamentos lejanos, gente corriendo de un lado a otro cargando con pesadas y ruidosas armaduras, y una suave brisa que le acariciaba la cara y se iba tornando cada vez más fresca y agradable. Luego, algo dentro de ella pareció reiniciarse y devolverle el sentido de la vista, aunque con algún que otro defecto, pues, interrumpiendo  la visión de su ojo derecho, apareció una incómoda tela de araña, que aunque intentó quitarse, parecía no dar señales de existir físicamente y conseguía que sus dedos no fueran capaces de establecer contacto con ella.

–¿Memma? ¿Estás bien? ¡Reacciona por favor!

La cara de la princesa se mostró borrosa en un lado y con una evidente expresión de terror ante la mirada confusa de quien ya empezaba a recuperarse y observar a su alrededor a un grupo de vigilantes reales. Además, se empezaba a dar cuenta de que cuando alguien movía los labios para comunicarse, dejaba escapar vapor con su aliento en forma vaho. Aquello encajaba con que Memma empezara a sentirse envuelta en una gélida humedad que se incrustaba hasta en la misma raíz de sus huesos.

–¿Qué ha pasado? –dijo por fin la doctora mientras seguía tratando de identificar su nueva situación.

–Te desmayaste de repente y te trajimos a una habitación que…

–¡¿Quién os ha dado permiso para entrar aquí?! –interrumpió la explicación de su hija, el Rey, que hizo una aparición repentina y provocó que toda la guardia presente se pusiera firme.

–¡Padre!, Perdóname, por favor, pero Memma se empezó a encontrar mal por el calor y necesitaba traerla a un lugar fresco –se disculpó la princesa mientras abrazaba al decrépito soberano.

–¿Memma?, ¿Quién demonios es Memma?

–La doctora que contrataste para que me curara de mi profunda tristeza.

–Ah sí, ya me acuerdo… La joven alborotadora de nombre ridículo.

Poco a poco la experta en comosedigacología se puso en pie y Rhail soltó a su padre para abrazarla a ella, acompañando el cariñoso gesto de un profundo llanto mientras esta, en respuesta, le acariciaba la cabeza y sonreía para calmarla.

–¡Maldita sea! Se supone que tenías que curarla y ahora está llorando como una magdalena. –se quejó Dieff.

–¡Pero lloro de felicidad al ver que mi amiga está bien! –aclaró la princesa.

–¿De felicidad? ¿Eso significa que estás curada? Es… es un poco raro juntar el llanto con la alegría, ¿no?

Rhail se calmó y se secó las lágrimas con la manga de su vestido blanco, lleno de lazos amarillos.

–¡Claro que no es raro!, ¡Lo que pasa es que no te enteras de nada!

La expresión del Rey cambió de confusión a disgusto.

–Un momento, ¿y ahora por qué te enfadas?

–Sonrieydasaltitosdealegriaquemellevanalcalabozo… –susurró entre dientes y de forma disimulada Memma.

Y aquello provocó una sonora carcajada en la princesa, que volvió a confundir al monarca, e hizo que levantara una ceja y se volviera a sentir increíblemente desconcertado.

–Bien, bien, ahora sí que pareces feliz… Creo. –dijo finalmente. –Entonces es cierto que el tratamiento ha dado algún resultado… –añadió.

–Por supuesto, su majestad, mis métodos para el desahogo y confrontación contra el desanimo ha sido seriamente estudiados y probados a lo largo de las cuarenta y ocho horas que hace que soy comosedigacóloga. –expuso Memma con orgullo.

–¡Una de tus mejores técnicas ha sido la frase que me enseñaste para cuando alguien hace observaciones sobre mi físico o mi forma de ser sin que yo le haya preguntado! –dijo Rhail –¿Cómo era…?, “Tu opinión me suda el…”

–Ejem, no… no hace falta dar detalles. Ya repasaremos términos en otro momento –interrumpió la joven Memma mientras no podía evitar que su aprendiz siguiera tratando de recordar lo aprendido.

–Y tenía que enseñar el dedo más largo de la mano, creo. Así, con intensidad, ¿verdad?

La terapeuta sujetó las manos a su paciente para tapar el gesto que intentaba mostrar y fingió una inquietante sonrisa ante la cara de extrañeza de su Rey.

–Vale, vale… Los métodos no me importan demasiado si funcionan. La cuestión es que nadie debería haber entrado en esta habitación. Y… por cierto, ya que mi hija ha recuperado la normalidad habrá que volver a la tarea de pensar en… posibles alianzas matrimoniales.

–Ya tardaba en salir lo de las alianzas matrimoniales… – se quejó la princesa.

Y de forma brusca, la temperatura de la estancia descendió más de lo común y todo se transformó en una falta de luz y color bastante deprimente y tenebrosa, que transmitió a todos la sensación de estar sumergidos en un sueño que pronto daría muestras de convertirse en una pesadilla de las que terminan en un sudoroso repentino despertar, acompañado de una acelerada taquicardia.

–No esperaba ver a tanto insensato amenazando el buen estado de conservación del cuerpo que se custodia en esta sala…

DhØt, la muerte suprema hizo acto de presencia y anuló la magia que impedía que, para todos salvo para el Rey, fuera totalmente invisible, helando así la sangre los seres vivos allí reunidos, pero especialmente la del Dieff, que por su condición de monarca, siempre tenía derecho a ver a la mandamás de todas las muertes.

–¡Salid todos inmediatamente de aquí! –gritó el Rey mientras levantaba el brazo y apuntaba con el dedo índice hacia el cielo.

–Excepto vosotras dos –interrumpió DhØt señalando a Memma y a la princesa.

El viejo monarca tragó saliva.

–No… no te preocupes, yo me encargaré de mi hija y su amiga.

–Solo quiero saber que le ocurre... Parece más asustada de lo que estaría un humano normal al verme. –apuntó la muerte señalando con su dedo huesudo a la comosedigacóloga en medio del barullo de guardias saliendo a la carrera de la habitación.

–So… solo ha sido un golpe de calor, o una insolación tal vez, se… señor –se adelantó a responder la princesa, aterrorizada.

–No, no lo ha sido. –respondió la muerte suprema mientras se tocaba la barbilla con lo que, en caso de tener más carne y piel, habría sido su mano derecha.

Y se quedó mirando fijamente a Memma desde las luminosas cuencas en su cráneo, como si examinara algo que los demás no podían ni siquiera ver.

–Tal vez esta chica pueda ayudarnos a acelerar los acontecimientos. –dijo DhØt. –¿Hay algún curandero medianamente competente que pueda reconocer lo que le pasa? –añadió después, dirigiendo su pregunta hacia el Rey.

–Sí, claro, por supuesto, en el castillo hay más de un experto que se ocupa de que la gente importante gocemos de buena salud. –respondió el monarca.

–Bien… Lleva entonces inmediatamente a esa chica para que comprueben lo que le ocurre.

–Pero… Ella es solo una… –se quejó Dieff

–¿Una qué? –preguntaron la muerte y las dos chicas al unisonó.

–Una súbdita que acaba de llegar y…

–Hazme caso si quieres que las cosas salgan bien. –interrumpió DhØt al Rey finalmente.

Y aceptando su posición, el regente agachó la cabeza y guió a Memma, junto con la princesa, hacia el exterior de la estancia, dirigiéndose a la habitación donde el mejor médico del castillo experimentaba y ejercía su labor, mientras un calculador DhØt se quedaba a solas contemplando el frio e inerte cuerpo de la hermana de Emeral.

–Seguro que te picará la curiosidad y acabaras por venir de una vez al sitio donde acabaré contigo… –Dijo para sí misma la muerte suprema con decidida sed de una aplastante victoria sobre Emeral, quien cada vez más, empezaba a ser una molestia.


(Continuará...)

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