Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos VI y VII)

 


Capítulo VI : Fred Melofo

Una vez terminó de viajar a otros mundos gracias a la suspensión de la realidad producida por la pérdida del conocimiento, Emil se frotó los ojos y volvió lentamente al punto de su vida en el que tenía que enfrentarse con el jarro de agua fría de un diagnostico sin aparente solución. En ese preciso instante, un interruptor en su interior, pareció cambiar de posición desde “enfado” a “negociación”.

– Errr, disculpa… esto… Emeral, ¿verdad?

La joven aun se frotaba la frente y se quejaba del chichón que acababa de recibir en el repentino impacto del despertar de su “paciente”.

– Vaya, parece que por fin te has aprendido mi nombre y has abandonado lo de llamarme bruja. Se agradece, la verdad – contestó la doncella mientras se levantaba y se sacudía el polvo del vestido.

– Mira, no sé si serás una bruja, una hechicera o un ángel – El chico se paró un segundo a reflexionar – Bueno, un ángel no creo, por que mira las pintas que llevas y la habitación donde vives.

– Tampoco es que me dejen salir de aquí a hacer compras y redecorar el sitio, ¿sabes? – Interrumpió Emeral

– Lo siento, tienes toda la razón, pero… ¿Por dónde iba? Ah, sí. Yo creo que pareces buena persona…

– ¿Parezco?

– O no, no lo sé, pero quiero pensar que sí, y que tal vez, aunque sea por un precio razonable, podrías curarme o recomendarme a alguien que sea capaz de ello.

– Mira, sé que es duro lo que te está pasando. Es decir, no puedo llegar a ponerme en tu lugar totalmente por qué no he vivido algo parecido, pero intento comprenderte y… No, no se trata de algo que pueda resolverse con un montón de oro. La cuestión es que como ya te he dicho, no hay una cura conocida, y si alguien te dice lo contrario te estará engañando.

– Pero…

– Lo siento, pero tendrás que convivir con ello lo mejor que puedas.

Estas últimas palabras pronunciadas por la joven sonaron a rotunda condena para Emil, y se sumaron a las que pronunció esa extraña figura que se identificó como “Tito Cerebro”, en las que le explicaba que tal vez tendría que encontrar momentos de felicidad en otras cosas que no habían sido sus metas desde siempre. Aquello lo derrumbó anímicamente. Y es que, algo en su interior le hacía sentir que efectivamente era cierto todo lo que le habían dicho, pero asumir eso, se tendría que poner a la cola de cosas para ser asumidas, porque en primera posición estaba la idea: “padeces una enfermedad que no puede curarse, pero si ir a peor”, plantada allí en su cabeza, esperando a ser atendida, y sin dejar espacio para nada más.

– ¿Dónde naciste? ¿Tienes algún lugar de tu infancia al que volver? – Preguntó Emeral al ver que sus palabras empezaban a sumergir al joven en la depresión.

– ¿Qué? Si… Nací bastante lejos de aquí, en Tralesia, un pueblo en el archipiélago de Sueminenfi. ¿Lo conoces?

– Bastante lejos, si…

– ¡Espera! Eso me recuerda que antes, mientras estaba atrapado en ese trasto que hacia ruidos…

– Resonancia Grafítica, creada por la inteligente, atractiva y querida por todos, Emeral. Es decir, una servidora. – La chica hizo una señal de victoria enseñando dos dedos de la mano para formar una letra uve.

– Si… eso. El caso es que he tenido un recuerdo de mi juventud en Tralesia que creo que había olvidado por algún motivo. Pero no he terminado de visualizarlo por completo, y siento que faltan cosas importantes.

– ¡Lo sabía!

– ¿Qué sabías?

– Que lo que más te puede ayudar en estos momentos es un viaje de reconciliación con tu pasado, ver a tu familia, y sobre todo unas buenas vacaciones.

– Pero abandoné aquel lugar para venir aquí y convertirme en un héroe, y sinceramente, no creo que vaya a ayudarme a que me recupere y pueda volver a serlo.

– Mira… tu de momento tómate unos días para entender lo que está pasando, descansa, porque es lo que tu cuerpo te está pidiendo, y ya volveremos a hablar si quieres que busquemos un tratamiento para que te vaya lo mejor posible.

– Pero tardaría semanas en llegar hasta allí, y tengo que volver a mi puesto de guardia.

– Tu puesto de guardia no peligra. Ya has visto la poca actividad que hay a este lado del castillo, y respecto a lo de cómo llegar al archipiélago… – la joven se puso la mano en el mentón en gesto pensativo y dibujó en su rostro una sonrisa pícara. – Lo de cómo llegar al archipiélago déjalo en mis manos. – sentenció después de la breve pausa.

La doncella de ojos verdes se dirigió con decisión al punto de la habitación donde había pintados todo tipo de pentagramas, estrellas, runas y otros símbolos en el suelo y se colocó justo encima de uno, consistente en el circulo más perfecto que haya podido dibujar jamás un ser humano con tiza. Después, miró hacia el techo, pegó los brazos al cuerpo y colocó las palmas de sus manos apuntando hacia atrás, con los dedos extendidos. Así, por algún tipo de hechizo que nunca comprendería, Emil contemplo desde su punto de visión, como empezaba a surgir algún tipo de brisa desde el suelo que mecía suavemente la ropa y los cabellos de la chica, mientras esta cerraba los ojos para concentrarse y convertía de repente, toda aquella energía invisible en un espectáculo de luces y chispas moradas y azuladas, que terminaron por levantar desde la circunferencia del suelo, una especie de cilindro luminoso hasta la altura de su cabeza. Acto seguido, la joven levanto una manó y “recogió” aquella inmaterial magia, que se convirtió en un pequeño toroide brillante, el cual dejó suspendido en el aire a su lado, y que, en su centro, parecía contener un agujero conectado a otra parte.

– ¡Listo! Espero que tengas todo lo que necesitas por que partimos en este momento. – enunció la hechicera ante un boquiabierto Emil, que no creía, y sobre todo no entendía lo que estaba pasando.

Acto seguido, un leve toque de la hechicera con el dedo índice en el pequeño toroide mágico lo hizo expandirse a una velocidad vertiginosa, tragándose en menos de un segundo a las dos personas que habitaban la habitación en ese momento, y de forma inesperada, a un misterioso gato negro que había estado escondiéndose y que se coló en el radio de acción del hechizo con un salto en el último instante. Así, lo que antes había sido una estancia del castillo, se había convertido de repente en un oscuro y húmedo túnel de roca con una enorme puerta de entrada, fabricada en madera de roble y con bisagras y una cerradura de metal cobrizo, muy adornada con extrañas inscripciones en una lengua desconocida, tras la cual se escuchaban murmullos y rugidos que erizarían la piel hasta de la persona más valiente.

– ¿Vamos al archipiélago? ¿No?

Emeral, conjuró de la nada sobre su mano derecha una llave grande de bronce y se dirigió a la misteriosa puerta, donde la encajó en el cierre y acto seguido la giró con determinación. Posteriormente, tras dar un paso atrás, la entrada se fue revelando lentamente gracias a una pesada hoja del pórtico que se movió con calma, quejándose con un estrepitoso chirrido. Lo que vino después, fue una luz cegadora y el preocupante silencio donde antes habían estado los ya mencionados rugidos y murmullos. Sin duda una señal de que lo que quiera que estuviera generando alboroto, había oído llegar a alguien y había pasado al sigiloso acecho.

Emil tragó saliva y miró hacia atrás.

No había escapatoria. O seguía a la chica y se arriesgaba a ser devorado por una criatura infernal o quedaba atrapado para siempre en una cueva, situada seguramente en otra dimensión. Así que se lo pensó un poco y finalmente decidió lo primero. Pero no porque recordara que fue un gran Héroe en el pasado capaz de enfrentarse a todo, si no, solo porque Emeral ya hacía tiempo que había cruzado y se alejaba, mientras la puerta y esta empezaba a cerrarse, metiéndole un poco de prisa en su decisión.

La nueva estancia era más húmeda y sobre todo más oscura, pero se veía lo suficiente para saber dónde poner  el pie y caminar así con cierta seguridad. Podían escucharse gotas de agua erosionando la roca, el viento y los pasos de los nuevos viajeros, junto con alguno inapreciable para incautos, y que les seguía discretamente. Era un camino recto hacia el otro lado de un túnel y no tenía perdida. Incluso no parecía largo, ni por momentos, inseguro. Por fin el joven guardia del castillo podía relajarse y avanzar con tranquilidad hacia su pasado. ¿Sería verdad que aquello era un tipo de atajo para ir al archipiélago?

De repente algo viscoso se posó sobre su hombro y le acarició en un movimiento tortuosamente lento que lo dejó paralizado.

– ¿Emeral?

– ¿Si? ¿Qué pasa?

– ¿Puedes decirme si tengo una serpiente en el hombro derecho? No querría girarme para mirar, que se asuste, y tengamos un malentendido del que todos podamos arrepentirnos mañana. Sobre todo yo, cuando ya no esté en el mundo de los vivos.

La chica se giró y pasó de una expresión de sorpresa, a una inquietante y repentina alegría.

– ¡Ey, mira! ¡Le caes bien!

– Perdona, pero… ¿A qué o a quién le caigo bien exactamente? – preguntó Emil , aun paralizado por la preocupación.

– ¡A Fred!

– No te preocupes, es buena gent… Umm buena, er… Cos… Criatur… Bueno, no sé clasificarlo. – La doncella se rindió en su intento de catalogar a aquel ser.

Al guardia de palacio no le tranquilizó nada aquello, por lo que no se permitió el lujo de relajarse y siguió resistiendo inmóvil que algo serpenteara por su hombro y se dirigiera hacia su cuello con pavorosa calma.

Un larguísimo tentáculo de color morado que salía de un agujero en una de las paredes de la cueva, le saludo en su mejilla derecha de forma similar a un perro que lame afectivamente la cara de su dueño.

– ¿Ves? Está encantado de tu visita. – dijo Emeral sonriendo

– Es un encanto este Fred. Le adoro. – Añadió.

Emil se relajó y por fin pudo mirar al viscoso y cariñoso ser, o más bien a una parte de él, que pronto añadió algunos tentáculos más saliendo de más agujeros en la pared.

– ¿Qué es Fred exactamente, un pulpo gigante o…? Se atrevió por fin a preguntar el joven.

– Si hubiera que calificarlo, Fred es… Un ser con muchísimos tentáculos. Es además, el encargado de vigilar este túnel y conectar la puerta de entrada con el lugar desde el que es invocado y la salida con el lugar al que se desea ir.

– ¿Entonces estamos en algo así como un portal mágico? – Volvió a preguntar el chico después de despedirse con un apretón de “manos” a su nuevo amigo y seguir caminando

– Más como un atajo a través de su mundo.

– ¿Pero entonces… Fred no tiene un cuerpo? ¿Sólo un montón de apéndices viscosos?

– Oh, no. Si que tiene cuerpo… En alguna parte de esta dimensión. Y hasta una cara. Lo que pasa es que pocas personas han podido verlo. Pero se cuenta que es un tipo increíblemente guapo, así que entre Quienes recurrimos a este conjuro para viajar acortando distancias, lo rebautizamos como “Fred Melofo”

– ¿Qué significa?

– Nada, nada. Cosas de hechiceras y hechiceros jóvenes.

– Oh, claro. Ya…

– Parece que por fin llegamos.

Y efectivamente, en el otro extremo de la cueva que acababan de alcanzar, podía verse el cielo azul claro y despejado que, junto a un enorme sol resplandeciente se situaban en lo alto del viejo archipiélago de Sueminenfi.

La nostalgia invadió de pronto al joven Emil. Especialmente cuando se asomó al exterior de la cueva y pudo ver las blancas y pequeñas casas del pueblo costero de Tralesia. Sin embargo, de pronto, un empujón lo sacó de sus ensoñaciones y también de la cueva, directo a morder el polvo.

– ¡Bueno, pues ha sido un placer! Tengo cosas que hacer, así que… ¡Ya nos veremos!

– Espera, como voy a volv…

Y antes de que el chico pudiera terminar la frase y levantarse, la salida del túnel mágico que recientemente habían superado, se esfumó.



Capítulo VII: La Doctora Memma

En la plaza de la ciudadela cercana al castillo, se arremolinaban decenas, tal vez cientos de personas alrededor un señor de unos 80 años subido a una silla. A primera vista, pareciera que estaba siendo aclamado por las masas mientras enunciaba algún tipo de discurso político, pero no se trataba exactamente de eso, a pesar de que había mucho de político en su discurso. 

La Doctora Memma, que empezaba a tener fama de ser la mejor “comosedigacóloga” del reino, probaba con sus pacientes una nueva terapia consistente en gritar en voz alta todos tus problemas como forma de liberación: “Quéjate a los cuatro vientos de todo lo que te molesta por una moneda de cobre” rezaba un cartel cercano. Y allí, la gente se concentraba para, efectivamente, quejarse. 

Se quejaban del vecino ruidoso, que a su vez se quejaría después de que le llamaran “escandaloso chiflado”, se quejaban de que la justicia solo se le aplicaba al pobre y el rico siempre se acabara saliendo con la suya, se quejaban del marido que se pasaba horas dormido sin hacer nada, con queja de respuesta hacia la mujer que no le dejaba dormir una larga siesta con tranquilidad, incluso se atrevían a quejarse de que el rey les quitara la mayor parte de su cosecha, de mantener una sociedad corrupta y escasamente empática, de la falta de diversidad y libertad para enamorarse de quien quisieran, de la represión, de la desigualdad, de la falta de derechos… En definitiva, temas que antes no podían ni susurrarse en secreto, se estaban gritando a pleno pulmón en el mismo centro donde se reunían todos los habitantes del reino, además, a la vista de las patrullas encargadas de reprimir ese tipo de discursos. Y es que hasta la guardia del castillo se había unido a la masa y jaleaban junto al pueblo lo complicado que era mantenerse en la parte baja de la pirámide social. 

Aquello era una revolución en toda regla. ¡Y por el módico precio de una moneda! Bueno, o increíbles oportunidades de financiación si en ese momento no disponías de ninguna.

Memma se colocó las gafas que hace unos días perdió el Mentalogicologo que se llevaron por su culpa a los calabozos, y con un trozo de carbón dibujó en un papel caras redondas con distintas y divertidas expresiones faciales. Y es que le hacía gracia, pero también de esa manera simulaba que estaba tomando notas con interés sobre lo que decían los participantes de la terapia de grupo. Sin embargo, a pesar de la buena idea y las buenas intenciones de la chica, que todo aquello aportara algún tipo de solución no era más que un espejismo. Las personas liberaban tensiones gritando, si. Pero no obtenían respuesta ni eran escuchados y, por supuesto aquello nunca tomaría el camino de convertirse en un levantamiento del pueblo contra el poder, para conseguir mejoras en su precario estilo de vida. 

Por otra parte, para quienes lo contemplaron desde las torres de vigía del castillo, aquello parecía todo lo que no era y, en seguida saltaron las alarmas que movilizaron a un gran número de soldados y al mismísimo general del ejército real para sofocar cualquier intento de revuelta popular.

Un grupo de jinetes armados hasta los dientes y vestidos de uniformes dorados, encabezados por el general, irrumpieron amenazantes en la plaza, dispersando a la gente y preguntado por el organizador de aquel alborotador, o en este caso, alborotadora.

Memma que ni se había movido de su sitio y seguía dibujando sin ser consciente de nada, se acomodó las gafas.

– Les veo gritar y no han esperado su turno, ni pagado una moneda.

– ¿Qué dice esta muchacha insolente? – Preguntó el rechoncho general a su tropa mientras le ayudaban a bajar del caballo.

– ¿Necesitan recurrir a la financiación tal vez? Ofrecemos muy buenas condiciones de crédito.

– ¡Lo que necesitamos es que alguien nos explique qué está pasando aquí!

El sol se reflejo en la calva del viejo superior del ejercito y redirigió el rallo de luz de forma tan acertada que llegó a las lentes que Memma llevaba puestas y la deslumbró, haciéndola reaccionar y levantar la vista para observar la situación en la que se encontraba.

– Ay madre, creo que estoy en problemas

– ¡Ni te lo imaginas, niña!

– A ver… esto… la gente aquí reunida, está tratando sus problemas bajo un revolucionario método que…

– ¡Aquí se estaban diciendo cosas muy graves contra gente muy importante y va a haber consecuencias para TODOS LOS IMPLICADOS como que me llamo General Nikpro! – Una vena apareció en la frente del hombre y amenazaba con explotar en cualquier momento. Al mismo tiempo, sus ojos que ya de por si eran pequeños, se cerraron con el enfado y se hicieron diminutos.

– Y todas las implicadas – contestó la voz de una joven perdida entre la masa de gente.

– Pero… señor… ¿Cómo vamos a saber quién ha dicho algo indebido? – Interrumpió un soldado.

– ¡Es que no pensaba preguntar! ¡Porque nos los llevamos a todos a las mazmorras y punto!

– Pero es que son muchos… – Añadió otro soldado

– Y muchas – Apuntó de nuevo la voz de una chica entre la multitud.

– ¿Qué? ¿Quién ha dicho…? – El militar de alto rango se coloco el bigote retorciendo la punta entre las yemas de los dedos pulgar e índice y dirigió su mirada hacia el grupo de gente.

Muchas personas empezaron a apartarse con miedo y dejaron al descubierto a una adolescente de pelo rubio que llevaba un vestido corto de color marrón un poco sucio, e iba descalza.

– En mi turno iba a quejarme de que deberíamos usar lenguaje inclusivo para que mujeres y minorías nos sintamos también participantes de los acontecimientos en los que no se nos suele implicar.

Memma, al escuchar a la chica, se sintió orgullosa de los debates y discursos que podían surgir gracias a su idea.

– ¿Lo ve? tengo una moneda. – La muchacha se sacó una pequeña moneda del cinturón de tela que llevaba atado para darle un toque de clase a su viejo ropaje haciéndolo más entallado.

– No entiendo nada… – Contestó confuso el general.

– Ya le dije que es un tratamiento experimental con el que la gente libera tensiones. Gracias a esto, la persona se sentirá mejor y más relajada, y podrá así volver a prestar un servicio al Rey de forma más productiva y alegre. – Enunció Memma con una sonrisa tensa que mantuvo anormalmente en el tiempo para intentar que quedara lo menos falsa posible. – Porque… Aquí, todos los presentes somos absolutamente leales y serviles a su Majestad ¡Por supuesto!– Añadió finalmente para relajar la tensión con la autoridad presente.

– ¡Pues a mí no me da la gana, yo soy republicano! – Manifestó otra voz, esta vez de algún anciano.

Al viejo Nikpro le surgió un tic en el ojo izquierdo, que se añadió a su vena hinchada. Además empezaba a ponerse rojo. Pero de pronto, uno de los soldados que parecía más importante que el resto, descendió de su caballo y se aproximó para calmarlo.

– Discúlpeme, mi general, pero me gustaría preguntar algo a estas buenas gentes que se han reunido aquí.

Un Capitán de cuerpo robusto, alto, y de cabellos dorados, que además sabía llevar el uniforme más reluciente y ajustado a su figura que su descuidado superior, se quitó el casco y lo sujetó debajo de la axila.

– Parece que están todos ustedes muy satisfechos con los resultados del… tratamiento que les ofrece esta buena mujer… la… Doctora Memma. ¿Estoy equivocado? – Consultó el militar a la gente.

– ¡Estamos encantados!

– ¡Yo me he quedado nueva!

– ¡Y yo! ¡Pero que conste que no soy ningún Chiflado escandaloso!

– ¡Yo por lo menos le he dicho cuatro cosas bien dichas a mi marido!

– ¡Yo he hecho publicidad de mi puesto de manzanas!

– ¡Por mi haría esto cada día!

– ¡Pues yo me he quedado bien a gusto diciendo que todos los soldados del Rey sois unos bastar…!

– ¡Que sois unos Gallardos! – Interrumpió la falsa Doctora al último bocazas.

El joven capitán abrió los ojos de par en par ante el atrevimiento de los presentes y luego agitó la cabeza para recomponerse.

– ¡Muy bien! ¡Gracias a todos por su colaboración!

– General Nikpro, ya he encontrado la forma más simple de controlar esta… pequeña rebelión.

– ¿En serio? – Contestó el mando superior incrédulo.

– Sin duda. Es tan sencillo como arrestar a una sola persona…

El dedo acusador del apuesto oficial se dirigió de forma decidida al señalamiento de la culpable de todo.

– ¡A ella!

Memma repasó mentalmente toda su vida de rebeldía y como se había ido librando por caprichos del destino, esperó unos segundos, y cuando vio una patrulla entera dirigiéndose hacia ella con unos grilletes oxidados, terminó por asumir que en esta ocasión no habría milagro que la librara de dar con sus huesos en las mazmorras del castillo.

(Continuará...)

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