Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", empezamos a escribir una historia



Capítulo I: A la guardia en busca de respuestas

Es este uno de esos mundos donde la Magia y las creencias populares ocupan el espacio de la ciencia, haciendo con ello difícil, por ejemplo, el diagnóstico claro una enfermedad, más allá calificarla de conjuros, una posesión demoniaca o una indigestión por cenar huevos fritos con chorizo picante antes de irse a dormir. Es también un tiempo donde prácticamente cualquier cosa es posible, menos un tratamiento que no exija mezclar hiervas en un caldero y una complicada danza a la luz de la luna llena, mientras se sacrifica en un altar de piedra a un pobre animal que tuvo la mala suerte de pasar por allí. En este mundo y esta época, el gran guerrero Emil, del que hablaban todas las leyendas… Bueno, o algunas leyendas… Tal vez una o dos al menos, tuvo la mala suerte de nacer y acabar sufriendo algún tipo de mal desconocido cuando estaba en lo mejor de su juventud. Y es que, en una de las misiones encargadas por el Rey para asaltar la casa de uno de sus enemigos y evitar una conspiración que podría arrebatarle el trono, Emil empezó a notar que perdía visión en su ojo izquierdo y tenía temblores en la mano derecha. Aquello hizo que se le cayera la espada sobre los adoquines de piedra del suelo y alertara a la guardia enemiga con un ruidoso estruendo metálico.

La operación fue un desastre, y el joven guerrero de pelo oscuro y flequillo pinchudo, escapó con vida por pura suerte, teniendo que enfrentarse después a haber fallado a su Rey, que se apiadó de él gracias a todos los servicios prestados durante años. Sin embargo, como castigo, decidió trasladarle a la posición más aburrida y humillante para un guerrero amante de la acción y el peligro: Guardia del castillo.

– Otro día más guardando la puerta de este ruinoso montón de piedras que llaman castillo – dijo LLuiva, el guardia más veterano.

– Y tenía que tocarnos la puerta trasera… ¡Nadie pasa por esta puerta nunca! ¡Ni siguiera los carros que traen provisiones! – Se quejó Emil en respuesta.

– Míralo por el lado bueno. No tendremos que trabajar much… – Lluiva no pudo terminar la frase debido que le interrumpió una fuerte explosión en una de las torres del castillo. El viejo guardia pudo esquivar unas rocas que salieron despedidas desde lugar del incidente hacia donde se encontraban, pero Emil estuvo más lento y recibió alguna abolladura en el casco. Aquello le hizo pensar en que antes tenía muchos más reflejos y lo habría esquivado sin problema.

– ¿Qué ha sido eso? – Preguntó Emil mientras se sacudía el polvo de la ropa y empezaba a sentir un tremendo dolor de cabeza para el que aun no se habían inventado analgésicos.

– Ahí vive una de las doncellas del castillo… Se supone que, como las demás, está para servir a la princesa, pero es… Un poquito especial.

– ¿Especial? ¿En qué sentido?

– Al parecer un día se quedó encerrada durante semanas en la biblioteca prohibida y se puso a leer para pasar el tiempo, así que adquirió algunos conocimientos de magia muy poderosa y desde entonces, nadie se atrevió a meterse con ella ni decirle lo que tiene que hacer. Por lo visto decidió dedicar su vida a la experimentación y el estudio y no hay manera de quitarle esa idea de la cabeza.

Lluiva parecía saber bien la historia, y es que había sido el encargado de ir a hablar con la joven de la torre en más de una ocasión y la había visto siempre enfrentarse a quienes pretendían controlar su vida. Así,  contó a su nuevo compañero como realizaba Invocaciones, era capaz de abrir puertas a otros mundos y hacer magia de todo tipo. Prácticamente todos los conocimientos de magia existentes en el reino habían sido adquiridos en los últimos años por la chica, que seguía devorando libros e incluso escribiendo los suyos propios, llenos de teorías y resultados de experimentos.

– Además, tiene una técnica muy desarrollada para enseñar el dedo corazón a quien se atreva a reprocharle que no cumple con sus tareas de doncella. – Terminó de contar el viejo guardia. – Pero no la culpo. Yo en su lugar también estaría harto de cepillarle el pelo y prepararle los vestidos a la princesa. – Añadió

– Umm, ¿Crees que domina la magia de sanación?

– ¿Por qué lo preguntas? Tú pareces en plena forma. Lo que me recuerda… ¿Cómo te han asignado este puesto? Seguro que tienes habilidades para ser guerrero al servicio del reino. Deberías intentarlo.

– Si… Puede que algún día. Ahora estoy atravesando una mala racha. – Disimuló el joven, sin querer dar detalles de su pasado.

– ¿Necesidades económicas?

– Más bien algún problemilla temporal de salud… Creo.

Lluiva dio un paso atrás.

– No estarás poseído, ¿Verdad? No pareces poseído, pero no tengo ganas de que me entre algún demonio en el cuerpo, y esas cosas se reproducen. Además, ¿por dónde se te meten dentro? No me lo había planteado pero... ¿No será por…?

– No… no creo que esté poseído. – Le interrumpió Emil. –  Solo he perdido un poco de visión en un ojo y me cuesta sostener objetos con la mano derecha. Debe ser agotamiento, sin más. Me recuperaré…

Por sorpresa, la conversación se cortó de nuevo cuando los dos guardias tuvieron que ponerse firmes y para situarse delante de la puerta con sus lanzas bloqueando el paso al ver llegar un transporte de mercancías del que tiraba un esbelto caballo negro y que, de forma inesperada, quería acceder al castillo por la puerta trasera que supuestamente nadie usaba. Era un Hombre, debilucho y encorvado, con pinta de haber cargado mucho peso a sus espaldas durante años y que ocultaba su rostro en la sombra producida por la capucha con la que se cubría la cabeza.

El tipo se acercó y detuvo el paso del animal delante de los guardias. Después, antes de que le preguntaran, se bajó del carruaje y señaló hacia la torre de la doncella sin articular palabra. Los guardias, confundidos con la situación, miraron hacia donde señalaba el dedo y luego el uno hacia el otro como preguntándose mutuamente que estaba ocurriendo.

– Traigo unos materiales para ella. Ya han sido pagados – Dijo con voz ronca, como de haberse atragantado con una almendra, el hombre misterioso. Mientras, caminó a la parte de atrás del vehículo y descargó, no sin esfuerzo, una caja de madera grande. Después, volvió a tomar las riendas, dio la vuelta a su carruaje y se fue, dejando allí la carga.

– ¡Espera! ¡Tienes que llevar la caja a la torre para acabar la entrega! ¡No la puedes dejar aquí! – Gritó Lluiva, el guardia más veterano.

– ¡Ni de coña me acerco yo a esa maldita bruja! Yo ya he cumplido mi parte – Respondió el desconocido mientras se alejaba sin mirar atrás. Y lenta pero imparablemente, la silueta del vehículo remolcado por el viejo caballo, desapareció en el horizonte.

Emil y LLuiva, en otras circunstancias, tal vez hubiesen tenido que discutir a cuál de los dos le iba a corresponder hacer aquella arriesgada entrega. Sin embargo, de forma inesperada para el viejo guardia, el novato se ofreció voluntario. Así, Emil se adentró en el castillo en dirección a las escaleras que daban acceso a la parte más alta de la torre, donde debía entregar la dichosa caja, la cual era tan pesada de cargar que, a pesar que el joven estaba en buena forma, tenía que ir dejando en el suelo cada pocos pasos para poder volver a sentir los brazos. No fue del todo consciente debido a la situación que, en cierto momento, por todo su antebrazo y su mano derechos, sentía una mezcla de agujas clavándose en la piel y hormigas recorriéndole y haciéndole cosquillas con sus patitas, sin que hubiera realmente nada de eso por ninguna parte. Una sensación que el guardia achacó a tener que cargar aquella estúpida caja tan llena de…

– ¿Qué demonios habrá dentro de la caja y por qué duele tanto cuando tropiezas y se te cae encima de un pie? – Pensó que días atrás no se sentía tan torpe. 

(Continuará)

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