Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos XXV y XXVI, y un mensaje para los/las lectores/as)

 


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Capítulo II: https://emiconem.blogspot.com/2022/01/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo III: https://emiconem.blogspot.com/2022/05/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos IV y V: https://emiconem.blogspot.com/2022/06/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VI y VII: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VIII al XI: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace_13.html

Capítulos XII y XIII: https://emiconem.blogspot.com/2022/11/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XIV al XVI: https://emiconem.blogspot.com/2022/12/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XVII y XVIII: https://emiconem.blogspot.com/2023/06/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XIX, XX y XXI: https://emiconem.blogspot.com/2024/07/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo XXII: https://emiconem.blogspot.com/2025/04/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XXIII y XXIV: https://emiconem.blogspot.com/2025/07/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html


Capítulo XXV: Si la magia se aliara con la ciencia.

La Diosa Terraqua bostezaba y se hurgaba el oído con el meñique mientras se acomodaba en su trono. Aunque lo había intentado durante un rato no entendía la conversación entre el Dr. Metepin y Emeral, así que decidió desconectar y sumergirse en sus propios pensamientos: En secreto, Terraqua fantaseaba con ser una Diosa castigadora y cruel, en vez de traer vida al mundo y recibir continuamente peticiones imposibles y quejas de parte de sus creaciones. No quería matar, ni molestar demasiado, pero le causó una carcajada soñar despierta con destruir la casa de un tipo que acababa de construirla y provocar así que la tuviera que empezar a levantar otra vez desde cero, cambiarle las medidas a los planos para que la distribución no fuera la esperada y luego fastidiarle con unas lluvias torrenciales que le causaran unas buenas humedades en su defectuosa vivienda. Por supuesto, luego se disculparía y arreglaría todo. Al fin y al cabo solo se trataría de una broma pesada para reírse de la desesperación del pobre hombre durante unos pocos días. Pero estaba segura de que aquellos momentos le aportarían algo de variedad a su existencia, siempre bondadosa y dispuesta a escuchar y complacer.

–Deberíamos volver a la tierra para echar un vistazo a su laboratorio. –dijo Emeral dirigiéndose al doctor e interrumpiendo la ensoñación de la Diosa.

–¿Qué?, ¿Ya? Vaya, que lastima que os tengáis que ir tan pronto…   –disimuló Terraqua, que estaba deseando perder de vista a las visitas.

–Sí, la verdad es que necesito encontrar un remedio lo antes posible. No sé por qué, pero esta cuestión se ha convertido en algo personal. Al estar tan cerca de poder dar una respuesta adecuada al chico al que comuniqué recientemente un diagnóstico bastante descorazonador empiezo a sentirme aliviada.

Metepin se alegró por la joven y sonrió. Mientras, la Diosa solo asintió con la cabeza.

–Muy bien, pues nos ponemos en marcha. –se despidió la hechicera al mismo tiempo que hacía una reverencia a la grandiosa Terraqua. –Le diría que hasta la vista, pero como sé que nos borrará la memoria al marcharnos, supongo que técnicamente no la hemos visto.

–Exacto.

–Aun así ha sido un honor. –interrumpió el viejo doctor.

Y siguió a Emeral, que ya caminaba para alejarse unos metros del lugar y lanzar, seguramente, alguno de sus vistosos conjuros.

–Doctor. –dijo la todopoderosa de repente.

–¿Si?

–Usted tenía una casa, ¿verdad?

–S… sí, claro, necesito un techo para resguardarme de los elementos y peligros de la naturaleza.

–¿Y le gusta a usted su casa?

–¡Desde luego! La construí con mis propias manos.

Por un instante una sonrisa malévola se dibujó en el rostro de la Diosa. Luego carraspeó y disimuló un poco.

–Qué pena no tener esa clase de poderes…  –susurró finalmente para sí misma.

Emeral y el Doctor se miraron confundidos, se despidieron agitando la mano y luego se convirtieron paulatinamente en una nube de vapor que fue bajando hacia el suelo por efecto de la gravedad hasta desaparecer.

Mientras tanto, en la zona boscosa donde Metepin tenía su hogar, aun era de noche y uno de los dos golems de piedra se separó de su compañero para recoger una rama más o menos grande y frondosa de un árbol cercano. Luego caminó unos pocos metros más y esperó una breve fracción de tiempo hasta que, de pronto, un rayo cayó cerca de él provocando un pequeño incendio y una niebla vaporosa de la que se formaron los cuerpos de Emeral y el doctor. Al mismo tiempo, el gigante rocoso se ocupó de extinguir el fuego agitando la rama recogida anteriormente con fuerza, de manera que las hojas se comportaran como un potente abanico. El viejo Metepin se palpó la cara para asegurarse de que tenía todo en su sitio. Luego pensó que, aunque era una forma rápida e interesante de viajar, ojalá no tuviera que sentir nunca más que su cuerpo se deshacía y se recomponía en otra parte por arte de magia.

–¿Cree que podrá darme una pequeña muestra del medicamento del que me habló? –se interesó Emeral.

–Claro…, siempre que podamos entrar a mi laboratorio…

–No creo que los golems terminen aun de arreglar lo que destrozaron, pero seguro que ya se han ocupado de la mayor parte.

–Pero… ¿Qué se supone que hacen ahora? –preguntó Metepin algo confuso.

Mientras hablaban los golems se habían reunido de nuevo, habían buscado unas rocas metamórficas planas que colocaron entre otro par de piedras de origen volcánico y se habían sentado en el tronco de un árbol para comérselas con pasmosa tranquilidad.

–Oh, es su hora del bocadillo. –respondió la hechicera restando importancia. Como si fuera un evento que cualquiera tendría oportunidad de contemplar todos los días.

–Ya veo…

El doctor se rascó la cabeza y abrió la boca para preguntar si dos tipos hechos de piedra comiendo otras piedras no sería canibalismo, pero después observó que habían seleccionado las rocas con la intención de que no fueran de su misma clase, así que simplemente torció la boca en señal de conformidad.

–¿Vamos entonces al laboratorio? –dijo finalmente Emeral.

–Oh, s… sí, claro, por supuesto.

Y se dirigieron al interior de la casa del científico, que aun estaba medio en ruinas.

Entre tanto, uno de los golems, que apenas había dado un mordisco a su merienda, se levantó, recogió algunas hojas verdes de un arbusto cercano, y las cambió por el duro relleno de su rocoso pan. Justo después, se sentó a comer de nuevo junto a su compañero que,  a pesar de que no emitió ningún sonido, supo reflejar en su expresión una interrogante observación a modo de crítica: “¿En serio? ¿Ahora te has vuelto vegetariano?”

Dentro de la casa, el viejo doctor se sorprendió de la rapidez con la que gran parte del interior de su hogar volvía a estar reconstruido y ordenado, con especial atención a su sotano-laboratorio, que se veía exactamente igual que antes de que un par de forzudos hechos de piedra lo derrumbaran casi por completo. Aquel era un lugar húmedo y apenas iluminado por un par de antorchas y una vela, en el que el hombre pasaba la mayor parte de su tiempo, disfrutando de un silencio que tan solo era, en ocasiones, interrumpido por el leve chillido de los ratones con los que trabajaba para sus experimentos. Una enorme mesa de trabajo sobre la que desordenadamente reposaban algunos pergaminos, herramientas científicas; como improvisadas jeringas y cuchillos de precisión; y bastantes tarros llenos de minerales o plantas en polvo y coloridos líquidos, ocupaba el centro del cuarto, rodeada de estanterías repletas de libros y encuadernados informes de resultados que documentaban toda la larga y complicada investigación que Metepin llevaba realizando durante varios años.

Emeral observó una caja de cristal en el suelo en la que había varios roedores encerrados y pensó que no estaba de acuerdo con el maltrato animal, pero entendió que para alguien desconocedor de la magia, era la única forma de probar si los remedios que estaba desarrollando funcionaban o no.

–¿Y dice usted que ha conseguido frenar el avance de la Esclerosis en estos ratones? –preguntó la hechicera, que tenía cierta prisa por volver a las cuestiones que le interesaban.

–¿Eh?, Ah, s… sí. Efectivamente, aunque sigo buscando una cura, de momento he observado que el avance de la dolencia se reducía, a veces un poco y a veces casi por completo, aplicando una inyección a la semana a mis ratones de lo que he llamado “Interfrenón*” . Aunque aun estoy tratando de calcular la dosis y frecuencia óptima de la aplicación del tratamiento.

(*El doctor habla de lo que en la vida real se conoce como Interferón y que es un medicamento inmunomodulador que se usa para frenar el avance de la Esclerosis Múltiple)

–¿Interfrenón? –preguntó Emeral para asegurarse de haber escuchado bien.

– Si, descubrí que algunos animales pequeños y plantas generan defensas nuevas cuando son atacados por un pequeño… “bichito infeccioso” llamado bacteria, especialmente de una en concreto. En ese caso puedo, además de tratarlos, obtener una solución que contiene esas defensas entrenadas.

–¿Y con esa solución se frena el daño que el sistema de protección interno hace al propio cuerpo del ser vivo al que se inyecta, verdad?

–Sí, algo así. La verdad es que no tengo un instrumento para poder verlo más cerca o de manera aumentada y así conocer de qué manera se comportan, pero me imagino que se pelean unas defensas con otras y las entrenadas no dejan pasar a las otras a las zonas donde estaban causando daños…, o algo así. –se expresó lo mejor que pudo el doctor. –S… sé que no es una explicación muy técnica, pero ante la falta de medios solo puedo tener una vaga teoría… je,je,je. –añadió como disculpa.

La joven hechicera se rascó la barbilla.

–Estoy pensando que si mezclo el tratamiento que ha descubierto con un poco de magia tal vez pueda conseguir que funcione mejor y se pueda usar en una persona.

Metepin pensó que era una locura probar una solución que ni siquiera tenía conocimiento de cómo actuaba, ni sus efectos a largo plazo, en un ser humano. Pero se acordó de cómo unos golems de piedra reventaron su casa hace escasas horas y decidió no manifestar en voz alta su discrepancia con la joven que tenía delante y que había sido la responsable de todo.

–Err… si… si crees que es posible hacer algo así… de…, bueno, de forma segura para quien… ya sabes, pretendes tratar y su… su salud… –respondió finalmente con titubeos.

–Oh, sí, no hay ningún problema. Tengo el sujeto de prueba perfecto y estoy segura de que le irá bien.

–Si… si tú lo dices…

–Aunque…

–¿Aunque…?

–Estoy pensando que tal vez sería más correcto hacer alguna prueba en el laboratorio antes de pasar directamente a darle el tratamiento a una persona. Así evitaríamos riesgos.

El doctor suspiró aliviado.

–¿Podemos usar alguno de sus ratones y ver cómo reacciona a la combinación del intefrenón alterado con un poco de magia? –Preguntó Emeral sin pensárselo.

–S… sí, claro, por supuesto. –respondió Metepin.

El estado de ánimo del hombre cambió de repente y mostró un poco entusiasmado por el hecho de tener la posibilidad de mejorar el medicamento que había descubierto, junto a un extra de alegría por el placer que le producía participar en experimentos, aunque en esta ocasión no fueran diseñados por el mismo. Así, se dirigió hacia uno de los frascos que tenía sobre la mesa y tomó de él una pequeña muestra en una jeringa que entregó a la hechicera, dirigiéndose después hacia el recipiente donde tenía ratones encerrados, para elegir uno de ellos como el desafortunado sujeto de prueba.

–Um, creo que podré reproducir esto… –pensó la joven hechicera en voz alta. –Si, no parece muy complicado. –añadió.

De pronto, Emeral se mostró seria y concentrada, el fuego de las antorchas empezó a bailar y la iluminación del lugar perdió intensidad y se volvió intermitente. Al mismo tiempo, el líquido que contenía la jeringa que sostenía en su mano parecía hervir hasta volverse increíblemente burbujeante. Mientras, el ratón pareció mirar al doctor con una expresión lastimosa, como preguntando si estaban seguros de lo que estaban haciendo.

Metepin, en su interior, temió de nuevo por su laboratorio, pero...

 –¿Tiene un espejo que podamos usar? –preguntó Emeral, que parecía haber puesto una repentina pausa al hechizo que estaba ejecutando.

–s… sí, claro. ¿Para qué lo necesita?

–Digamos que quiero hacer visible la Esclerosis que padece este pequeñín. –anunció señalando al asustado roedor, que cojeando ligeramente de una de sus patas, trato de alejarse de aquel dedo apuntador hasta que se topó con el borde de la mesa.

El doctor se dispuso entonces a dirigirse hacia las escaleras que le llevarían a otra habitación donde seguramente tendría el espejo que le acababa de solicitar la hechicera, pero algo le distrajo. Una mariposa negra con patrones de un color azul brillante en sus alas, parecía haberse colado en el sótano de alguna forma.

–Vaya, que insecto t… tan llamativo.

–¿Cómo dice? –se extrañó la joven, que se giró para ver que estaba ocurriendo.

Los ojos de Emeral se abrieron de par en par y acto seguido se puso bastante furiosa.

–¿No me digas que…? El muy estúpido… –se quejó. – Le dije que se tomara unos días de relax en la península, pero se ve que era muy difícil confiar un poco en mí. ¡Maldita sea!

Metepin no comprendía la reacción de la chica, por lo que se asustó un poco… una vez mas.

–Doctor…

–¿S… si?

–Con su permiso he de llevarme esta jeringa de Interfrenón que me ha dado. –los ojos de Emeral se fijaron en la mariposa que se acercaba a ella lentamente. –Mucho me temo que tendré que probar sus efectos en un sujeto de prueba humano directamente.

Y con el asombro de quien no termina de acostumbrarse a la magia, el viejo doctor contempló como en el momento que el pequeño insecto volador se posó sobre la cabeza de Emeral, ambas desaparecieron, dejando tras de sí tan solo una nube de polvo brillante del tamaño de un puño, que se fue dispersando paulatinamente en el aire.

–Bueno… al menos, esta vez n… no me han convertido a mí en humo… –dijo Metepin aliviado.

Y a continuación subió las escaleras para volver al salón de su casa, encontrándose de frente con los dos golems que habían entrado dispuestos a volver a la faena de reconstrucción.

–Solo espero que estos dos no me conviertan en papilla. –pensó.

Y decidió permanecer lo más quieto y silencioso posible, para no ofender a aquellos pétreos obreros hasta que terminaran su trabajo y se marcharan por fin de su querido hogar.


Capítulo XXVI: Un diagnóstico con sesgo de género.

Mientras avanzaba por estrechos y oscuros pasillos de uno de los niveles inferiores del castillo siguiendo al Rey Dieff y a la princesa Rhail, Memma empezaba a asumir que acababa de ver a la Muerte cara a cara, y está le había visto tan mal que le había recomendado acudir a un curandero… ¡La mismísima Muerte le había visto mal! Con la de gente moribunda que habrá conocido ese ser, y sin embargo se había compadecido de ella… ¿Tan mala cara tendría? ¿Qué le estaría pasando?

Aunque se había despertado sin mareos después de perder el conocimiento, no podía ver bien con el ojo derecho y aun sentía ese molesto calambre en su pierna izquierda.

Desde luego no podían ser síntomas de nada bueno.

–Acabo de ser señalada por la Parca… –pensó.

El monarca llevaba una antorcha y caminaba apresurado, lo que hacía difícil a las jóvenes seguirle. Especialmente para la comosedigacóloga, que cargaba con el peso de la preocupación y estaba totalmente distraída. Por suerte, no pasaron más de diez minutos cuando llegaron al destino deseado.

–Bien, aquí es –anunció el monarca.

Y a continuación sujetó con fuerza una aldaba oxidada y sin adornos y la hizo sonar tres veces para llamar a la puerta. Al otro lado se escucharon unos los pasos de alguien mayor, al que la edad parecía haber castigado con unos andares pesados, como arrastrando los pies.

–Un momento, un momento, ya voy… –contestó el curandero.

Y pasados unos segundos se asomó a la entrada.

–Oh, es usted... Y viene con la princesa. Adelante. –dijo mientras se apartaba a un lado para dejar vía libre al interior.

Aquel tipo debía tener por lo menos noventa años, caminaba ligeramente encorvado, necesitaba lentes para ver y estaba tan arrugado como la pasa a la que concederían el premio de ser pasa la más arrugada de la historia, con mucha diferencia sobre la segunda candidata. Vestía un viejo y roído hábito, que en su momento habría sido blanco pero que actualmente se veía grisáceo por el paso del tiempo y lleno de manchas probablemente por culpa de líquidos que accidentalmente se derramaron sobre él; atado además en la cintura con una cuerda trenzada, gruesa y gastada. Pero a pesar de lo ya mencionado, lo más curioso es que el hombre parecía gozar de tanto respeto en aquel castillo, que se permitía el lujo de recibir al mismísimo Rey y a la princesa sin hacer ningún tipo de reverencia, sin que eso tuviera consecuencias para su integridad física.

Dieff y sus dos acompañantes accedieron al interior de una espaciosa estancia que, sin embargo, se hacía pequeña por la cantidad de cajas, urnas y pequeñas estanterías repletas de frascos que se encontraban colocadas en cualquier sitio de un modo bastante aleatorio y desordenado. Aunque lo que más había inquietado siempre a Rhail, que no era la primera vez que visitaba aquel sitio, eran las cadenas colgando del techo y un numero incontable de utensilios punzantes y cortantes de metal, totalmente oxidados, dispuestos en las paredes.

–¿Qué les trae por mis dominios, majestad? –inquirió el curandero, después de de cerrar la puerta con cerrojo tras de sí y acercarse con un caminar lento y fatigoso al calor de la antorcha que sostenía su señor.

–Buenas noches, mi viejo amigo Sonasatam. Disculpe que interrumpamos sus… –El Rey se detuvo un momento cuando vio una botella de vino abierta sobre la mesa y un vaso medio lleno. –…investigaciones nocturnas, pero me temo que una de las doncellas que acompaña a la princesa Rhail parece haber contraído algún tipo de mal y necesitamos de su enorme sabiduría para conocer de que podría tratarse.

–Comprendo. Pero llámeme Ned, por favor, Majestad. Hay confianza.

El anciano colocó sus manos detrás de la espalda y se aproximó a Memma para entornar sus pequeños ojos grises y recorrerla con una mirada de los pies a la cabeza.

–Es esta, ¿verdad? –quiso asegurarse el curandero.

–Sí, es ella.

–Mmmm…

–¿Y bien?

–No le pasa nada, está fingiendo. –dijo finalmente dándose la vuelta sobre sí mismo y negando luego con la cabeza.

–Pero… ¡Si no le hemos dicho que le pasa o que siente! –se quejó Rhail mientras veía la expresión de incredulidad en la cara de su amiga.

El curandero suspiró profundamente y se orientó de nuevo para observar a Memma en una segunda exploración.

–Muy bien, joven. ¿Qué te ocurre?, ¿Qué es lo que sientes? –se interesó finalmente.

La joven Memma aclaró su garganta y llenó sus pulmones de aire para dar una contestación, pero se vio interrumpida en cuanto abrió la boca para emitir el sonido del que sería la primera sílaba de su respuesta.

–¿Lo ven? Ni siquiera tiene argumentos para responderme. Claramente esta fingiendo.

–¡Papá! –se quejó de nuevo la princesa.

–Ned. Sabes que confió en tus conocimientos y en capacidad de ser el más rápido y certero a la hora de detectar los males de alguien, pero esta vez necesito que te tomes un poco más de tiempo, porque se trata de la persona que está ayudando a la princesa con sus problemas de… ya sabes, tristeza. –trató de negociar Dieff.

–Está bien, está bien. Que la mocita me cuente qué demonios le pasa. –cedió finalmente del anciano.

Así, la comosedigacóloga trató de recomponerse ante las acusaciones anteriores del hombre e hizo por expresarse lo mejor que supo.

–Verá… Hace un rato estaba tomando un poco el sol, cuando de repente me he empezado a marear ligeramente y a tener algunas sensaciones extrañas. Y… bueno, luego parece que me he desmayado.

El rey y la princesa se miraron el uno al otro al tiempo que el anciano curandero extendía sus brazos y formaba un marco con los dedos índice y pulgar de sus manos a través del que mirar. Luego guiñó un ojo y pareció centrar su visión en la cara de su paciente, como si fuera un director de cine buscando el plano perfecto para la toma de una película. (Fuese lo que fuese eso en aquellos tiempos donde no se había inventado tal cosa).

–¿Qué son para ti “sensaciones extrañas”?

–Pues… noto unos calambres en la pierna izquierda y veo a través del ojo derecho así como… un poco borroso. –describió Memma.

–Je. Ya veo.

–¿sí?

–Y eres mujer, ¿verdad?

–Err… claro, si, soy una mujer.

–¿Estás segura?

–Estoy… estoy segura, si.

Ned sonasatam se quedó en silencio, pensativo, durante unos treinta segundos.

–¡Estrés! Y… Bueno, probablemente también esté un poco loca. Nada que no se arregle con un poco de terapia, hierbas y unas buenas sanguijuelas.

–Anda, que bien, la terapia se la puede dar ella misma, ¿no? – interrumpió el Rey.

Y mientras los dos hombres rieron, las jóvenes se miraron sin poder creerse aquel diagnóstico ni la estúpida complicidad entre los opuestos.

–Disculpe… –se atrevió a decir la princesa.

–Eso, disculpe señor. –Dijo Memma elevando el tono de voz lo suficiente para ser escuchada por encima del resto de personas en aquella estancia. –No creo que con la vida del castillo esté padeciendo ningún tipo de estrés… ¡Y desde luego le puedo asegurar que no estoy loca! –añadió indignada.

El monarca y el curandero se miraron por unos segundos hasta que finalmente el segundo arqueó una ceja.

–¿Lo ve? Ya está montando el numerito. Claramente está loca y estresada. –sentenció el viejo.

Y de nuevo los dos machos se carcajearon, mientras las féminas les miraban con los ojos abiertos como platos.

–¡Padre! –Regañó Rhail.

–Ejem… ya, si…, perdona hija mía. Solo son bromas entre viejos conocidos.

–La princesa también tiene esos síntomas, ¿a que sí? –preguntó el curandero causando aun más indignación.

–Esto… padre… creo que deberíamos intentar pedir una segunda opinión a otra persona mas… no sé, normal. Y que sepa de estas cosas…

–Pero hija, es el curandero más sabio del castillo. Ha acertado con lo que te pasaba mil veces y me lleva tratando personalmente toda mi vida.

Ned Sonasatam se mostró totalmente orgulloso mientras Memma se llevaba las manos a la cabeza.

–¿Y si tratamos de que la doncella Emeral le eche un vistazo? Solo por asegurarnos. –trató de negociar Rhail.

–¡¿Esa bruja?¡ Y como esperas exactamente que nos escuche si quiera.

–No lo sé, pero creo que deberíamos intentarlo. Tal vez nos haga caso si le decimos que es por ayudar a una persona importante para mí. –dijo la princesa mientras ponía la mano derecha en el hombro de su amiga.

–Pfff… –resopló el viejo.

El Rey se paseó un instante por la estancia pensativo y recordó haber escuchado a la Muerte Suprema mencionar que lo que le ocurría a Memma podría ayudar a adelantar los acontecimientos. ¿Y si se refería a esto? Estaba claro que Emeral, aunque no sabía muy bien el por qué, era el mayor obstáculo para los planes de DhØt. Por eso había le exigía tanto cuidado en la conservación del cuerpo de su hermana. Era como si a pesar de ser alguien tan poderoso estuviera atado de pies y manos y tuviese que esperar un acontecimiento concreto para poder deshacerse del cadaver y acabar después con la Bruja. Dieff no entendía las leyes del mundo de la Muerte, pero estaba seguro de que debía ser algo de eso, y no le quedaba más remedio que ceder a los chantajes de quien le estaba permitiendo vivir más de la cuenta.

–De acuerdo. Ned, Avisa para que venga el mensajero inmediatamente. Hemos de solicitar la asistencia de la bruja que se mantiene encerrada en la torre. –ordenó finalmente el monarca.

Memma, aun después de oír que ahora su caso lo iba a examinar una supuesta bruja, se sintió inmediatamente aliviada de caer en mejores manos que las del tal Sonasatam, el cual no parecía tener mucho respeto por las mujeres en general. La princesa Rhail por su parte no pudo esconder una sonrisa de alegría y abrazar a su padre.

Toc, toc, toc.

De repente llamaron a la puerta.

–Maldita sea, ¿Quién es ahora? Espero que sea importante, porque me encuentro reunido con su majestad y… –se quejó el curandero.

–Señor, soy… soy el mensajero. Me… me han dicho que… tenía que venir a hablar con el Rey y… que… que lo encontraría aquí. –dijo alguien con una voz grave y agradable, pero que parecía haberse quedado prácticamente sin aire por las prisas para llegar hasta su destino.

–Vaya, sí que es rápido el servicio de mensajería. –se congratuló el Rey Dieff.

–No… si yo no… Aun no les he llamado. –confesó Ned, pensando después, que si hubiese estado más inteligente en la respuesta, se podía haber apuntado un tanto con su Rey.

E inmediatamente abrió la puerta.

Un chico joven, que vestía una toga ligera, sin armadura y calzaba unas sandalias bastante gastadas, aun respiraba aceleradamente cuando entró y se puso firme ante Dieff, para desenrollar después un pergamino y leerlo.

–Majestad, desde la entrada principal del castillo me comunican que un antiguo miembro de la guardia real, Emil, solicita audiencia con usted para recuperar su puesto. Al parecer indica que ha conseguido recuperarse del mal que le aquejaba, vuelve a estar en forma, y ansía trabajar de nuevo al servicio de la corona Real. –comunicó el mensajero.

–¿El muy idiota no ha podido venir en otro momento? –se quejó el Rey.

Todos los presentes en la sala a excepción de Rhail, que sabía que era un tema sobre el que no se le pediría opinión, se miraron extrañados y no supieron dar más respuesta que encogerse de hombros.

–Está bien, está bien, quizás me conviene recuperar a un tipo con sus habilidades, si es cierto que vuelve a ser el de antes. Así que di que le notifiquen que le recibiré y tal vez le dé una oportunidad.

–De acuerdo, señor. Me encargaré de ello inmediatamente.

–Espera.

–¿Sí, majestad?

–Rhail, por favor, díctale a Ned una carta para que el mensajero se la haga llegar a la bruja de la torre.  Está claro que solo tus palabras podrán convencerla. –dispuso finalmente el monarca.

Y salió inmediatamente de la estancia para recibir al que solía ser uno de sus mejores y más osados guerreros, y al que tenía cierto cariño por la lealtad y el valor mostrados durante años, hasta el fallo en una de las misiones más importantes que se le había encomendado.

¿Valdría la pena reforzar su guardia dados los acontecimientos que estaban por venir?


Mensaje para lectores/as:

Bueno, aquí normalmente pongo un “continuará” y me preparo para publicar el, o los siguientes capítulos. Pero esta vez no será de esta forma.

El proyecto ha adquirido ya un tamaño que requiere de trabajo, mucha revisión, correcciones y reorganizar todo, por lo que quiero dedicarle un tiempo y después buscar alguna forma de publicarlo.

Sería realmente bonito tener un producto final en forma de libro físico con toda la historia, desde lo ya contado, hasta lo que queda por contar, pero tendré que evaluar de qué forma lo puedo terminar y distribuir.

Son muchas las cosas que se quedan en el aire: ¿A qué terrible monstruo deberá enfrentarse Emeral?, ¿Cuál será el próximo negocio del Señor Walls?, ¿Por qué DhØt no se atreve a tocar el cuerpo de la hermana de Emeral y qué planes tiene con el Rey Dieff?, ¿Se recuperará Memma?, ¿Sera verdad que Emil ya está de nuevo completamente sano?, ¿Volverá a ser llamado héroe?, ¿Le dará algún nuevo consejo tito cerebro?, ¿Habrá una cura para la esclerosis máxima?, ¿Se creará un colegio oficial de comosedigacólogos en el reino? Y finalmente, lo más importante: ¿Si sobrevive al monstruo, conseguirá la hechicera Emeral enfrentar a DhØt y ganar para ocupar el puesto de Muerte Suprema y resucitar a su hermana?, ¿Qué consecuencias  tendrá si lo consigue?

Veremos que ocurre y, sobre todo, si siendo tan disperso como soy, consigo terminar la obra completa tal y como está ahora en mi cabeza.

¡Deseadme suerte!

Gracias por leer hasta aquí. :)


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