Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos del VIII al XI)

 

Escribiendo capítulos nuevos

Capítulo VIII: Reclamación

Era noche cerrada en un paisaje montañoso, nevado y de escasa vegetación en los confines del mundo. Un portal mágico de color morado destacó entre lo grisáceo de la escena, apareciendo de repente con un leve y casi silencioso chisporroteo. De su interior surgió Emeral, mucho más integrada en la composición gracias a su vestimenta oscura habitual a la que, además, le había añadido unos guantes con las puntas de los dedos cortadas y una capucha cubriéndole la cabeza, en parte por el frio, si, pero también porque esos complementaos hacían más cinematográfica una reunión secreta como la que allí iba a sucederse en cualquier momento.

Tras limpiar la nieve de un par de rocas con las manos, una para ella y otra para un acompañante, se sentó a observar las estrellas.

Un interlocutor siempre puntual le evitó que tuviera que esperar mucho.

– ¿Y bien? – Dijo al notar su presencia.

Las huellas de unos pies aparecieron en la nieve a cada paso de la figura del recién llegado, con la peculiaridad de que no eran huellas de pies completos, si no solo de sus huesos.

– Dice que no lo permitirá.

– ¡Pero he cumplido las normas! ¡El puesto me corresponde por derecho!

– Pero estás… bueno… viva.

– En las normas no decía que tuviera que estar muerta.

– Las normas han cambiado.

Unas nubes que hasta ahora no habían dejado pasar el brillo emitido por la luna llena se apartaron y permitieron iluminar ligeramente al ser que acababa de ocupar el asiento junto a Emeral para conversar con ella. La muerte de los guardias repiqueteo con sus falanges de hueso sobre las piedras y clavó su lanza en la nieve.

– Las cosas no van muy bien, y el jefe piensa que ya ha cometido demasiados errores. – Dijo el esqueleto mirando al horizonte.

– Puedo arreglar sus errores – Contestó la hechicera  con seguridad.

– Muchos te apoyamos. Pero sabemos que quieres invocar el artículo 12.

– ¿Y?

– Nunca, nadie, ha invocado el artículo 12 y… No sabemos qué consecuencias podría tener.

Emeral se sacó de entre los pliegues del vestido una pequeña muñeca de trapo y la miró con nostalgia. De escaso pelo oscuro hecho de lana, llevaba un vestido negro, tenía el cuerpecito acolchado, estaba sucia y uno de sus ojos apenas se mantenía colgando de su cara gracias a un hilo muy fino. Se notaba que estaba hecha a mano y había vivido tiempos mejores.

– Estoy segura de que no pasaría nada. Igual nada ocurrió con los otros artículos escritos que si se han invocado otras veces.

– No podemos arriesgarnos.

– ¡Son solo excusas! Vuestro estúpido jefe cree que seré débil por que también soy humana como lo fue él. – Emeral se puso de pie indignada y se giro hacia su interlocutor para mirar directamente a unos destellos azulados en el centro de sus cuencas oculares vacías.

– Pero además estás viva.

­– Es cierto que se le ha concedido a la humanidad la inteligencia suficiente como para burlar la muerte en muchas ocasiones, y eso os ha dado trabajo extra porque la población ha crecido. Pero con el sistema de gremios se solucionó. Ahora tu, por ejemplo, como muerte de los guardias, solo tienes que ocuparte de quienes se dedican a eso.

– El sistema tiene fallos.

– ¿Por ejemplo?

– Las personas cambiáis a veces de objetivos, nacen nuevos gremios, otros desaparecen… Además algunos tenemos poca gente en nuestra lista y otros… demasiada.

– Eso es porque hay mucha desigualdad en la duración de la vida de las personas por su posición social. Solo hay que repensarlo todo.

– Yo creo que tu idea es buena.

– Pues si lo crees de verdad, hazle entrar en razón.

– Lo he intentado, pero creo que necesitarás más apoyos y mostrar más fortaleza.

– O morir.

– Aun te falta mucho para eso y de todas formas sabes que buscarían otra excusa para decirte que no.

La muerte de los guardias se puso de pié, extrajo su lanza de la tierra y caminó lentamente sobre la nieve hacia un hueco oscuro entre los árboles.

Cuando apenas se le distinguía, se detuvo.

– ¿Qué ha pasado con el tipo que te visitó el otro día en la torre? ¿Por qué ya no aparece en mi lista? ­– Se interesó la esquelética figura.

– Oh, está de baja por enfermedad.

– Que está… ¿qué?

– De baja. Se me acaba de ocurrir el término. Necesita recuperarse un poco, sobre todo mentalmente, antes de volver a su trabajo.

– Genial, pues si le pasa algo no sé quién de nosotros se va a ocupar de él con este nuevo invento tuyo.

– Tranquilo, no le pasará nada y pronto encontrará su camino. Es que… es complicado.

– Ese tipo te va a dar problemas, te lo digo yo.

– A los humanos no nos gusta la incertidumbre, queremos un plan y unos objetivos. Pero seguro que pronto asumirá los cambios en su vida.

– Los vivos deberíais asumir que la vida misma es incertidumbre.

Emeral se quedó pensativa sin dar una respuesta y se guardó la muñeca que había estado observando con melancolía.

– Y hablando de asumir, a ti también te vendría bien aceptar algunas cosas. – Aconsejó la figura esquelética antes de ponerse de nuevo en marcha hacia la oscuridad. – Y ahora me marcho, que tengo un largo camino por delante y… Antes en este trabajo nos proporcionaban un caballo para desplazarnos a largas distancias, pero ahora... Creo que necesitamos un sindicato o seguiremos perdiendo derechos. – Añadió finalmente como reflexión para sí mismo.

La muerte de los guardias desapareció en la negrura nocturna y dejó a la joven hechicera de nuevo pensativa en medio del silencio.

De pronto sonrió para sí misma y levantó la cabeza hacia el cielo. Estaba empezando a nevar.

– Momento perfecto para llamar a unos sirvientes. – Pensó en voz alta.

Una repentina ventisca atravesó la montaña de norte a sur y desvió la trayectoria de caída de la nieve de la vertical a una diagonal, mucho más dinámica. De nuevo, la magia de la poderosa hechicera se notaba sutilmente en el ambiente mientras tenía los ojos cerrados para concentrarse, y acabó en un estallido repentino cuando los abrió y levanto su mano derecha para finalizar el conjuro. Algunas rocas parecieron seguir una especie de magnetismo que había en sus dedos y se fueron levantando en el aire colocándose unas sobre otras. Luego repitió lo mismo con la mano izquierda y paralelamente dos figuras rocosas antropomórficas se irguieron, dejándose ver a contraluz de la luna, como siluetas amenazantes frente a la joven Emeral. Debían medir más de dos metros y levantaron sus poderosos brazos, aparentemente dispuestos a aplastar a su invocadora sin piedad. Sin embargo terminaron clavando una rodilla en la nieve y agachando lo que debían ser sus cabezas en señal de lealtad y a la espera de órdenes.

La hechicera sacó un libro viejo de la manga del vestido y mostró el retrato de un hombre a los monstruos de piedra. Bajo la imagen, un pie de foto indicaba que se trataba del un sanador e investigador que había descubierto la Esclerosis Máxima y seguía trabajando en la búsqueda de sus orígenes y tratamiento.

– Encontradle, por favor. Necesito preguntarle unas cuantas cosas. – Ordenó Emeral.

Acto seguido los dos rocosos seres se derrumbaron sobre sí mismos, levantando una gran nube de polvo y fragmentos de piedra…

… Y se volvieron a levantar en otro lejano lugar, con pedruscos del nuevo entorno, esta vez más boscoso y seco, empezando finalmente a caminar de forma ruidosa y torpe hacia unas casas que se vislumbraban en el horizonte.


Capítulo IX: Reinicio

Emil se puso de pie y se sacudió el uniforme bastante molesto. Aquella estúpida bruja, porque ahora volvía a ser una bruja perversa para él, le había dejado allí tirado y no tenía forma de volver por su propio pie, pues el castillo quedaba a semanas de camino de la península y tan solo llevaba encima unas monedas para sobrevivir a un viaje de vuelta tan largo. Así, en resumen, como no podía regresar, solo le quedó la opción de seguir avanzando.

Miró al horizonte y contempló de nuevo su pueblo natal, después respiró hondo.

Olía a mar y a pescado, pero sobre todo olía a recuerdos que había guardado en un rincón oculto dentro su cabeza. Allí se reencontraría con personas que en ese momento sintió que no tenía fuerzas para volver a ver, así que decidió posponer cualquier reunión y seguir los caminos que conocía por el bosque y dirigirse directamente a la costa. Caminó durante varios minutos, atravesando la frondosa vegetación, apartando algún que otro molesto insecto y observando la majestuosidad de la naturaleza, con árboles que le miraban desde una altura de cientos de años de crecimiento, con su troncos robustos y sus infinitas ramas, bien pobladas de hojas capaces de captar para sí mismas el calor y la luz del sol y dejar al turista agradecido una sombra fresca y la iluminación justa para ver el paisaje de forma perfecta sin destellos o brillos que le hicieran daño a la vista. De modo que el joven continuó andando hasta que empezó a oír el sonido de las gaviotas y, llegado ese momento, casi por instinto, empezar a acelerar el paso. No tuvo que correr mucho, sin embargo, para llegar a sentir que sus pies se hundían ligeramente en la arena debido al peso de su uniforme y se presentaba ante él la vista de una esplendida y soleada playa.

El guardia se quitó el uniforme y lo escondió en unos arbustos, quedándose con el torso desnudo y un pantalón corto, ajustado y algo roto por el uso, que llevaba debajo. Se contempló, palpándose el pecho a sí mismo y sintió que había perdido volumen muscular desde que dejó de ser un héroe.

Su vida había cambiado y ya no podía disfrutar de sensaciones que le encantaban: Ser referente para jóvenes que soñaban con ser tan fuertes y valientes como él, volver de una misión exitosa y que le felicitaran e invitaran a unas bebidas en la taberna, la sensación del deber cumplido, de haber salvado a alguien que se encontraba en peligro y sobre todo que sus compañeros se sentaran a su alrededor, ansiosos por escuchar las épicas historias de sus batallas más arriesgadas. Con todo, desde el momento que puso un pie en el agua, empezó a disfrutar también grandes sensaciones de otra época olvidada. Se sumergió entre los tonos azulados y verdosos del fondo marino, flotando con calma en la inmensidad acuática, y se demostró a sí mismo la gran capacidad pulmonar que tenía y que le permitía bucear más tiempo que a otras personas sin necesidad de salir a la superficie a respirar. Contemplo la fauna marina, con peces de todo tipo, tamaño y color, pasando ante sus narices. También descubrió muchas algas, crustáceos y hasta algún que otro “bicho” que no sabía clasificar. Rememoró cuando era capaz de capturar alguna presa para la cena con sus propias manos. Y es que uno de los placeres de Emil era darse cuenta que había adquirido una habilidad que otros humanos no tenían de forma natural, aunque fuera una tontería como… tal vez, hacer una montaña de piedras más alta que sus amigos sin que se derrumbara o algo así. Lo que era visto como puro afán de competitividad para algunas personas, para él se trataba de un logro que había adquirido con práctica y mucho esfuerzo.

Siguió con su actividad de buceo y una interesante gama cromática que solo podía contemplarse en un paisaje como aquel, se fue mostrando ante él. Y es que, cuando este salió por fin a la superficie del agua, vio como los colores se mezclaron en un blanco intenso en el momento en que un destello solar le cegó. Luego fundió a negro al taparse la cara con las manos para resguardarse del exceso lumínico. Aun con los ojos cerrados la energía del sol era capaz de traspasar el párpado y teñir la visión de un tono naranja para que después, al lograr abrirlos, pudiera contemplar el azul intenso del cielo despejado, manchado por el verde del bosque y el amarillo ligeramente rojizo de la arena que parecía flotar sobre un espejo marino salpicado por la espuma clara de las olas. Todo parecía pensado para componer la postal perfecta. Postal, en la que Emil pudo ver una silueta que le recordó a las imágenes que había soñado cuando estuvo, durante una hora entera, metido en aquella ruidosa máquina que acabaría dando tan malas noticias.

Un cosquilleo de emoción le invadió el cuerpo.

¿Era posible que se tratara de la chica que no había sido capaz de visualizar en sus recuerdos?

Dejándose llevar por la corriente se acercó un poco y cuando por fin la persona estaba lo suficientemente próxima como para distinguirla, se dio cuenta de que la realidad no solía ser tan conveniente y, aunque era una mujer, no se parecía a nadie que pudiera reconocer.

Se tranquilizó un momento. Luego salió del agua, saludó cordialmente a la desconocida, que se había aproximado a recoger unas redes y, al verla tirar de una cuerda, sintió el impulso de subir por un camino a un lado de la playa hacia un acantilado sin saber por qué. Así, casi de forma automática, su memoria le llevó hasta unas rocas, tras las cuales había oculta una soga, que lanzó hacia el vació y usó para descolgarse con cuidado unos pocos metros, hacia una entrada excavada en el lateral de la pared de piedra del peligroso abismo.

El guardia recordó entonces que aquel solía ser su lugar secreto.

El mismo había colocado de niño una red de seguridad por si alguna vez resbalaba en la bajada, evitar que acabara cayendo irremediablemente al vacío.

Siguió mirando y observó  que había grabados mensajes en las paredes, que leyó más con las yemas de sus dedos, que con sus ojos, como si estuvieran escritos en braille, palpando con curiosidad. Descubrió después una caja de madera con objetos de su infancia entre los que quiso rebuscar. Encontró entre otras cosas muy estropeadas, un catalejo, una pequeña colección de conchas marinas, una vieja caña de pescar y un par de espadas de madera de tamaño infantil.

Miró hacia el horizonte.

Luego se miro la mano derecha.

No podía dejar de temblar.

Aunque se sujetara firmemente con la otra mano seguía temblando.

Se sentía inestable, con un equilibrio frágil, y volvía a percibir un molesto hormigueo por todo el brazo tembloroso y su pierna zurda.

Un arrebato de ira repentino hizo que partiera en dos, sobre su rodilla, las espadas de juguete y la caña de pescar que acabó lanzando hacia el mar con todas sus fuerzas.

Una misteriosa sombra que le observaba, firmemente sujeto al techo de la gruta tuvo que ejecutar unas ágiles maniobras para esquivar sin ser visto.

Después, el chico se preparó para arrojar también el catalejo.

Bien lejos.

Sin embargo, el desanimo calló como una losa sobre él y el fallido lanzamiento depositó el instrumento de vigía suavemente delante de sus pies antes de que se derrumbara y empezará a llorar sin remedio.

En ese momento pensó que los héroes no lloran. Que no temen. Que nunca se derrumban.

Pero lagrimas a borbotones no dejaban de caer por sus mejillas, nublando al mismo tiempo su vista y su mente.

Mientras tanto, en un mundo paralelo, un aspirante a escritor discutía con otra persona que le reprochaba la promesa de una historia con mucho humor, ante las evidencias de una escena llena de desanimo.

– A ver… Es que todo no pueden risas y cachondeo. – Se explico el hombre.

Y de vuelta a la realidad del guardia del castillo, este no se había enterado de que alguien más se había acercado hacia su escondite secreto y le había reconocido.

– ¿Emil? ¿Eres tú?


Capítulo X: Congelada.

Apenas entraba un poco de luz desde una ventana redonda en el techo de una de las estancias del castillo que, antiguamente se usó como discreta capilla privada para las doncellas de la princesa. Actualmente estaba reservada a algo especial. Los tapices, lámparas, candelabros y otros caros adornos dorados se habían retirado para convertir aquel lugar, en el cuarto con la menor temperatura de toda la fortaleza, y el motivo para crear aquel microclima podía encontrarse en el centro de la sala.

Sobre un altar de piedra, un bloque de hielo que contenía el cuerpo de una adolescente difunta, goteaba ligeramente, pero se mantenía sólido, evitando que el cadáver se estropeara con el paso del tiempo.

El Rey Dieff se frotaba sus envejecidas manos a consecuencia del frio y los nervios. Su pelo y su barba blanca, ayudaban a definir su rostro anciano y arrugado. Su dentadura castañeteaba y por su boca, que tenía los labios morados y estropeados, exhalaba vaho a consecuencia del ambiente gélido. Llevaba una túnica roja fabricada de los más lujosos y cálidos terciopelos, bajo la que vestía su uniforme de cuero, con el que salía a cazar, junto con unas botas altas, aptas para la equitación. Y es que una vez resueltos unos asuntillos que le reclamaban allí, pensaba salir a disfrutar de su pasatiempo favorito y el de casi todos los reyes de la historia: la caza.

La temperatura descendió algunos grados más cuando en el cuarto hizo acto de presencia una tétrica figura, que más que caminar, flotaba sobre una túnica de la más espesa negrura. Era como si le faltara la parte inferior del cuerpo, que se perdía bajo el hábito y emitía un leve destello azulado justo donde debía haber una cadera y unas piernas. En la parte superior asomaba el costillar, al que se unían unos brazos de hueso que sostenían su siniestra guadaña que producía un peculiar sonido al cortar el aire sin esfuerzo, gracias a su filo perfecto. Completaba el personaje una calavera que se escondía bajo una capucha que casi la ocultaba por completo y cuyas cuencas oculares emitían una luz roja que helaba la sangre. Esta miró desde una altura de, al menos tres metros, al atemorizado Rey. Que se vio señalado en la frente por dos puntos rojos similares a los emitidos por un rayo laser que le indicaban que estaba en el punto de mira de quien podía poner fin a su vida en un segundo.

– Parece que se está empezando a derretir. Más te vale mantener el cuerpo en perfecto estado.

– Jeje, si… Hacemos todo lo posible para bajar la temperatura. No creo que haya problemas.

Una gota se dejó oír en el silencio al estrellarse contra el suelo. Mientras, la Muerte Suprema paseo sus huesudas falanges por encima del bloque con la chica congelada en su interior.

– Sería tan fácil deshacerme del cuerpo y conseguir que esa maldita mujer abandone su estúpida idea…

– ¿Por qué no lo hacemos? La verdad, no entiendo que estemos conservando el cuerpo, si nos supone un problema. – Cuestionó el Rey

– ¿Sabes por qué tu y yo somos tan distintos? – Las luces rojas provenientes de las cuencas de la calavera brillaron en señal de disgusto.

– No… Yo… No sé… Es decir, ambos fuimos elegidos para dirigir y gobernar… Se nos dio el propósito y el deber de mandar sobre los demás.

– Error. A mí me eligieron en una primera votación y luego tuve que ganarme este puesto. ¿Quién se supone que te eligió a ti?

– ¡Los dioses, por supuesto!

– Jajaja. No me hagas reír… Está bien que vendas eso a tu pueblo, pero… ¿Dioses? ¿Qué ganarían ellos eligiendo a un hombre para que acumule riquezas y privilegios y luego los transmita por herencia? –  La esquelética figura se inclinó para ponerse a la altura del soberano – A los Dioses de este universo, te aseguro que los humanos les importáis lo mismo que a vosotros os importan las hormigas. Si os coláis en su casa seréis un problema a erradicar, pero mientras, ni se acordaran de que existís.

– Pero si les respetamos, cumplimos sus normas, les hacemos ofrendas y tenemos fe en ellos…

– Seguro que tienen cosas más importantes que hacer que atender vuestros problemas insignificantes.

 Confío en ellos como mi pueblo confía en mi buen gobierno. – Quiso zanjar el Rey con orgullo.

– Esta sala es la metáfora perfecta a la relación que mantienes con tu pueblo. – Contraargumentó la Muerte.

– ¿Qué quieres decir?

– En otras estancias están calentitos con sus tapices cubriendo la fría piedra del castillo, las chimeneas encendidas, bien iluminados… Si nadie viene nunca a esta sala… ¿Crees que les preocupará que temperatura hay y si, quien pudiera descansar aquí, tiene ropajes suficientes para abrigarse y no morir congelado?

– ¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

– ¿Viviendo entre los lujos de esta fortaleza, conoces si tu pueblo tiene las condiciones necesarias para vivir dignamente? – Aunque parecía imposible, la calavera arqueó una ceja para darle interés a su pregunta.

– Por supuesto, tengo mis formas de saberlo. Mis asesores me tienen bien informado.

– Oh, claro, tus asesores que viven en el mismo castillo y son informados por otros, que… bueno…, se acercan al exterior, pero tampoco es que tengan que asumir unas condiciones similares a las del resto de súbditos… – El Esqueleto se paseó por la estancia y empezó a usar un tono de reproche en sus palabras. – Además… Quizás la pregunta no es si conoces como subsiste el resto de seres humanos… La pregunta es… ¡Si te importa lo más mínimo! – Se paró y se dio media vuelta para lanzar una mirada acusadora al monarca.

– ¡Claro que me importa!

– Pues la sensación que me has dado es que lo único que te importa tener una vida eterna de placeres y privilegios. Y ha sido gracias a ello que he conseguido este trato tan… “conveniente”

– ¡Es normal querer vivir más tiempo! ¡No estoy preparado para dejar este mundo!

– No te preocupes, mientras cumplas con tu parte, el encargado de recolectar tu alma no vendrá a molestarte. – La muerte se acarició la mandíbula con su mano huesuda – Pero hay que encargarse de la mujer… Y cuando todo esté solucionado, como entonces si estaremos cumpliendo las normas… Bueno… Me da igual lo que pase con el cadáver congelado. Es cosa tuya. – La Muerte Suprema puso sus falanges sobre el hombro del Rey y esté contestó afirmando con la cabeza, muerto de miedo, sobre todo al ser consciente de que la guadaña estaba a escasos centímetros de su cuello.

El siniestro ser, de pronto, se transformó en un remolino oscuro que se fue haciendo cada vez más pequeño hasta desintegrarse y el monarca cayó al suelo respirando con dificultad debido a que el terror le había dejado sin aliento durante unos segundos y por fin se sintió a salvo.

– No acabo de entender por qué ese montón de huesos no puede acabar con todo aquel que se interpone en sus planes…

– Yo lo hago siempre.

De nuevo una gota de agua se estrelló contra las baldosas del piso.

Parece que el hecho de que el hielo se estuviera derritiendo, limitaba su tiempo de actuación.

Era como un reloj de arena que ponía fecha y hora de caducidad a sus planes.


Capítulo XI: El abrazo más sincero y cálido del mundo.

Ante la sorpresa de escuchar a alguien más en el lugar que consideraba su escondite secreto de niño, Emil se secó las lágrimas rápidamente para ver correctamente quien estaba detrás suyo. La humedad en sus ojos le impedía ver nada más allá de la silueta de una chica, muy similar a la que vio en la ensoñación que había tenido durante su momento de relajación en la máquina de “resonancia grafítica”. De hecho, en ese instante, lo real se mezcló con las imágenes incompletas  de su onírico recuerdo hasta que terminó de secarse el rostro lo suficiente como para ver con  algo de claridad.

– ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cuándo has vuelto? – Dijo una voz.

La chica que el joven guardia mantenía vagamente en su memoria estaba justo delante de él, aunque ahora era toda una mujer que le interrogaba mirándole con unos intensos ojos marrones. Sus labios, definidos y carnosos, ante sensaciones dudosas de sorpresa y alegría, se resistían a dibujar una sonrisa, mientras su pelo ondulado, de color castaño oscuro que terminaba ligeramente por debajo de su nuca, se mecía por el viento que soplaba colándose en la gruta con un suave silvido.

El corazón de ambos estaba acelerado, aunque ninguno de los dos lo habría admitido ante el otro.

El guardia abrió su campo de visión para ver un plano más general de la situación y notó en ella que tenía un “algo especial” que le golpeó de lleno. Aquella presencia siempre había sido como una bofetada en la cara para el joven. Como si alguien le llamara la atención bruscamente para sacarle del mundo corriente y le dijera “¡Guau!, ¿has visto a esa chica?”. Y no porque fuera una mujer que consiguiera que todos los que la conocían cayeran rendidos a sus pies. Si no porque, como la madre de Emil siempre solía decir: “la belleza no está en las personas, si no en los ojos de quienes las contemplan”. Y cuando Liria estaba delante de los suyos, él no podía ver nada más que preciosos detalles en cada centímetro de su existencia.

Efectivamente, el joven ya empezaba a recordar algunas cosas de su sueño, como el nombre de la persona que le saludaba desde la orilla.

– ¿Liria? Así era tu nombre, ¿verdad? – Dijo aun entre sollozos

– ¿No me digas que no te acuerdas ni de mi nombre?

La mujer cruzó los brazos y se dio media vuelta indignada ofreciéndole la espalda.

– ¡Claro que me acuerdo! Pero… he tenido unos días complicados últimamente. Yo… No sé, creo que estaba bloqueado o algo así.

Liria giró solo la cabeza para mirar de reojo.

– ¿Por eso estabas llorando?

– ¿Llorar? No. Es solo… Me golpeó una ventisca en la cara y debió entrarme algo en el ojo... En los dos ojos.

– Ya… Y seguro que también fue el viento el que te trajo hasta aquí.

– Bueno… No… Eso fue porque estaba con una bruja malvada. Pero de pronto, no sé por qué hechizo diabólico, aparecí en la playa y ahora no sé como volver al castillo.

– Ya… una bruja. Ya decía yo que no habrías venido a vernos por iniciativa propia y que tampoco tendrías muchas ganas de quedarte.

Emil solo agachó la cabeza y se acarició la nuca con la mano.

Ante la falta de respuesta, Liria se volteó de nuevo y ambos volvieron a mirarse desde la distancia.

A pesar de que algo en el ambiente intentaba empujarles para que se fundieran en un abrazo y no parecía querer rendirse ante su cabezonería de aparentar ser fríos e indiferentes uno con el otro. Estos no hicieron ni amago de aproximación.

Una nueva pausa en la conversación permitió al muchacho apreciar al completo a su vieja conocida. Esta cubría su piel, bastante morena por la incidencia del sol que pegaba fuerte en esas tierras, con un top fabricado con un pañuelo que se anudaba a la espalda, donde portaba también una especie de bolsa que colgaba de sus hombros gracias a un par de asas. Llevaba también un pantalón corto, roto en tiras de tela por abajo, que Emil pensó que seguramente le estarían haciendo cosquillas en los muslos. Por otro lado, en sus pies se había enfundado unas sandalias de piel que se sujetaban por cuerdas enredadas hasta unos centímetros por encima del tobillo. Y es que, como en esas tierras solía hacer buena temperatura, los habitantes de Tralesia no solían cubrirse en exceso, lo que permitía apreciar la sugerente silueta formada por hipnóticas curvas y líneas que formaba el cuerpo de la mujer y por culpa de las cuales, al perfilar con la mirada el vertiginoso circuito que formaban, dejaron por un instante al joven guardia completamente atontado y apartado de la realidad.

La muchacha chasqueo los dedos para llamar la atención y sacar de sus pensamientos al distraído guardia.

 – Te marchaste sin despedirte de nadie para ser un héroe famoso. ¿Ahora no tienes nada que decir?

– Tenía que cumplir mi sueño. – Fue la única respuesta de Emil a todas aquellas preguntas emitidas en tono de reproche.

– Ya… Pues solo espero que al menos pudieras cumplirlo y te vaya todo genial.

Liria volvió a dar la espalda a su interlocutor. En parte expresaba su indignación por cómo la persona en la que más confiaba la dejó abandonada en el pasado, pero también prefería escuchar en vez mirar a los ojos a quien había sido su mejor amigo y cómplice de travesuras durante su infancia, y que aun le ponía un poco nerviosa.

– Lo cierto es que… si. Pero puede que se haya acabado mi suerte.

La muchacha abrió los ojos de par en par, extrañada, pero no acertó a pronunciar palabra.

– Al parecer hay algo que no funciona bien en mi cuerpo. Estoy agotado, tengo sensaciones extrañas y calambres, me fallan las fuerzas en la mano derecha, me falla el equilibrio o el… me falla también el tacto. – El guardia dio un paso adelante y extendió la mano hacia su opuesta cuando pronunció esta última palabra: “tacto”. Luego dejó caer todo el brazo por su propio peso en señal de rendición. Aun estaban posicionados a muchos metros de distancia física el uno del otro, y parecía haber también un abismo insalvable en el plano de conexión mental.

– Quizás solo necesitas descansar. Tendrás los músculos entumecidos de tantas batallitas.

– Aparentemente es algo más complejo que eso, pero no sé. Es… es todo bastante confuso.

Liria se giró y, por un momento se sintió enternecida por la situación, haciendo que olvidará cualquier rencor pasado y se ofreciera a ayudar.

– Ya sabes que en el pueblo la vida suele ser dura… Hay que salir a pescar, arreglar las redes, los sedales, reparar la vieja madera de las casas y barcos que sufren con la humedad…

– Aprendí de mis ancestros como ayudar a quienes venían cansados y con dolores musculares a estirar y recolocar el cuerpo con un buen masaje. Quizás el destino te ha traído hasta aquí para que te pueda echar una mano. – Se ofreció Liria – Aunque lo que más me apetezca sea usar esa mano para abofetearte.

El muchacho arqueó una ceja.

– Tranquilo, era una broma. Te trataré bien.

Emil pensó en ello por un momento. ¿Y si tenía razón y todo podía solucionarse, o al menos mejorar, con un poco de reconfiguración muscular y de articulaciones? La bruja le había dejado allí tirado y parecía bastante rarita, así que quizás estaba confiando de más en una persona tan sospechosa. Aunque por otro lado… la idea de sentir las manos de su vieja amiga tocándole… Eso sí que le ponía bastante más nervioso de lo que querría admitir.

Finalmente apretó los puños y cerró los ojos con fuerza tratando de dejar la mente en blanco.

– Vale, acepto tu oferta. Pero… ¿Tengo que darte algo a cambio? Quiero decir… No tengo nada con lo que pagarte ahora mismo. – Se decidió el joven guardia.

– No te preocupes, ya me cobraré la deuda a su debido momento. – Le contestó la chica con una sonrisa traviesa.

Él no acabó de entender aquel último comentario, pero prefirió no darle muchas vueltas para no hacerse una idea equivocada. Ya sintió que había bastante tensión sexual en el momento como para añadir un extra con la imaginación.

La brisa marina sopló con calma haciendo avanzar la escena de dos jóvenes paralizados por la vergüenza, que acabaron por reaccionar.

Liria se sentó en el suelo y se concentró en la tarea de sacar de su macuto una especie de esterilla enrollada que estaba fabricada con hojas secas, y después un mortero al que añadió los pétalos de una flor aromática y se dedico a machacar enérgicamente para fabricar un perfumado líquido aceitoso. Emil tan solo miraba y meditaba si debía preguntar cómo ayudar en aquel ritual o le convenía más permanecer en silencio por si le caía alguna bronca.

Por fin, la chica le pidió que desenrollara la alfombra de hojas y se tumbara boca abajo sobre la misma y sin rechistar, el muchacho siguió las órdenes. Aunque no ver lo que le esperaba impidió que pudiera relajarse.

De repente, Liria se colocó a horcajadas sobre su espalda.

Emil tragó saliva.

Ella era más pequeña y ligera, pero además se notó que había elegido una postura que no descargara todo su peso sobre él.

No había pleno contacto. Tan solo… roce.

Mientras, en otro mundo, un funcionario que clasificaba el contenido de las obras literarias por edad, se planteó si debía elevar el rango recomendado desde “para todos los públicos” a por lo menos “mayores de 13 años”.

– Me están subiendo unos calores… Pero bueno, voy a esperar a ver qué pasa con estos dos por si es cosa mía. – Dijo en voz alta como conclusión.

Y por fin de vuelta en el universo de Emil, en la gruta, la joven se impregnó las manos en la improvisada loción de pétalos triturados y comenzó a deslizar sus manos desde la parte baja de la espalda del muchacho hasta los hombros con la presión justa y la habilidad de quien tiene conocimiento de la orientación muscular bajo la piel y capacidad para recolocar cualquier fibra en su lugar correcto. El agotado guardia de palacio sucumbió a la fragancia del mejunje que la hábil masajista extendía por su espalda, sus hombros, su cuello… Luego respiró hondo y por fin pudo relajarse. Se abandonó a sus sentidos por completo, sin preocupaciones, con total confianza… Hasta que estos se aliaron con sus sensaciones y recuerdos, y empezaron a torturarle. Y es que no podía apartar de su mente el hecho de quien era la dueña de las manos que le acariciaban y que casi estaba sentaba sobre su cuerpo…

Volvió a tragar saliva.

Luego pensó que lo mejor era sacar un tema de conversación para superar aquella situación tan… embarazosa

– Así que ahora este es tu trabajo.

– Siempre me ha gustado ayudar a la gente. La mente y el cuerpo quedan desordenados con el uso y hay que restaurar ambos de vez en cuando.

– Es agradable, la verdad.

– Mañana te dolerá.

Liria masajeó también los brazos del héroe hasta los codos, ya que este los tenía flexionados para apoyar su barbilla sobre sus palmas, que estaban a su vez una sobre otra.

– ¿Dolerme? No creo, ni que me estuvieras dando una paliza… – Emil acompañó la broma de una risa que se vio interrumpida de repente.

Comenzaron sonoros crujidos de huesos. Los pulgares de la chica empezaron a presionar con fuerza la piel del confundido joven, trazando círculos sobre zonas bastante dolorosas. Luego, repetidos golpes con el canto de sus manos repiquetearon sobre el lomo del muchacho, y los codos ejercieron presión y retorcieron con fuerza su piel.

El dolor iba “in crescendo. Por otro lado el placer y lo romántico del momento insistía en aparecer siempre que tenía ocasión, ambos inmediatamente silenciados por impactos y compresiones sin ningún tipo de miramiento.

– ¡Auch! Te estás vengando de mi, ¿verdad? – Consultó el torturado paciente que ya no podía fingir inmunidad a aquel tormento durante más tiempo.

– Puede… uff, que me esté dejando llevar… de manera inconsciente… Pero, créeme… te sentará bien. – Contestó la masajista con la respiración entrecortada por el esfuerzo.

Y así, el repaso de suaves caricias mezcladas con dolorosas fricciones continuó descendiendo desde la nuca, a la espalda, a los muslos, las pantorrillas…

Una sombra calló desde el techo en un visto y no visto, y Emil gritó de dolor al notar unas uñas y unos dientes clavarse en la carne de su pierna izquierda.

– ¡Ayyyyy! ¡¿Acabas de morderme?!

– ¿Qué? ¿Morderte? ¿Estás loco? ¿Para qué voy a morderte?

La chica se recolocó para continuar el masaje en la espalda, pero de pronto el quejicoso guardia, enfadado por el mordisco, se giró sobre sí mismo, desequilibrándola y acercándola sin querer hacia él.

Unos suaves cabellos femeninos rozaron la cara del muchacho y le indicaron la escasa distancia que en ese momento le separaban de los labios que más había deseado saborear en toda su vida.

Tragó saliva.

Cerró los ojos…

– Estoy casada. – Interrumpió Liria con unas palabras que resultaron más duras que todo el proceso anterior. Y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja al tiempo que se echaba hacia atrás.

– ¡¿En serio?! ­ – Emil, instintivamente se la quitó de encima y al levantarse la señaló con el dedo índice. – ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?! – le regañó.

– ¿Cuándo pensabas preguntar y mostrar algo de interés por mi vida?

El joven movió los labios tratando de contestar una réplica adecuada, pero a duras penas pudo llegar a balbucear algo incomprensible.

Ella se sentó sobre sus rodillas y cruzó los brazos, entrecerrando después los párpados y bajando las cejas como muestra de su disgusto en la mirada.

– Y… ¿con quién…?

– Con Ampe.

– ¡¿El hijo del herrero?!

– Es un hombre bueno, cariñoso, divertido, atractivo… – Mientras enumeraba una a una las cualidades de su marido, Liria iba contando con los dedos.

– Vale, vale, ya lo capto. Es un buen tipo.

Emil se aproximó al borde del acantilado y miró al horizonte pensativo.

– Ya sé que tú te consideras mejor, ¿pero sabes qué? No lo eres, y te marchaste sin decir nada, y antes de eso me dijiste que era muy joven para ti cuando solo nos llevamos 4 años.

– Se que te puse muchas excusas… Pero ya estaba decidido a hacer todo lo que hiciera falta para cumplir con mi sueño. Y la verdad es que tampoco tenía ni idea de cómo llevar lo nuestro.

– Pues para ser un héroe eres bastante cobarde.

– Quizás por eso ahora el destino me ha colocado donde merezco y ahora solo soy un simple guardia del castillo.

Liria se levantó y se acercó por detrás al joven, después apoyó la frente en su espalda en señal de arrepentimiento.

– Perdóname por decir eso. No eres ningún cobarde… Pero debiste haber hecho las cosas de otra manera.

– Lo sé.

En ese momento, Emil recibió desde atrás el abrazo más sincero y cálido de su vida, y recordó que la última vez que la vio, Liria ya le dio un abrazo como aquel y quiso girarse y corresponderle demostrando que sentía lo mismo, pero nunca lo hizo.

La chica dio un paso atrás y le asestó un puñetazo en los riñones por sorpresa, que doblo al muchacho hacía atrás, dejándole dolorido y prácticamente inmóvil.

– ¡¿A que ha venido eso?!

– ¿No lo ves, estúpido? Ya he terminado el masaje.

– ¿Qué? Espera… ¡Es cierto! Me siento mucho mejor. – Dijo Emil celebrándolo con enérgicos saltos de alegría – ¡Ay! Pero me duele todo – Un tirón en la espalda paró en seco el festejo.

– Te lo avisé. Y mañana te dolerá más, pero luego notarás la mejora.

– Pero… Ahora que por fin he recuperado la forma… Tal vez ha llegado el momento de reclamar mi puesto. – Sonrió – Me siento increíble…

– Más te vale pagarme antes de volver a marcharte y dejarme tirada, desagradecido. – Interrumpió Liria con indignación.

– ¡¿Cómo?! Ya te dije que no tenía prácticamente nada.

– Las quince monedas de cobre que suelo cobrar por masaje puedes pagármelas en tu próxima visita. Así tendrás la obligación de volver por aquí. Pero también me debes…

– ¿No basta con las monedas?

– Me debes un beso. Largo, húmedo, apasionado…

– Estás casada.

– Lo sé, pero me lo debes.

Emil se encogió de hombros, cerró los ojos y colocó sus labios en posición. Quedando bastante en ridículo.

La muchacha se echó una mano a la cabeza.

– ¿Qué haces?

– Pagártelo…

– Eres tonto. No voy a reclamártelo.

– No entiendo nada.

– Como de costumbre. Eso no ha cambiado.

– Pero es que lo que dices no tiene sentido.

– Sólo quiero que me lo debas… Si me pagas esa deuda, ya no habrá ningún vínculo… Es un recuerdo. Para los dos.

– ¿Y qué le dirás a Ampe?

– ¡No pienso contarle nada de esto a Ampe! Si me preguntan, no te conocía, y si te conocía ni me acordaba de ti.

– Pero si todo el mundo sabe que tenemos una infancia y una adolescencia en común.

– Pues a mí ya se me ha olvidado…

Y adentrándose hacia la pared interior de la gruta, Liria abrió una trampilla en el suelo y descendió a través de una abertura.

– ¿A dónde demonios lleva esa puerta? – Preguntó Emil al ver a la joven desaparecer bajo el suelo.

La trampilla se abrió de nuevo y la chica asomó la cabeza.

– Es la salida. ¿Qué te pasa en la memoria? Aquí abajo hay un túnel que lleva hasta la playa. No hay que matarse subiendo otra vez por la maldita cuerda.

– ¡Oh, espera! ¡Vamos juntos!

– Anda, date prisa.

Y el guardia del castillo siguió los pasos de su vieja compañera con destino a la playa por el pasadizo, sin tener aun ni idea de cómo resolvería el problema de cómo volver al castillo, pero sobre todo, sin ganas de volver a despedirse de Liria. Así, mientras pensó en ello, una vez más no fue consciente de que una pequeña sombra aun le seguía sigilosa, esperando el momento oportuno de atacar .

(Continuará...)


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