Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulo III)

 


Capítulo III: Diagnóstico por Resonancia Grafítica

– Está bien, me quedaré un poco más. Pero… ¿Puedes dejar de usar tu magia contra mí?

– ¿De qué estás hablando? ¿Qué magia? No estoy haciendo nada ahora mismo. – Contestó la chica.

– ¡¿Y por qué tengo las piernas dormidas y casi no puedo moverme?!

La doncella asomó su cabeza desde el lado derecho de Emil, mirando su cuerpo de arriba abajo y luego le mostró sus manos con las palmas abiertas. Estas no parecían sostener ningún objeto ni presentar ningún destello brillante, chisporroteo, muestra de magia o truco.

– ¿Ves? Sea lo que sea lo que te ocurre, no tengo la culpa.

– ¡¿Y qué me está pasando entonces?!

La chica no dijo nada, solo se dirigió hacia la caja que Emil acababa de dejar sobre la mesa y la abrió haciendo palanca con un objeto metálico plano que tenía cerca. De allí sacó un par de pequeños demonios que parecían patalear enfadados ante el terreno laboral que se les presentaba en su vida a partir de ese momento. Eso, y algunos instrumentos extraños más, cuya función sería la de formar parte de una compleja maquinaria.

– Por cierto, mi nombre es Emeral – Dijo la joven misteriosa, mientras se colocaba unas gafas y se sentaba tranquilamente delante de la mesa a ensamblar piezas con impresionante tranquilidad.

– ¡Déjate de presentaciones como si no pasara nada! ¡Noto como un hormigueo subiéndome por las piernas y no puedo moverlas! ¡¿Qué me pasa?! Quiero decir… tengo fuerza para mantenerme de pie, pero… ¡Es como si me hubiera olvidado de andar! – Contestó Emil asustado.

– Pues, sinceramente, no sé lo que te estará pasando, pero no es mi culpa.

– ¿¡Y no puedes ayudarme!?

– Vaya, vaya. Ahora resulta que quieres mi ayuda…

Emeral se quedó mirando al inmóvil y confundido joven mientras cruzaba las piernas y se tocaba el mentón con los dedos de una mano, tomando lo que ella llamaba una “pose de pensamiento científico”.

– ¿Y bien? – Emil, que apenas podía girar medio cuerpo para verla por el rabillo del ojo esperó una explicación, pero solo acertó a escucharse una especie de suspiro.

– Mmmmm – Acertó a casi decir la doncella finalmente. Y se hizo un largo silencio en la estancia cuando la joven volvió a sus asuntos sin mostrar ningún remordimiento.

– Lo que estoy montando aquí es una máquina llamada “Ruidomancía Gráfitica”, y nos permitirá obtener una representación pictórica de lo que pueda estar pasando dentro de tu cabeza.

– ¿Mi cabeza? ¡Pero si lo que me fallan son las piernas!

El ruido de un martillo clavando con fuerza unas puntas metálicas sobre unos tablones ahogó las quejas que pudiera tener el chico inmóvil que antaño se sintió el más grande de los héroes y ahora solo se percibía a sí mismo como  un adorno más de la habitación. Arqueó sus cejas y dejó caer su cuerpo al suelo entregándoselo por completo a la gravedad en señal de rendición.

– De verdad que no he venido a molestarla, señora. Yo… solo quiero volver a mi puesto con mi compañero, que me está esperando y…

– ¿Ya has sentido cosas extrañas en tu cuerpo antes, verdad? – Interrumpió la chica.

A Emil le vinieron a la mente un montón de recuerdos de momentos en los que tuvo sensaciones extrañas y trazó rápidamente una teoría de la conspiración que le hizo extender su dedo acusador hacia la joven.

– ¡Tú has preparado todo esto! ¡Es cierto que eres una bruja, y seguro que me has estado hechizando todo este tiempo!

– ¡¿Qué dices?! ¡Pero si acabamos de conocernos! – Dijo Emeral totalmente indignada.

– ¡¿Y porqué sabes tantas cosas de mi?!

– ¿Yo? ¡Pero si solo he señalado lo obvio! Algo te está pasando, ¿no?

– Y sin duda hay magia oscura detrás de todo esto. – Los ojos del guardia del castillo se humedecieron hasta casi el llanto de impotencia.

– Mira… Está bien, ¿vale? Me has pillado. Sooooy una bruja malvada que come niños. ¿Así mejor? Ahora necesito extraer un demonio que hay dentro de ti para usarlo en mis encantamientos y pociones. ¿De acuerdo? ¿Te convenzo con eso de que te dejes ayudar, o tengo que amenazarte con convertirte en rana?

Emil notó el tono de ironía en la voz de la mujer y cogió aire para dar una respuesta, pero solo pudo levantar su ceja izquierda, confuso sin saber que decir, hasta que sus pulmones se rindieron y dejaron escapar todo el soplo contenido sin convertirlo en mensaje alguno.

– Que saquemos el mal de tu cuerpo también te beneficia a ti, ¿no? – La voz de la doncella se volvió más calmada y negociadora. – Venga, y te prometo que luego te dejaré irte.

– No tengo elección, ¿verdad? – Dijo finalmente el chico, acompañando sus palabras con un gesto de rendición en su rostro.

– Te ayudaré a tumbarte en la mesa. Y verás como pronto averiguamos que te está pasando.

Emil extendió su mano y trató de incorporarse sujetándose a la doncella, que a pesar de su tamaño, parecía tener la fuerza suficiente como para sostenerle. Así, juntos, recorrieron los escasos metros que les distanciaban de la mesa de madera en un esfuerzo que les hizo sentir como si hubieran recorrido kilómetros, paso a paso, y finalizando con un último impulso necesario para tumbarse boca arriba sobre la superficie de madera deseada.

– Muy bien, prepárate porque vamos a empezar, y lo primero… ¡Voy a enseñarte cómo funciona esta máquina tan increíble que he diseñado y montado yo solita!

Y antes de que el chico se diera cuenta, Emeral saco unas tablas de debajo de la mesa y con un extraño mecanismo de poleas y ruedas dentadas, se acabó convirtiendo en una caja que envolvía todo el cuerpo del chico. Después, otra caja más pequeña con una abertura y unos barrotes en ella, fue colocada para cubrir su cabeza.

– A la izquierda de tu cabeza habrá un demonio con sordera, que va a gritar y hacer todo tipo de ruidos en tu oreja. ¿Vale? Y por otro lado, a la derecha, tendremos otro demonio, en este caso ciego, que interpretará en un lienzo una pintura de lo que le sugiera el sonido que le llegue, tras haber pasado resonando por el interior de tu cabeza. ¿Lo comprendes? ¿Entiendes ahora el nombre de “Resonancia Grafítica” de mi impresionante invento? – La joven sonreía orgullosa de su creación mientras explicaba su funcionamiento.

– ¡¿Has dicho demonios?! ¡¿Me estás diciendo que me va a dar un concierto en el oído un ser infernal, mientras otro va a estar dibujando no se qué cosas sobre mi?! – Contestó Emil, enormemente nervioso y sin poder ver nada más que el techo a través de unos barrotes.

– Si, algo así. Son demonios muy pequeños y de clases inferiores. Procura no moverte durante una hora o tendremos que repetirlo todo desde el principio.

– Espera, ¿has dicho una hora?

La superficie de la mesa se deslizó hacia atrás y una cubierta con forma tubular se interpuso en las maravillosas vistas de la techumbre de la habitación que había tenido el chico hasta ese instante.

Emil acababa de descubrir que tenía claustrofobia.

Unos leves golpecitos indicaron que el proceso de diagnóstico del artefacto bautizado como Resonancia grafítica había comenzado. El pequeño ser de color morado oscuro como una berenjena, orejas puntiagudas y cola que terminaba en forma de flecha hinchó sus pulmones para iniciar su canto. Mientras, golpeaba la madera con el pie de forma rítmica y aquellos sonidos se percibían de forma más directa e intensa en esa especie de cubículo donde ahora estaba encerrada la cabeza del “sujeto de pruebas”

– Bueno, de momento no parece para tanto… – pronunció el guardia del castillo desde su jaula.

– ¡No te muevas! – indicó la voz de la doncella desde fuera.

Y de pronto un chillido agudo que iba subiendo de tono, junto con golpes más intensos y repetitivos asustaron al joven, que no pudo evitar encogerse por un instante. Lo que hizo que el proceso se detuviera.

– Te dije que no te movieras. ¡Ahora tenemos que empezar de nuevo!

– ¿Qué? ¿Pero por qué? Es imposible aguantar esos ruidos sin moverse ni un poquito. Me he asustado y…

La doncella abrió una pequeña puerta en el lado derecho del artilugio para sacar un pergamino en el que el pequeño demonio ciego había escrito: “error 101, yo es que si te mueves, no pinto a gusto”. Luego, repitió la búsqueda en el lado izquierdo, donde el demonio sordo, emitía repetidamente el sonido: “pi, pi, pi, pi” hasta que recibió tres golpecitos en la cabeza y se quedó en silencio.

– Se que el alboroto que escucharás desde dentro será repetitivo y molesto, pero si quieres que todo salga bien… ¡no debes MO-VER-TE! ¿Entiendes?

– Empezamos de nuevo. Una hora. Trata de relajarte pensando en otras cosas.

El molesto proceso sonoro comenzó de nuevo, esta vez con un Emil, totalmente inmóvil, concentrándose en tratar de encontrar una forma de evadirse mentalmente de la situación en la que se había metido. Soportando chillidos y golpes del pequeño demonio, que eran machacones y rítmicos, y se alargaban en el tiempo con pequeñas variaciones de forma periódica, cuya única norma a cumplir, era que no podían nunca dejar de ser extremadamente irritantes para el usuario. Fue la hora más larga en la vida del joven guardia del castillo, que tuvo tiempo de pensar en todos los errores cometidos durante su vida, los cuales le colocaron un nudo en la garganta que le complicó aún más el proceso, con ligeras dificultades para respirar. Así, para evadirse de aquello, intentó entablar conversación con la mujer que le estaba torturando de aquella manera, para ver si le servía como distracción.

– ¿Qué diantres son estos chillidos y golpes tan molestos? ¿De verdad es necesario?

– Me temo que sí. Intenta no prestarles atención y pensar que estás en otra parte. Es solo un poco de Reggaedemón, la música de moda entre los jóvenes demonios. – trató de explicar la joven, observando mientras, al pequeño demonio danzante que chillaba y golpeaba diversos instrumentos en miniatura dentro de la máquina. – ¡Guau! ¡Este es bastante bueno en lo suyo! ¡Canta con Infernotune™ y todo!

¿Imaginar que está en otra parte? Emil pensó que no era tan mala idea y que sin duda podría hacerlo. Solo necesitaba un poco de concentración. Pensar un buen lugar al que dejar escapar su imaginación entre el “¡Tocococo, Pumba, pumba!” y el “¡Ratatatatata, traca, traca!” de aquel endiablado ingenio. Librarse de todo eso y marcharse a algún buen recuerdo. A tiempos mejores. Una vida más tranquila, llena de éxitos. Llena de... ¿Peces?

De pronto Emil se encontró buceando sobre limpias y transparentes aguas de una playa en el archipiélago de Sueminenfi. Parecía escucharse un estrépito, pero este se ahogaba bajo el líquido y difícilmente podía percibirse si uno no se concentraba en él. Sin embargo, había otros sonidos en los que merecía más la pena centrarse. Se impulsó hacia la luz de la superficie siguiendo algo más armonioso. Más agradable. Y cuando por fin sacó su cabeza del agua, pudo escuchar a su espalda una risa femenina que despertó en él una increíble calidez y nostalgia. Sus ojos se abrieron como platos y una lágrima le cayó por sus mejillas, mientras los músculos encargados de dibujar en su rostro una sonrisa, se tensaron en un incontrolable acto reflejo activado por la felicidad. Al fin, se giró para contemplar una silueta en el horizonte. Una mujer que le saludaba y que no acertaba a reconocer por la humedad que llenaba sus ojos y dificultaba su visión. Se limpió apresuradamente las lágrimas y se esmeró en enfocar para tratar de reconocer a la misteriosa figura cuyo recuerdo se ocultaba en lo más profundo de su mente. Sin duda se trataba de…

– Pi, pi, pi, pi.

– ¡¿Quién era?!

– ¿Quién era qué? ¿De qué hablas? – dijo Emeral, que le había quitado de encima gran parte de la complicada maquinaria a Emil, y le hablaba desde detrás de los barrotes de la última jaula que contenía su cabeza.

– ¡Hemos terminado! Te has portado de maravilla esta vez.

El ya liberado joven, se incorporó y se sentó en la mesa algo mareado y confundido. Tratando de terminar de liberar el recuerdo que quedó interrumpido en su reciente ensoñación. Pero no fue capaz.

De nuevo, la doncella abrió una de las puertecitas del artefacto, en la parte derecha, donde se suponía que estaba el pequeño demonio ciego, y extrajo un dibujo en tinta negra que parecía representar la huella de una pata de gato. Era el diagnóstico. La imagen que daba la representación de lo que había escuchado el diminuto ser infernal dentro del cuerpo del sujeto de pruebas. Y no, no era lo normal. Había algo que no estaba funcionando como debiera. Así, con preocupación y mucha curiosidad, la joven se dirigió hacia las enormes estanterías apoyadas sobre las paredes de la estancia y rebuscó como loca entre varios libros. Pasaba páginas, leía algún título o un índice apresuradamente y lanzaba el libro hacia atrás por encima de su hombro para repetir la búsqueda en otro. Repetía y buscaba en el siguiente, y luego en el siguiente. Libro tras libro. Mientras, Emil solo podía mirarla desde su desconcierto y tratar de entender que estaba ocurriendo.

– ¡Aquí está! ¡Lo tengo! – Anunció finalmente cuando dio con el libro y el párrafo correcto.

La chica se giró y se aproximo hacia la mesa donde el joven guardia seguía sentado y le enseñó un dibujo en la página de un libro al mismo tiempo que le mostró el que había sacado de la máquina de “Resonancia Grafítica”.

Eran muy parecidos.

– Me temo que tienes “Esclerosis Máxima”

– ¿Cómo? – Acertó únicamente a responder, Emil.

– “Esclerosis Máxima es una enfermedad producida por el propio cuerpo a si mismo que hace que algunas conexiones internas no funcionen correctamente, por lo que se puede perder movilidad, fuerza o percibir sensaciones extrañas” – Leyó la mujer. – “El cuerpo puede ir funcionando peor con el paso del tiempo y las órdenes pensadas, ejecutadas cada vez de forma más torpe por parte del sujeto”.

– No entiendo nada…

– Parece que tienes algunos cables pelados…

– ¡¿Qué?! Espera… ¡Creo que aun siento ciertas molestias, pero ya puedo mover las piernas!

Emil se puso de pié  y disfruto aliviado de, aunque requiriendo un pequeño esfuerzo extra por una ligera pérdida de fuerza, volver a poder pasearse por la habitación.

– “Aunque algunas de las conexiones internas pueden volver a funcionar y el sujeto recuperar ciertas funciones o sensaciones perdidas eventualmente.”

– Sin duda. Tengo razón. Es esclerosis Máxima.

El chico tropezó durante su caminata de prueba y se quejó de que aun sentía hormigueos en ambas piernas. Fuese lo que fuese, había mejorado y ya podía “recordar como caminar”, pero aun tendría problemas

– Vale, no he entendido nada, pero da un poco de miedo, así que… ¿Puedes hacer tu magia y sanarme, por favor?

El dedo de la joven continuó marcando la siguiente línea del texto.

– “Esta afección es para toda la vida de la persona que la padece y actualmente, aunque existe un tratamiento para frenar el avance de su empeoramiento, no tiene cura conocida”.

– Errr… ¿Pero… tu… tu sabes curar esto, no?

– Quizás pueda investigar cual es el tratamiento… Pero… No, si no se sabe una cura… Yo tampoco se como…

– ¡¿Pero qué birria de bruja eres?!

– ¡Sin faltar! ¡Que no he dicho que fuera una bruja! ¡Y te estaba ayudando!

El mundo empezó a derrumbarse alrededor del joven guardia de palacio hasta el punto de olvidarse de que intentaba traer de vuelta un recuerdo importante que había visualizado recientemente. Solo podía pensar que según lo poco que había comprendido de aquellas complicadas explicaciones, no solo no volvería a ser el de antes, si no que iría siendo cada vez más torpe y teniendo cada vez sensaciones más extrañas y descontroladas. Aquello parecía el fin, incluso para alguien tan luchador como él, que había superado tantas batallas. Tantos problemas… Y el peor estaba en su propio cuerpo…

– ¡¿Pero por que se hiere a sí mismo?! ¡El muy estúpido!

Bajó la cabeza, hundido por la incertidumbre, y de pronto vio un gato negro enganchado en su pierna izquierda. El bicho le devolvió la mirada y le clavó una de sus zarpas haciéndole soltar un alarido de dolor, antes de tropezar, volver a caer al suelo, y golpearse la mollera perdiendo el conocimiento.

(Continuará...)

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