Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos XII y XIII)


Esclerotico escribiendo


Capítulo XII: Es el Mercado, amigo.

Emil y Liria llegaron hasta la playa y se acercaron a los arbustos donde el primero había escondido su uniforme de guardia. Era el momento de la despedida, más apropiada que la anterior, que se trató más de una huida que otra cosa. Cada uno volvería a su vida y a su rutina sin el otro, aunque esta vez con un bonito recuerdo por el reencuentro.

Hubo un amago de abrazo, pero se quedó en un apretón de manos. Luego, el joven se giró para recoger sus ropas entre los arbustos.

Un golpe en el riñón derecho, le provocó una descarga de electricidad por todo el cuerpo dejándole inmóvil.

– ¡Au! ¡Creí que ya habías terminado el masaje! ­– Se quejó Emil.

– Es un recordatorio… Para que los efectos duren y tu cuerpo se mantenga más tiempo en armonía.

– Ay que daño… Pues empiezo a pensar que esos puñetazos no forman parte del tratamiento y me los das para vengarte…

– Err… No, no. Son total y absolutamente necesarios. – La chica se miró los pies para disimular.

Emil recuperó la movilidad poco a poco.

– Bueno… creo que ha llegado el momento de marcharme. Muchas gracias por todo y cuídate mucho.

– Espero que recuperes tu puesto y te vaya bien. Pero no te olvides de volver por aquí y pagarme lo que me debes. – Advirtió Liria.

– Tendrás pronto la parte económica.

La chica le guió un ojo, levantó la mano izquierda en gesto de despedida y comenzó a andar por la playa para volver a su casa. Mientras, Emil se colocaba de nuevo el uniforme de guardia del castillo.

Antes de perderse de vista ambos se giraron y se miraron. Ella no pudo contener la risa cuando le vio con su atuendo de guardia.

– ¡Disculpa por reírme! ¡Es un atuendo un poco ridículo pero te queda muy bien! – Le gritó desde la lejanía en tono burlón.

El muchacho sonrió.

– Sin duda, es una mujer peculiar – Pensó.

Y ambos caminaron en sentidos opuestos.

Emil se sintió de nuevo solitario en su viaje, pero sobre todo estaba bastante perdido sobre cuál era el siguiente paso que tenía que dar para recuperar su vida y, en cierto modo, notó que había sido interrumpido en su momento de duelo y no había terminado de asumir las nuevas dificultades a las que tendría que enfrentarse. Ahora, sin embargo, no le importaba demasiado. Todo parecía estar bien de nuevo, así que no había nada que asumir.

Tras recorrer unos pocos pasos, una curiosa estampa se apareció de pronto en su travesía sin rumbo específico. Un tipo bajito posaba en la playa junto a algunos objetos brillantes mientras otro parecía pintar un cuadro. El guardia se preguntó si se trataría de alguien importante y le pudo la curiosidad, así que se aproximó para ver más de cerca. Así, pudo comprobar cómo, en la pintura, coloridas pinceladas inventaban un fondo distinto al de la playa, la arena y la vegetación, y la sustituían por un enorme palacio con montañas de oro y otras de riquezas que adornaban de forma exagerada a quien actuaba como modelo: El pequeño hombre de apenas metro veinte de altura, con barba, ojos pequeños, calvo y que vestía camisa blanca muy elegante, pantalón gris largo, de tejido sedoso, y sandalias de cuero. El señor tenía además en su mano un lingote de oro, muchos anillos, y llevaba puestos varios colgantes de plata en el cuello. El pintor, por otro lado, de una estatura notablemente mayor, con bigote acabado en punta y con dedos finos y habilidosos, vestía un traje de marinero azul y rojo, y tomaba como ejemplo al hombrecillo, convirtiéndole en su lienzo en alguien exitoso y rico que poseía todo aquello con lo que muchos soñaban. Incluido… ¡Un dragón alado!

Emil abrió los ojos de par en par al ver en la pintura al enorme lagarto anaranjado.

– Jajaja, veo que te impresionan mis riquezas y seguro que te estabas preguntando quien será esta persona tan honorable y triunfante que tienes ante ti, ¿verdad? – Preguntó el tipo que dejó de posar y se acercó hasta el curioso joven.

– ¿Ese dragón está entrenado? ¿Puede llevar a alguien volando hasta un lugar lejano? – Preguntó Emil, que ya visualizaba una salida a sus problemas.

– Claro que sí. Me he gastado una fortuna en entrenadores para que fuera obediente y estuviera siempre bien cuidado. ¿Se le ve sano, no crees?

El pintor comenzó a recoger sus cosas, enfadado.

– Te dije que no te movieras y por eso vinimos a este lugar solitario, pero es que es ver a alguien… Y ya no te puedes contener, tienes que intentar captarle para tus asuntos. – Se quejó el artista.

– ¿Eres idiota? Ten un respeto. ¿Es que no ves que estamos ante un oficial de la autoridad? Y uno con gran carisma e inteligencia, me atrevería a decir.

– Bueno, lo que sea, yo te dejo a tus cosas y ya terminaremos el retrato en otra ocasión.

El retratista se llevó sus pinceles, abandonando el cuadro a medio terminar y abandonó el lugar dejando a Emil un poco extrañado con la situación.

Una mano se posó sobre su hombro, aunque con dificultad, debido a que desde su estatura, al hombrecillo le resultaba complicado tomarse ese tipo de confianzas.

– No le hagas caso, tiene envidia de mi éxito y sabe que pronto también lo tendrá del tuyo. Jajaja.

– ¿El mío? – Preguntó el guardia, confundido.

– ¡Claro, amigo! Todas esas riquezas que ves en esa imagen, son mías, y por supuesto mío es el secreto de cómo ganarlas, pero tú me das buenas vibraciones, ¿sabes? Y es por eso, y solo por eso, por lo que estoy dispuesto a compartir este secreto contigo. ¿O no quieres ser tan rico como yo?

– En realidad si pudiera prestarme su dragón para hacer un viaje… creo que con eso sería suficiente.

– Vaya ¿No me digas? Me temo que no puedo dejarte mi dragón. Esta… Bueno, está… Esto… en un refugio. Si, un refugio para dragones que he montado… El pobre parece que ha enfermado y necesitará recuperarse durante una temporada. Ya sabes, son animales que sufren habitualmente de… err… ardores de estómago. ¡Pero oye! Me decepciona un poco tu falta de ambición. ¿Para que necesitas pedir prestado uno de esos escupe-fuego voladores, cuando puedes comprar el tuyo propio?

– Ya… verá, es que solo dispongo de algunas monedas y tengo prisa en llegar a mi destino… – Emil abrió la palma de su mano y mostró 6 pequeñas monedas de cobre llenas de arena, que se había colado en sus bolsillos.

– Con solo la mitad de eso que tienes empecé yo a amasar mi fortuna ¿Sabes? – El tipo, mientras hablaba parecía empujar sutilmente al guardia con la mano para llevárselo a algún lugar.

– Pero… No sé, yo solo quiero volver a mi puesto… ¿A dónde vamos?

El señor se paró en seco.

– Vaya, tengo que decir que me decepciona bastante tu actitud. – Dijo echándose las manos a la cabeza.

– ¿Mi actitud?

– ¡Pensé que eras ambicioso, valiente, con afán de superación! ¿Me engaña mi instinto? Porque me sentiría muy decepcionado con mi instinto si eso me ocurriera, créeme. Sería la primera vez que me ocurre.

– No, claro que me gusta superarme y soy valiente. ¡Lo soy!

– ¿Cómo te llamas, chico?

– Mi nombre es Emil. Emil Coneme.

– Encantado señor Cohete.

– Coneme.

– Si, si, como sea. Yo soy Walls. El señor Walls Wolf. El genio de los negocios. Y es de eso de lo que vamos a hablar tú y yo. Porque veo el brillo en tus ojos y sé que estás destinado a ser tan rico… no, ¿Qué digo? Mucho más rico y exitoso que yo mismo. Y eso es mucho decir, ¿sabes?

– ¿De verdad?

El señor Walls dio un fuerte apretón de manos a Emil y volvió a ponerle con dificultad la zarpa en el hombro, dirigiéndolo de nuevo para moverse hacia una entrada en el bosque.

– De lo que yo quiero hablarte, mi joven amigo corchete…

– Coneme.

– Como sea, colega Comerme.

– Llámeme mejor Emil. – Se rindió el joven guardia al ver que el señor Walls nunca se aprendería su apellido.

– Bueno, vale, ¿Estamos hoy un poco sensibles, eh? Da igual… A lo que yo iba. ¿Conoces la bolsa de deseos? ¿El mercado mágico del dinero? ¿La tierra prometida para los negocios?

– Umm, no…

– Pues es allí donde vamos, a un lugar donde puedes “invertir” tus monedas y convertirlas en muy poco tiempo en una auténtica fortuna de forma muy sencilla. Todo el mundo te envidiará, ya lo veras.

– ¿Y si es tan simple por qué no lo hace todo el mundo?

– ¡Porque son unos idiotas! Y les falta la ambición que personas como tú y yo tenemos. ¡Pero el secreto está ahí, y muy pocos lo conocemos! Yo lo conozco y pronto, gracias a mi, tu también. No sabrás en que gastar la fortuna que estás a punto de conseguir.

– No acabo de entender por qué si existe algo así, lo compartes con un desconocido…

– ¿Cómo? ¡¿Es que quieres ofenderme?! Tú y yo ya somos amigos. ¿Qué digo amigos? ¡Hermanos! Porque me he visto reflejado en ti. De joven era exactamente como tú y eso genera un vínculo, ¿entiendes? Ahora soy como un padre para ti dándote una lección de vida, ¡porque me importa lo que te pase! ¡Quiero tu bienestar! ¿Acaso no quiere un padre lo mejor para su hijo?

– Hermanos, padres… Me estoy liando un poco.

– No te preocupes, relaja tu mente y reserva ese gran intelecto que se nota que tienes…  – Se tapó la boca y pareció contener una risita – para los números, los cálculos, la emoción… ¡Resérvate para la bolsa de deseos!

– ¡Dijiste que era algo fácil!

– ¡Y lo es, amigo! ¡Lo es! Por cierto… ¡Ya hemos llegado!

Ante ellos se encontraba una puerta de madera vieja y podrida, levantada en mitad de la nada, en la que habían escrito en tiza de forma poco legible y con evidente desconocimiento de la correcta ortografía: “Bienbenidos, inbersores, a la volsa de deseos”.

– ¿Y ahora qué? ­– Preguntó Emil que sintió que aquello le daba muy malas vibraciones.

– Jaja, bueno tranquilo, calma tu sed de victoria durante un instante porque aun estamos literalmente a las puertas del éxito. Pero claro, tienes que tener en cuenta que la sabiduría del triunfo tiene un precio. El mercado pide sacrificios, esfuerzo, interés. Hay que probarle que estamos dispuestos a trabajar duro y que somos más listos que el resto de pobres ovejas descarriadas…

– ¿Ovejas, que ovejas?

– Bueno, bueno… Eso son detalles, no le des más vueltas. El caso es que, para que nos entendamos en nuestro idioma, el lenguaje de los negocios, que es el dinero. El acceso a la bolsa te costará una moneda. ¿Comprendes, verdad? Es la llave que te abre las puertas del Mercado.

Emil se asomó a un lado de la puerta. Luego se asomó al otro. No había paredes, ni vallas que le impidieran el paso. Aquello era un simple trozo de madera colocada a modo de puerta que podía echar abajo cuando quisiera. Fue entonces cuando empezó a sentir que en el momento en que el señor Walls le habló antes de ser como su hermano o su hijo, más bien quería llamarle “Primo”.

Reflexionó sobre marcharse de allí, pero ahora su única salvación era conseguir ese viaje en dragón y si para eso tenía que seguirle la corriente a aquel viejo loco, podía merecerle la pena.

– Vaaaale, aquí tienes una moneda. – Se rindió finalmente.

– ¡Buena elección, joven! ¡Este es el inicio de tu gloria! ¡Bienvenido al mundo de los poderosos e influyentes! ¡Te aseguro que vas a disfrutar del camino a la tierra prometida! – Walls Wolf dio una palmada a la puerta y está se calló al suelo levantando una polvareda de tierra.

– No te preocupes por eso. Avisaré a mantenimiento para que la reparen. Vamos, no te quedes ahí, sígueme. Contén los nervios, mantén esa sed de triunfo que percibo en tu persona desde que te vi, pero sobre todo no te quedes atrás. Voy a ser tu mentor en esto y te llevaré a lo más alto. Te lo garantizo – Dijo el hombrecillo antes de ponerse en marcha caminando por encima de las tablas.

Emil caminó detrás de él y pronto pudo ver un montón de gente de todo género, edad, raza y estatura… amontonados alrededor de tres pozos de los deseos. Algunos tenían monedas de distintos metales preciosos en la mano y se veían encantados, otros parecían poco contentos tirándose de los pelos, y finalmente, había también unos cuantos que dibujaban líneas de colores que subían y bajaban en unas pizarras muy grandes. Lo que si tenían en común todos es que no paraban de gritar y pasearse de un lado a otro.

– ¿Qué se supone está ocurriendo aquí? ­– Emil arqueó una ceja e interrogó a su guía.

– ¡Como te prometí! Estamos ante la emoción de la bolsa. A punto de convertir tus escasas monedas en toneladas de oro. ¿Impresiona verdad? Seguro que te deja sin habla. Jeje

– Pero si era algo súper secreto y solo para los más inteligentes y valientes… ¡¿Qué hace aquí tantísima gente?!

– ¡Eh, Eh! No te preocupes, amigo, colega, compañero, ¡hermano! ¡Aquí hay para todos! El Mercado es libre, muy sabio y permite que cualquiera pueda ganar. Solo se necesita actitud, méritos, esfuerzo… Tú empezarás desde abajo y llegarás a ser grande, te lo digo yo.

Emil no dejaba de pensar en el dragón.

– Oye… ¿Por qué no me prestas simplemente uno de tus dragones voladores para que pueda llegar al lugar al que necesito marcharme y te quedas con mis monedas para hacerte aun más rico?

– ¡De eso nada! Alguien tan genial como tu merece tener su propio lagarto escupe-fuego. El mejor de todos, de hecho. No pienso dejar que pierdas la oportunidad que te mereces después de llegar hasta aquí, ¿Comprendes? – El tipo mostró una inquietante sonrisa torcida – ¡Pero si está hecho! ¿Vas a rajarte cuando prácticamente está empezando a llover oro en tus bolsillos?

– Pero… – Emil se palpó los bolsillos por si acaso, pero seguían vacíos.

– El curso de iniciación al funcionamiento de la bolsa de deseos son solo dos monedas. Venga, no dejes que se te escape el futuro ahora. ¿Visualizas tu palacio repleto de tesoros? A los dragones hay que tenerlos muy contentos con joyas y cosas brillantes, ¿sabes? ¿Y tienes idea de lo que comen esos bichos? Mantenerlos es una locura, en serio.

– ¿Cómo? ¿Otras dos monedas? ¡Pero al final me quedaré sin nada!

– Esta juventud no quiere comprender… ¡Es una inversión! Las monedas se transforman cuando las mueves, ¡llaman a otras monedas! ¡Lo que gastes vendrá multiplicado por mil!

Emil hizo sonar la calderilla que le quedaba en la mano para darle movimiento.

Nada ocurrió.

El señor Walls enseñó su palma y se la señaló mientras asentía con la cabeza y guiaba un ojo de forma cómplice.

– Está bien, está bien. Aquí tiene otras dos monedas. ¿Qué hago ahora?

– Fácil, mi joven aprendiz. Ante ti tienes “La bolsa de deseos”, consistente en tres pozos de los deseos que literalmente escupen dinero, pero solo si depositas tu fe y tus monedas en ellos. Porque esto solo funciona si crees. Tienes que creer en el Mercado, ¿comprendes?

– Ajá…

Emil observo como un montón de personas, colocadas en tres ordenadas filas se iban aproximando a los pozos y lanzaban sus metales preciosos al interior de uno de ellos.

– Y te preguntarás: ¿Pero todos los pozos me devuelven cuantiosas ganancias si pongo mi efectivo en ellos?

– En realidad, me preguntaba en que locura me acabo de meter y…

– ¡Obviamente todos los pozos no funcionan igual! ¡Tienes que fijarte en esos gráficos que están pintando en las pizarras y observar! ¿Los ves? Pues observa la evolución, las estadísticas, el histórico del valor de los deseos. ¿Cuáles conceden más? ¿Cuáles se quedan con todo?, ¡hay que ser avispado o lo perderás todo!

– ¿Y no puedes decirme cual es el pozo bueno? Si has ganado tanto me imagino que lo sabrás.

– El mercado es mágico, amigo. Es invisible y se autoregula solo. Cambia cada día y da las ganancias que tiene que dar. ¡Ni más ni menos! Has de fijarte en las gráficas y en si suben o bajan. Aunque…

– ¿Si?

– Puedo darte un pequeño truco. Aquí, entre nosotros, sin que nadie se entere.

– ¡Genial!

El señor Walls miró a un lado y a otro. Luego se aproximó a Emil, no sin antes comprobar que nadie que se hubiera fijado en ellos estuviera escuchando. Lo que tenía que decir parecía la clave y ninguna otra persona podía conocerla.

– Veras… Ganaras mucho más si consigues atraer nuevos miembros al sistema… Si se lo cuentas a tus amigos, a tu mujer, a tu familia… ¿Estás casado? ¿Tienes alguna amante? Bueno, no me importa. Cuantos más mejor, porque por cada uno que empiece a invertir en la bolsa de los deseos gracias a ti, conseguirá que tú recibas más ganancias, y si ellos a su vez traen más gente, eso repercutirá en mayores beneficios en tus resultados, ¡y así sucesivamente! Muy, muy fácil.

En ese momento no lo sabía, pero el joven guardia del castillo estaba contemplando la primera estafa piramidal financiera de la historia.

– Pero… Esto era algo que se supone que había que mantener secreto, que da riquezas con facilidad y era solo para los más listos, audaces y blablablá. ¿Ahora de repente es mejor si se involucro a toda la gente posible?

– ¡Así de cambiante es el Mercado! No deja de sorprenderte, ¿verdad? Un giro constante de acontecimientos a cada rato. ¡Apasionante! ¡Vertiginoso! ¡Siempre haciéndote sentir vivo! ¡Respira este ambiente por qué es lo mejor que vas a sentir en tu vida! ¡Es el Mercado, amigo!

Emil se encogió de hombros, cerró los ojos y respiró hondo para mantener la paciencia. Estaba seguro de que aquello era un engaño, pero si cedía un poco… Solo lo justo, tal vez llegaría hasta el dragón que podía llevarle de vuelta al castillo en un vuelo directo.

– Vale… Voy a probar a echar alguna moneda en uno de los pozos... – Se dio por vencido.

– ¡Muy bien, chaval! ¡Eres un valiente y tendrás tu recompensa! ¡Hoy es el primer día del resto de tu vida! ¡Ya lo verás! ¡Mucha suerte!

El joven guardia se acercó hasta el gentío e intentó ver las pizarras donde se reflejaba la evolución de los pozos. Cada una tenía líneas de un color distinto y parecía subir y bajar sin mucho criterio. A veces se mostraba una ascendente y de repente caía en picado, otras se mantenía estable… La pregunta que tenía en ese instante Emil era… ¿Es mejor que suban, que bajen o que se queden horizontales?

Un adolescente pelirrojo con la cara llena de granos que era el último de la cola del pozo más a la derecha llamó su atención.

– ¡Eh pardillo, aquí se viene llorado de casa!  ¡Si no te enteras es porque eres un viejales! ¡Deja que la juventud valiente se ocupe de esto y vete a casa! ¡No hay lugar para dudar! ¡Viejo, que eres un viejo! Jaja, ¿Y dónde vas con esas pintas? ¡Eh tíos, mirad las pintas que lleva este tipejo! ­– Y así, con su pretensión de ser ofensivo con un novato, el chico elevó el tono y acabó por llamar la atención de uno de los tipos que dibujaba las gráficas.

– ¡Maldita sea, un guardia! ¡Estamos jodidos! ¡Coged la pasta que podáis y largaos! – Dijo el hombre mientras lanzaba las tizas al aire, saltaba y empezaba a correr hacia las profundidades del bosque.

– ¡Ahh! ¡La autoridad!

– ¡No me cogerás vivo!

– ¡Dios mío, no quiero acabar en una mazmorra!

– ¿Qué está pasando? ¡¿Pero esto no era legal?!

– ¡Eh, mis riquezas! ¿Qué pasa aquí?

– ¡Maldita sea! ¡Se cierra la bolsa, se cierra la bolsa!

– ¡Corred!

El caos se apoderó de la gente, que empezó a correr de un lado para otro, dejando atrás montones de monedas, tropezando unos con otros, escapando sin saber muy bien hacia donde… Lo único que parecía estar claro para Emil es que nadie corría hacia él, si no siempre en sentido contrario.

– ¡Estúpidos! ¡¿Qué hacéis!? ¡Es solo un guardia del castillo! ¡¿Es que no distinguís el uniforme?! ¡Este pringado no tiene competencias aquí!– Gritó enfadado el señor Walls.

– ¡No pienso quedarme y acabar en la puñetera mazmorra! ¡Tú haz lo que te dé la gana! – Gritó un individuo que escapaba con una pesada bolsa llena de tintineantes monedas a la espalda.

– ¡Estoy rodeado de ineptos! ¡Así nunca me voy a hacer lo suficientemente rico para tener un palacio, joder! – Se lamento Walls Wolf echándose las manos a la cabeza.

– Un momento… – El joven Emil dirigió una mirada de ira hacia el hombre. – ¡¿Me está diciendo que no hay palacio, ni hay riquezas, ni hay… dragón?!

– Ja, ¿dragones aquí? ¡Como si pudiera haberlos! Pero bueno, ahora que sabes la verdad… Gracias por tus monedas y… ¡No me cogerás vivo, pardillo!

El viejo señor echó a correr a una velocidad endiablada hasta desaparecer antes de que Emil o alguno de los otros pobres estafados que se quedaron allí, sin blanca, y preocupándose por lo que había ocurrido, pudieran reaccionar.

– ¡Sabía que era una estafa! – Dijo el muchacho en voz alta.

– ¡¡Pues habernos avisado!! – Contestaron el resto de ciudadanos engañados al unísono.

El guardia sonrió con vergüenza y se rascó la nuca con la mano izquierda.

Un ruido proveniente del agujero central atrajo la atención de todos de repente. Parecía que alguien había colocado una escalera y salía del agujero con una bolsa bien cargada de monedas a la espalda.

– ¿Señor Walls? ¿Cómo es que hoy cerramos tan pronto? No he acabado de recoger el botín y… Oh, ¿Señor Walls? – Dijo un compinche según iba asomando la cabeza al exterior.

Una turba enfurecida de personas se abalanzó sin dudarlo sobre él y le quitaron la bolsa con las ganancias para intentar recuperar lo que habían perdido y si les era posible, algo más. Luego miraron al guardia del castillo, boquiabierto e inmóvil ante lo peculiar de la situación, y echaron a correr, incluido el cómplice del señor Walls Wolf que acababa de ser saqueado.

Emil finalmente se quedó solo, se encogió de hombros y luego se acercó al pozo que tenía una escalera de mano hacia su interior y del que había salido recientemente el sujeto con la bolsa de dinero.

Se lo pensó unos segundos… 

…Y cuando reunió el valor suficiente, decidió descender a lo más profundo del agujero, escalón a escalón, con algún que otro crujido de madera incluido, para averiguar qué ocurría allí abajo.


Capítulo XIII: Otra de tentáculos.

Lingotes de oro, piedras preciosas, monedas… El fondo de los tres pozos iba a un túnel descendiente que se comunicaba con la entrada de una cueva donde había numerosas pruebas de que aquello era un engaño para que, unos pocos, pudieran robar los ahorros que muchos habían ganado con mucho esfuerzo y así hacerse inmensamente ricos. El “Mercado” no era  libre, ni era un ente invisible, si no que eran aquellos tipos y sus ansias de poder, y la Bolsa de deseos no era más que un instrumento a su servicio para lograrlo.

El guardia quiso gritar de rabia, pero algo le distrajo.

En la estancia subterránea había también una enorme puerta de hierro oxidada ligeramente abierta, que parecía cerrarse de forma hermética girando una enorme manija redonda como la de una escotilla de submarino. (Sea lo que sea eso, porque obviamente en esa época no existían)

Emil se asomó para ver qué había detrás de la puerta y encontró otra puerta similar a la primera a unos metros de distancia, pero esta vez bien cerrada. Ambas parecían estar diseñadas para crear una estancia sellada herméticamente a modo un espacio intermedio entre dos zonas muy distintas. Así, cuando el muchacho dio unos pasos para adentrarse con curiosidad, quedó inmediatamente atrapado.

Un estruendo metálico, seguido de un giro acelerado de la rueda en el centro del pórtico que había dejado atrás, le hizo pensar que estaba retenido para siempre. Se dio la vuelta y golpeo el metal para armar el máximo escándalo posible y que alguien fuera pudiera escucharle y acudir en su rescate. Sin embargo, la rueda de la puerta opuesta empezó a girar y esta se abrió lentamente, dejando entrar un torrente de agua que llenó la habitación en unos segundos. Por suerte, al joven guardia le dio tiempo a contener la respiración y prepararse para bucear y tratar de encontrar una salida lo antes posible a aquella situación que prometía darle muerte por ahogamiento.

Se impulsó con fuerza, usando brazos y piernas, y se aventuró hacia el interior de una cueva totalmente sumergida, sin huecos en el techo para salir a respirar. Luego, al ver que su uniforme y espada reglamentarios se volvían un lastre que dificultaba su avance, se deshizo de ellos para poder avanzar más rápido.

Inesperadamente algo le sujeto por uno de sus tobillos.

Emil luchó y pataleó para soltarse, pero no había forma, así que intentó quitarse con las manos lo que le retenía y finalmente pudo verlo. Era un tentáculo que le resultaba familiar.

Pensó rápido y estiró todo lo que pudo su cuerpo para recoger una piedra del suelo y escribir con ella rayando en las paredes de la cueva tratando de comunicarse.

– ¡¿Fred, eres tú?! – Consiguió trazar sobre la dureza de la roca.

Otro viscoso apéndice apareció y, como si tuviera ojos, pareció hacer el gesto leer las letras de la pared, e incluso sorprenderse al verlas. Después recogió un canto del fondo y trató de seguir la conversación.

– ¿Conoces al primo Fred? – Escribió como contestación.

Al joven, a pesar de su gran capacidad para contener la respiración, ya empezaba a faltarle el aire y tenía que darse prisa en zafarse de la criatura y salir del agua si no quería morir ahogado.

– Conozco a Fred, pero por favor ¡No puedo respirar!

– ¿No tienes magia o algo para respirar debajo del agua?

– ¡No!

– Vaya, qué lástima…

El espacio en la pared para escribir se agotaba, pero más empezaba a agotarse la vida del joven guardia que ya comenzaba a ponerse rojo.

– Si me sueltas el pie tal vez encuentre la forma de salir a respirar en alguna parte. Por favor.

– ¿Y si no respiras, te mueres o algo?

– ¡Claro!

– Vaya, pues que faena.

De pronto uno de los tentáculos soltó la piedra, dejó de escribir y desapareció por un agujero. Sin embargo el otro aun siguió sujetando con fuerza a Emil por el tobillo.

Era su fin.

Estaba a punto de perder el conocimiento. Pero decidió sobrepasar en lo posible su límite y aguantar un poco más.

El joven empezó a soltar el aire que tenía retenido en los pulmones lo más lentamente que pudo para ganar tiempo.

Unos segundos más…

De pronto el nivel del agua empezó a descender y en el techo comenzó a formarse una bolsa de aire.

Emil solo tenía que resistir hasta que la cueva se vaciara lo suficiente para sacar la cabeza y respirar, ya que era imposible nadar hacia arriba estando sujeto por el pie. Pero el nivel de agua descendía lentamente.

Solo un poco mas…

El joven guardia se quedó sin más aire que expulsar y finalmente perdió la conciencia y su visión fundió a negro.

(Continuará...)

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