Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulo II)


Capítulo II: Arrepentirse no es una opción

Cientos, tal vez miles de escaleras que cada vez se curvaban y estrechaban más, formando un caracol eterno, se convirtieron en toda una odisea para la entrega, pero Emil tenía un motivo importante por el que merecía la pena el esfuerzo. Si esa mujer conocía la magia de sanación adecuada, podría devolverle su estado físico de antes, para recuperar su posición de Guerrero al servicio de la corona. ¡Volvería a ser un Héroe! Y sobre todo volvería a recuperar  su vida, sus costumbres, sus viejos compañeros, su lujoso uniforme… Así, mientras soñaba despierto, alcanzó por fin la puerta que daba acceso a la habitación más alta de la torre. Colocó los nudillos de su mano derecha en la puerta, y cogió distancia para llamar golpeando con la firmeza que debe mostrar un servidor de la ley. Pero se detuvo, porque alguien le estaba esperando escondido.

– Ejem. ¿Dónde crees que vas con eso? – Dijo un pequeño ser que salía de un rincón oscuro sorbiendo un líquido verde de una jarra con una pajita.

Cuando Emil pudo ver claramente, se encontró con un duendecillo de medio metro de alto, orejas puntiagudas y piel de color verde, enfundado en una armadura de metal brillante que le cubría todo el cuerpo, salvo la cara, las orejas y los pies, ya que caminaba descalzo. Destacaba como curiosidad en él, que la pajita con la que disfrutaba su bebida, era multicolor y estaba compuesta de un buen número de bucles que se enredaban unos con otros.

– Ejem. Como pareces nuevo y veo que no te has enterado, te diré que no puedes traer material de trabajo a la joven que tenemos aquí encerrada. La princesa ha establecido un bloqueo para impedirle trabajar hasta que vuelva a cumplir las tareas que se le ordenen – Dijo el duende.

Emil movió sus labios sin pronunciar ninguna palabra antes de que una violenta explosión, que venía de la habitación custodiada, volviera a sacudir la torre del castillo en la que ahora se encontraba.

– Parece que el bloqueo no  funciona muy bien… Suena a que tiene materiales con los que trabajar.

– Mira, chaval… Ejem. Yo cumplo muy bien mis tareas, pero llevo poco tiempo, y el de antes parece que se dejaba sobornar, así que todavía no ha empezado a notarse mi trabajo. Pero pronto se quedará sin nada con lo que poder hacer lo que quiera que haga ahí dentro. – Contestó el pequeño ser con orgullo por un buen trabajo realizado.

Una nueva explosión agito la estancia una vez más.

– ¿Quieres decir que no hay nada con lo que se te pueda convencer para dejarme hacer la entrega?

– Bueno, a ver… Ejem. No digo que no tenga precio, pero no me vale cualquier cosa. Uno tiene principios. – El duende dio un último sorbo a la bebida y bufó con enfado al darse cuenta de que no le quedaba más.

– Joder, creo que estoy enganchado a esta mierda. – Añadió.

– ¿Qué estás bebiendo?

– Es una bebida asquerosa que llaman “mojito de pantano”. No sé de qué demonios está hecha pero me la trae un guardia llamado Lluiva de una taberna que hay en la ciudadela, y ya soy tan buen cliente que he conseguido como regalo esta pajita tan chula. Ejem

La sonrisa del Duendecillo era inquietante y cómica a partes iguales.

– ¿Lluiva? Trabajo con él guardando la puerta de atrás del castillo. Si quieres puedo decirle que te traiga más de esa bebida. – Dijo Emil, que vio la oportunidad de un soborno fácil.

 – ¿En serio? ¿Puedes hacer que me suba un barril ahora mismo?

– Le diré que te mande dos barriles en cuanto termine de entregar esta caja y baje hasta donde está.

– Umm… No se… Ejem. Si se enteran de que te dejo traer materiales a la bruja me puedo meter en un buen lio… – El pequeño individuo se rasco la barbilla pensativo.

– ¿Tres barriles?

– Mis superiores son bastante severos… Ejem.

– Cuatro barriles seguro que son suficientes para que un tipo tan duro como tú, no le tenga miedo a sus superiores.

– Creo que para ser valiente de forma definitiva necesitaré cinco. – El duende guiñó un ojo para lanzar su última oferta

– Hecho. Te los traeré en cuanto realice la entrega. – Aceptó Emil.

– Si no cumples el trato... Ejem. Te aseguro que tendrás problemas conmigo, y no es nada agradable tener problemas con nadie, pero mucho menos conmigo. – Zanjó el hombrecillo verde mientras se apartaba de la puerta y volvía a desaparecer en el rincón oscuro del que salió. E inmediatamente después, no se sabe si tal vez por pura casualidad, la puerta donde estaba supuestamente encerrada la misteriosa bruja/doncella se abrió. Aunque quien se dejó ver no era la persona, o ser, que Emil esperaba.

Desde la inmensa y oscura profundidad de sus cuencas vacías, una calavera miró fijamente, si es que a aquello se le podía llamar “mirar”, al que había sido un valiente guerrero y en estos momentos temblaba como el más cobarde de todos los guardias del casillo.

– Buenas tardes, señor… – La esquelética y siniestra figura sacó un libreto de la túnica negra con la que se cubría y pasó algunas páginas llenas de nombres de personas, algunos de ellos tachados.

– Interesante. – dijo mientras daba unos golpecitos en el papel con su huesudo dedo índice. 

– Así que ahora, señor héroe super importante, está usted en mi lista.

Emil no supo que responder. Continuaba tembloroso, sin poder moverse del sitio, pensando que había llegado su hora. Al fin y al cabo, era obvio que tenía delante… ¡A la mismísima Muerte!

– La Muerte de los guardias, para ser más exactos. Y si, leo el pensamiento.

Era cierto que había diferencias entre la criatura que estaba plantada frente al joven y como le habían contado que sería la responsable de llevarse su alma. Para empezar en vez de una guadaña, esta llevaba una lanza, y bajo su túnica oscura iba perfectamente uniformada con la armadura de la guardia de palacio… con su casco incluido.

– Maldita sea, no sabía que estaba tan enfermo como para… morir.

– Oh no, tranquilo, no estoy aquí por ti. Solo… – La Muerte de los guardias se giró y miró hacia atrás. – He sido molestad… quiero decir, invocado.

Emil por fin reaccionó e inclino ligeramente su cuerpo y su cabeza a un lado para tratar de ver a la persona a la que el espectro se refería y que estaría justo detrás.

– Oh, perfecto. No solo me traen mi máquina de “ruidomancía  grafítica”. Además también tengo sujeto de pruebas. – Dijo una joven. Y tras una pausa, para recorrer con la mirada al guardia de la cabeza a los pies, añadió – No te quedes ahí parado, pasa y pon esa caja sobre la mesa. Hace mucho tiempo que la estoy esperando.

 La mujer a la que llamaban bruja, y que habían descrito como alguien extremadamente peligrosa, tenía una voz muy suave y agradable incluso cuando daba órdenes. Bajo su larga melena de cabello negro y un flequillo que ocultaba parte del lado izquierdo de su rostro, dejaba ver una mirada despierta y curiosa, protagonizada por ojos de un intenso color verde, en contraste con unas pestañas que, con ayuda de un poco de maquillaje, producían la ilusión óptica de ser larguísimas. 

Emil pensó que tal vez la fama se la había dado su vestuario, consistente en un vestido corto, de color negro y unas botas altas con la puntera afilada. Aunque luego se dijo a si mismo que, para ser de una bruja de verdad, le faltaba un sombrero puntiagudo, tal y como solían describirlas en los libros, por lo que seguramente todas las historias sobre ella debían ser habladurías.  

La Muerte de los guardias miró a un lado, luego a otro y se acercó al chico para susurrarle de modo confidencial.

– Se supone que hoy tengo el día libre, así que no hagas ni digas ninguna tontería. Esta mujer tiene la mecha muy corta.

Y tras el desconcertante comentario se puso en marcha, caminando hacia las escaleras por las que se accedía a la torre y bajando por ellas. Así, durante unos segundos se escucharon los pasos de unos huesos pisando la piedra del suelo y luego se hizo el silencio.

Emil se asomó, pero ya no vio a nadie. Por un momento se detuvo a pensar que acababa de burlar a la muerte y, con  ese último pensamiento, se atrevió a entrar en la habitación, cerrar la puerta tras de sí  y colocar la caja que debía entregar en la mesa que había en el centro, tal y como le habían pedido, sin caer en la cuenta de que recientemente le acababan de nombrar como “sujeto de pruebas”.

La habitación de la torre era bastante grande y con un techo altísimo que había permitido acoplar elevadas estanterías repletas de libros pegadas a las pareces. La doncella parecía haberse hecho a medida un complejo estudio/laboratorio/zona de experimentación dividido por zonas: Al fondo podían verse los clásicos círculos con pentagrama demoniaco pintado en el suelo con tiza, para hacer invocaciones; en el centro, donde se encontraba el ahora confuso muchacho, una mesa de madera vieja, donde podían caber tumbadas un par de personas. Junto a ella, unos bancos del mismo material; y para terminar, un montón de tarros de cristal de las más diversas formas que contenían fluidos burbujeantes, brillantes o capaces de emitir chispas, vibrar e incluso algunos que parecían tener vida y manifestaban buscar la forma de intentar desenroscar la tapa y escaparse.

Estaba claro que seguramente la mezcla de algunos de estos líquidos extraños sería la causa de de las explosiones que se habían sentido últimamente en esta parte del castillo.

Así, con los últimos acontecimientos y observando lo que tenía alrededor, en la cabeza del joven guardia empezaba a formarse la idea de que había sido una mala idea ofrecerse a subir hasta allí para preguntar por su estado de salud y si tenía alguna solución. Al fin y al cabo era mejor seguir sintiéndose extraño, pero con vida. Por lo que decidió que ya había cumplido y debía marcharse cuanto antes.

– Emmm, muy buenas tardes. Yo… Err, voy a ir regresando a mi puesto, que se está haciendo tarde y he dejado solo a mi compañero.

– ¡Espera!

Emil se temía que iban a decirle justo aquello.

– Muahahaha, ¡no puedes marcharte hasta que hayamos probado mi nueva máquina de ruidomancía grafítica! No vienen muchos sujetos de prueba por aquí cuando una está bajo custodia, ¿sabes?

Y de repente el joven sintió sus piernas pesadas, y moverse se le hizo cada vez más difícil a cada paso que daba hacia la puerta, hasta que agotado, no tuvo más remedio que rendirse y detenerse. 

(Continuará...)

Comentarios