Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos del XIV al XVI)

 


Capítulo XIV. Tratamiento Real.

A la joven Memma, el trayecto hacia el castillo se le hizo largo y tortuoso. Y es que caminó durante casi una hora a pie, mientras la mayoría de sus captores se movían a caballo y tiraban de sus grilletes, sujetos por una larga cadena. Pero no es que estos llevarán un trote acelerado, pues le iban esperando, e incluso aceptando alguna que otra pausa para descansar las veces que se quejaba enérgicamente llamándoles “bastardos abusones”. Ni que no hubiera una parte de la tropa que también recorriera aquella distancia andando sin rechistar. Es que Memma no llevaba zapatos y todos los caminos estaban llenos de piedrecitas pequeñas que se clavaban como agujas en las plantas de sus ya de por si maltratados pies.

Cuando por fin llegaron, la joven pudo comprobar que cruzar la entrada al castillo era una experiencia bastante impresionante. Con dolor de cuello por llevar la cabeza levantada para mirar hacia arriba todo el tiempo, contempló kilómetros de muros altísimos, unidos por torres más altas aun, todo construido a partir de gigantescas rocas que solo podían haber sido llevadas hasta allí mediante magia, o una incontable cantidad de esclavos bien coordinados con unos buenos látigos. Y dado que lo segundo era más barato, Memma apostaba por esa segunda opción.

Una gigantesca puerta de madera bajó lenta y ruidosamente, proyectando una imponente sombra sobre el pequeño ejército que tenía apresada a la chica y, cuando por fin tomó contacto con el suelo, hizo las veces de puente para ayudarles a cruzar un foso de gran profundidad, que en su parte más baja acogía un rio que seguro que había tenido tiempos mejores, con aguas más limpias y no tan... verdes, espesas, repulsivas…

La escolta de la guardia se fue disolviendo una vez estuvieron dentro de las murallas, marchándose todos los soldados, cada uno por un lado, y Memma, se quedó con el tipo bajito y regordete que se había identificado como General Nikpro y el otro señor elegante y de alto rango que fue quien tomó la decisión de arrestarla. La arrastraron un poco más hasta una increíblemente adornada edificación interior al castillo que tenía planta circular y todas sus paredes repletas de bajorrelieves con motivos animales y vegetales, y una vez dentro, apreció una gran sala, desde cuyo centro a través de una abertura en el techo, entraba un rayo de luz que caía directamente sobre la figura de una persona arrodillada que le resultó ligeramente familiar.

Parecía que alguien importante situado en un altar delante de él, le estaba recriminando algo.

– Déjeme decirle, mi apreciado Dr. Alers, que me decepciona usted profundamente.  – Dijo un anciano de alargada barba de color gris y que vestía una túnica con motivos rojos y azules muy extravagante y un sombrero picudo.

– Pero señor, solo llevo aquí un par de días, no se pueden tener resultados tan rápido. –Alers, el Mentalogicólogo, trató de justificarse. – Solo averiguar las causas del malestar de la Princesa ya requiere de varias sesiones de terapia.

– ¡La princesa no puede permanecer en ese estado más tiempo! Si no reacciona, la imagen de nuestro reino continuará perdiendo su brillo. – Exigió el anciano.

Según intuyó la joven recién llegada por la conversación que estaba escuchando, la Princesa debía tener algún problema y habían encargado al Dr. Alers que se encargara de tratarlo, por lo que debía de tratarse de una cuestión de, en palabras técnicas de un experto como el Doctor: “Salud mental”.

La joven agachó la cabeza para que su viejo conocido no la viera, y pudo comprobar que sus extremidades inferiores reposaban ahora sobre  una cómoda y calentita alfombra de terciopelo rojo.

Se divirtió jugando y sintiendo cosquillas en sus maltratados dedos.

– ¡Como Consejero primero del rey, y su mano derecha, me veo obligado a retirar mi confianza en sus habilidades como sanador y llevarle de vuelta a las mazmorras! – Sentenció el anciano.

– Disculpe la interrupción, ¡señor! – El Capitán de la guardia, que sujetaba las cadenas que amarraban a Memma llamó la atención de los ocupantes de la sala.

La chica se cubrió la cara para no ser reconocida, pero ya era tarde.

– ¡Ella! ¡Ella es la responsable de que yo esté aquí detenido! – Se quejó el Mentalogicólogo.

Un pequeño silencio se paseo por la estancia. Luego el Consejero arqueo una ceja y carraspeó antes de dar la palabra al Capitán señalándole con su dedo índice.

– Verá, hemos traído a esta Doctora de habilidades asombrosas para que ayude en el tratamiento de  nuestra excelentísima Princesa. – El general Nikpro entendió por fin la jugada que estaba realizando su subordinado – Nosotros mismos hemos sido recientes testigos de su saber hacer, con cientos de personas satisfechas que la vitoreaban en la plaza del pueblo. – Anunció el joven Capitán.

– ¿Una mujer? ¿Doctora? – preguntó el anciano mesándose las barbas.

La chica sintió una gran indignación por semejante cuestionamiento sin sentido, solo por el simple hecho de pertenecer al género femenino, pero antes de que pudiera protestar fue interrumpida.

– ¿Qué sabe esa mocosa de mentalogicología? ¿Acaso tiene estudios o experiencia? ¡Simplemente me robó el puesto haciendo que me metieran en una fría y sucia celda! – Acusó el viejo Alers enfadado.

De pronto el Rey Dieff hizo acto de presencia dando un portazo desde una de las puertas laterales y todas las miradas se dirigieron hacia él. Luego, todo el mundo se quedó callado e hincó la rodilla en señal de obediencia, excepto el Doctor, que ya estaba postrado en el piso y Memma, que despistada, tuvo que ser forzada con un buen tirón en los grilletes aun amarrados a sus muñecas para que siguiera el juego de la sumisión.

Los ojos de Dieff no tardaron en posarse sobre ella.

– Mi hija esta triste… melancólica, apagada, desganada… mustia. Su belleza ya no llama la atención, ni causa deseo, ni genera envidia en otros reinos. – El monarca, serio, hablaba con un 50% firmeza y otro 50% preocupación en su tono de voz. – Pero eso no es lo peor, porque para mí, como es lógico, lo más importante es que no quiero ver así a mi hija. ¡A la sangre de mi sangre!

Nadie se atrevió a decir nada que interrumpiera el discurso de su majestad. Sabían que era importante respetar esas pausas dramáticas que le hacían quedar mucho más cautivador.

– Responde pues, niña, a lo que te ha preguntado el sabio Doctor. ¿Qué aprendizajes o habilidades te capacitan para ayudar a mi pequeña a salir de su espiral melancólica? – Y añadió amenazante – Y recuerda que de tu respuesta depende acabar o no en una mazmorra que… ¡Por cierto! No tiene nada de fría, ni sucia. Si no que es lo suficientemente acogedora y compasiva para los bribones que se han ganado dar con sus huesos en ella.

En su última frase dedicó una mirada enfurecida al Dr. Alers, que no supo más que tragar saliva.

– ¡Ja! Muy fácil. – Contestó Memma en tono burlón mientras todos la miraban sorprendidos.

– ¡Mi experiencia y conocimientos vienen de haber estado en la piel de mis pacientes! –Se levantó colocando sus brazos en jarra y alzando la barbilla con orgullo – Soy la mejor… errr… comosedigacóloga… ¡Por qué en mi vida he sufrido la misma tristeza, precariedad, injusticias y problemas de salud que la mayoría de ellos! ¡Y he sabido recuperarme de todo! ¡Yo solita!

Alers se echó las manos a la cabeza, pero el Rey y el resto de personas en la estancia parecían mostrarse convencidos.

– Mmmm, de acuerdo, liberad a la joven, escoltadla a los aposentos de la Princesa para que empiece a asistirla lo antes posible, y llevaos a este tipo fuera de mi vista, de vuelta a su celda.

Y obedeciendo, dos guardias retiraron los grilletes a la chica y otros dos se llevaron al Doctor arrastrándolo por los brazos.

En un último momento de dignidad, Alers se quitó de encima a quienes le remolcaban a su ingrato destino, y se aproximó decididamente a Memma para quitarle, con un movimiento relámpago, las gafas que está le había robado cuando la conoció  y que en ese momento llevaba puestas con todo el descaro. Luego se dirigió por su propio pie hacia las mazmorras dejando a todo el mundo boquiabierto con su monumental cabreo.

– ¡A mí me quedaban mejor que a ti! – Se quejó la joven, siendo consciente de que, efectivamente, había sido la responsable de todos los males de aquel simpático carcamal por culpa de sus locuras.

Luego pensó que si tenía éxito en su servicio a la monarquía seguro ya se lo compensaría de alguna manera…


Capitulo XV: Tito Cerebro y las fases del duelo.

Emil abrió los párpados a un lugar en el que recordaba haber estado recientemente. De nuevo un viento fuerte, oscuridad, montañas… Y unas escaleras escasamente iluminadas, al final de las cuales sabía que encontraría un enorme templo de piedra, donde parecía vivir el extraño ser que se había identificado anteriormente como Tito Cerebro, solo que esta vez, a su lado, inesperadamente también se encontraba Emeral.

¡Tú! Me dejaste tirado en la península y ahora no encuentro la forma de volver al castillo. – Reprochó Emil a la hechicera.

Después de tu diagnostico necesitabas hacer ese viaje exterior, para avanzar también en tu viaje interior. – Interrumpió el cerebro parlante.

– ¿Viaje interior? ¿De qué me habla este tipo?

Negación, ira, negociación, depresión, y finalmente aceptación – Apuntó Emeral. – Pero aún estás atascado en la negación, me temo. –

– ¿Cómo? – El muchacho no comprendía nada.

Son las fases del duelo ante el diagnóstico de una Enfermedad.

El joven guardia se dio un golpe fuerte y decidido en el pecho e hizo una revelación, cargado de orgullo.

No hay nada que negar, estoy curado y listo para volver a ser el que era.

Está claro que lo niega – Contestó el tipo con cara de sesos.

– ¿Negar? Mis viejos músculos solo necesitaban un masaje para recolocarse en su sitio y, por suerte, conocía a la persona con los conocimientos para ello.

Se sentía bien, si, pero en el fondo Emil sabía que algo seguía sin ir del todo bien dentro de él. Y luego estaba esa amenaza constante. Una sombra que lo seguía a todas partes y parecía esperar cazarle con la guardia baja.

El masaje que te han hecho… es decir, la fisihostioterapia, puede ayudar a aliviar e incluso mejorar algunos síntomas físicos de la Esclerosis Máxima, pero por desgracia no detiene su avance. – Informó la chica tratando de mostrar compasión en su rostro.

– Claro, porque tú sigues empeñada en que nadie puede ayudarme a ser como antes, y esto te fastidia los planes.

– ¿No habrá recibido también algún golpe en la cabeza durante el tratamiento fisihostioterápico? – Preguntó Emeral a Tito Cerebro.

No, que va, si fuera así yo lo notaría, por donde vivo y eso.

Claro…

¡Quiero irme de aquí! – Interrumpió el guardia enfadado.

El ser con cabeza de cerebro se lo pensó un momento, luego sacó de entre sus ropajes un espejo pequeño, lo colocó delante de Emil y lo estiró como por arte de magia, para alargarlo hasta ser capaz de mostrar una persona completa.

El chico se aproximo con cautela para contemplar su reflejo.

Su uniforme reglamentario de guardia y su espada habían quedado atrás para poder aligerar su peso cuando estuvo sumergido bajo el agua, y sin ellos se sentía desnudo,  sin ninguna autoridad, incómodo, triste… Sin embargo no tardó en dejar de prestar atención a esas sensaciones y se fijó en una especie de nube negra con ojos que estaba detrás de él.

Mirándolo bien era… ¡Era un gato!

Es tu animal interior. En tu caso como eres ágil, independiente, y algo desconfiado es… Si, un gato.

– ¿Por qué me sigue y parece que va a atacarme? – Emil contemplaba la imagen que le devolvía la mirada en el cristal pulido, entre extrañado y asustado.

La Esclerosis Máxima sucede cuando tu cuerpo, por simple torpeza, se hiere a sí mismo. Tus propias defensas interiores causan daños que impiden una correcta comunicación, dificultando la conversión de lo que quieres hacer y lo que tu cuerpo finalmente hace. – Trató de explicar Emeral.

– No he entendido nada…

Ese estúpido gato debería protegernos de los males que pudieran afectarnos, pero es un poco torpe y me está pelando los cables… Así que tú cuerpo y yo ya no nos entendemos bien. – Tito Cerebro quiso simplificar la explicación, pero no tuvo mucho éxito.

Unas extrañas cuerdas de metal forrado de una especie de tela gomosa y que este no había visto en su vida, nacían en diversas partes del cuerpo del guardia del castillo, brillaron brevemente y se hicieron apreciables. Luego tiraron de sus extremidades y le hicieron bailar como una marioneta. Estos tenían su otro extremo unido al báculo que sostenía Tito Cerebro, que controlaba todo.

Emil se sintió agobiado, sin entender que estaba pasando.

De repente, el gato saltó y atacó a uno de los extraños cordeles y empezó a mordisquearlo comiéndose parte de su recubrimiento, hasta que se cansó y se marchó, desapareciendo en la oscuridad.

El joven sintió su brazo izquierdo torpe y adormecido.

¿No lo ves? Yo, bajo tus órdenes, controlo tu cuerpo a través de estos cables, pero nuestro animal interior, es decir, nuestras defensas, los ataca por equivocación, pesando que debe protegerte de ellos.. – Aclaró el cerebro.

– ¿Cables? ¿Te refieres a estas extrañas cuerdas? – El joven se sacudió enfadado – Hace bien en protegerme de esto. ¡Estas controlándome con ellas! – Preguntó Emil.

– Pero una vez están dañadas, tu cuerpo no se comunica bien contigo y falla. – Añadió Emeral. – ¡Aunque creo que tengo la solución para frenarlo! No evitará que siga pasando, pero ralentizaremos el avance y…

¡Soltadme ahora mismo! ¡Quiero recuperar el control de mis extremidades!

Y lo tienes, muchacho. Yo solo hago lo que tú me dices.

– Arg, no entiendo nada, maldita sea. ¿Y por qué este estúpido gato es mi defensa entonces? ¡¿Por qué me ha tocado a mí estar defectuoso de esta manera?! – Mientras el joven gritaba, sus contrarios hablaron entre si

Creo que por fin hemos pasado a la ira – Dijo la hechicera.

Si, parece que avanzamos.

Emil, totalmente fuera de sí, perdió el control y lanzó un puñetazo lleno de rabia al espejo que, al contrario romperse como este habría esperado, lo hizo girar sobre su soporte y le asesto un golpe en la barbilla dejándole KO.

Últimamente no paramos de fundir a negro… – Se quejó amargamente Tito Cerebro.


Capítulo XVI: El templo de los Estetiotienses.

Oscuridad.

Silencio.

Emil repentinamente despertó y se encontró boca abajo, sujeto por un tentáculo del pie izquierdo mientras otro tentáculo le abofeteaba intentando reanimarle.

Tosió y expulsó un poco de agua que había tragado antes de desvanecerse. Por fin podía respirar y lo hizo con total desesperación durante unos instantes, hasta que pudo calmarse y disfrutar de como el aire entraba en sus pulmones y le llenaba de nuevo de vida.

El viscoso apéndice que le sostenía en el aire dejó caer al joven, por lo que se dio un buen golpe en la cabeza contra el suelo, pero aun así, después de recuperarse del impacto, pudo levantarse y agitar la cabeza para localizarse de nuevo en el mundo real, que además ya no estaba del revés.

De pronto, un tipo con una bonita sonrisa, ojos azules, mirada seductora incrustada en una cara perfectamente simétrica, y unos cabellos rubios sedosos y brillantes, salió del suelo haciendo un agujero en las rocas y se dejó ver hasta la cintura. Su musculatura podría haber estado más definida, pero estaba claro que si era alguien capaz de atravesar la dureza de la piedra con sus manos, su potencia corporal quedaba más que probada.

– ¿Cómo es que conoces a mi primo? – Preguntó el torso que asomaba desde el suelo.

– Err… ¿Fred es tu primo? – Emil se rasco la cabeza, en parte por el dolor del golpe que acababa de darse, pero también por la confusión de ver que el primo de un ser con un montón de tentáculos fuera tan antropomorfo.

– Si, ya sé que no nos parecemos. Me consta que no soy tan guapo como él.

– Bueno, no estás mal.

– ¡Ey, gracias! Es decir, no ha sonado muy enérgico, pero hacía tiempo que no recibía un cumplido.

– Oh, no, no. En serio. Eres bastante atractivo. Aunque es cierto que no he visto a tu primo para comparar.

El torso puso los brazos en jarra y se levantó en el aire sobre decenas de tentáculos que nacían en su cintura. Estos se agitaron y retorcieron en el aire con toda su viscosidad de forma un tanto amenazante.

– Ejem, creí que habías dicho que conocías a Fred.

– Y le conozco. Quiero decir… Iba con la bruja y me lo presentó, pero solo vi unos cuantos tentáculos y nada más…

– Si… no nos gusta dejarnos ver, eso es cierto. Nuestro cuerpo suele estar en otras dimensiones para que podamos mostrar una apariencia más intimidante. – El torso descendió un poco para colocarse más cerca de la visual del muchacho – Ni te imaginas la gente tan maligna que pasa por aquí. Especialmente si alguien se deja el portal abierto.

– ¿No puedes cerrarlo tú?

– No, claro, yo ni siquiera tengo control de con qué punto conectar al final. Es el invocador, o la invocadora en este caso, quien decide la conexión de la entrada y la salida, y luego debe cerrar las puertas mágicas.

– ¡La bruja!

– ¿Bruja? Llevas un rato mencionándola y… ¿De quién hablas? ­– El atractivo pero extraño ser se mostró confundido

– ¿Cómo se llamaba…? ¡Ah sí, Emeral! ¿Ella se dejó el portal abierto?

– ¿Eh? Si. A veces es un desastre… Menudo lio me dejó aquí con los tipos esos que entraban y salían de los pozos con cosas brillantes.

– Maldita… ¡A mí también me la ha jugado, pero bien!

– Oh, no, conmigo ha sido siempre bastante amable. Pondría uno de mis tentáculos en el fuego por que tiene siempre buenas intenciones.

– ¡¿Buenas intenciones?! Pero si dices que te causó problemas durante años por dejarse el portal abierto.

– Bueeeno, pero eso es porque tiene muchas cosas en la cabeza… ¡Se va olvidando de todo! Jaja, aunque ya veo que tú le guardas rencor.

– Un poco.

– ¿No me digas que también te rechazó cuando le pediste una cita? Esas cosas pasan, hombre, si no somos su tipo no nos podemos enfadar. Las relaciones son cosas de dos y ambos eligen a quien le atrae. Si no puede ser, no puede ser. – El primo de Fred quiso mostrar su madurez sentimental. – Además, si te gusta, lo normal es desear que le vaya bien en la vida, aunque no formes parte de ella como quisieras, ¿no?

– ¡Oh!, no, no. No va por ahí la cosa… No es que me atraiga.

– Umm, ¿y por qué estas tan resentido como para llamarle bruja y decir que no tiene buenas intenciones?

– Es una larga historia…

– Ya… Bueno, no pasa nada si no quieres hablar de ello.

– Si, el caso es que tengo un poco de prisa por volver. – Emil empezaba a notar que la conversación no llegaría a ningún lado.

– Oh, ya veo. Entonces por eso querías que te soltara la pierna.

– Bueno, por eso y porque me estaba ahogando…

– Cierto, perdona por ello, pero estoy acostumbrado a que venga gente con habilidades para usar la magia y doy por hecho que sobrevivirán en mi entorno natural.

– Ya veo… Con Fred fue un camino más… seco, así que yo tampoco me esperaba tanta agua.

– Si… Fred vive en otros ambientes. Es primo lejano, así que no somos exactamente de la misma especie.

– ¿Cómo te llamas?

­– Mi nombre es Greg.

– Encantado Greg. Yo me llamo Emil.

– Es un placer Emil.

El chico estrechó uno de los muchos tentáculos de Greg como saludo y notó como se espachurraba suavemente entre sus dedos dejándole la mano pegajosa.

– Guau, menudo apretón, colega. Estás en forma. – Dijo la criatura mitad humana, mitad monstruo viscoso.

– Bueno, lo mismo digo. Y ahora si me disculpas tengo un poco de prisa por volver y me imagino que por esta salida podré regresar al castillo…

– ¿El castillo? Oh no. Este lado del túnel conecta con el interior del templo Estetiotista. Queda un poco lejos del castillo, la verdad.

– ¿El templo Estetiotista?

– Si, allí se reúnen los miembros de una especie de secta para compartir experiencias.

– ¿Y cómo es que Emeral abrió allí un portal?

– Son gente bastante maja y tengo entendido que entre los socios hay un poderoso hechicero al que tiene bastante aprecio.

– Entonces no me queda más remedio que ir por allí y confiar en que ese hechicero me pueda ayudar a llegar al castillo…

– Quizás esté también ella… ¿Si la ves, puedes decirle que por favor cierre los portales? Los señores de los sacos llenos de metales son bastante escandalosos.

– Cuenta con ello, Greg. Pero no creo que esté. De hecho acabo de verla… Creo. – Emil miró hacia el techo sin motivo. – ¿O sería un sueño?

– Vale, bueno, no importa. He dejado la puerta abierta para que evacuara el agua, así que no deberías tener problemas en salir. Dejaré esto seco durante un rato.

– Genial, muchas gracias. Ha sido un autentico placer y todo un privilegio verte.

– Es cierto que no me suelo dejar ver, pero al principio pensé que eras de los malos y te traté regular. Tenía que compensártelo. – Greg le guiño un ojo.

– No te preocupes, lo entiendo y… Bueno, sigo mi camino.

– ¡Hasta la próxima vez!

– ¡Hasta otra! – A pesar de las palabras elegidas, El joven guardia tenía la esperanza avanzar hacia su destino y no tener que volver por allí nunca más.

Greg desapareció poco a poco por el agujero en el suelo de donde había salido y luego sacó un tentáculo para agitarlo a modo de despedida. Mientras, Emil se puso en marcha hacia el otro extremo de la cueva para salir de allí. No tuvo que caminar mucho para encontrarse, y luego cruzar, dos puertas de hierro enormes que actuaban como exclusa diseñada para evacuar agua, igual que las que vio en el inicio del túnel nada más descender por uno de los pozos. Llegó así a la salida del portal que, suspendida en el aire, crepitaba y deslumbraba con una luz azulada que teñía las paredes de la estancia.

Se asomó con curiosidad antes de lanzarse a la aventura hacia un lugar desconocido y pudo ver una construcción de piedra muy sencilla, sin lujos ni adornos, con formas rectangulares y con aristas afiladas, que impresionaba por ser espaciosa, pero no por dar la impresión de estar levantada para venerar a ningún Dios. Y es que carecía de estatuas, trabajos decorativos de precisión, o cuidados detalles tallados para contar la historia de algún todopoderoso ser a las generaciones venideras.

El guardia no lo pensó más y saltó finalmente a través del portal.

El lugar en el que aterrizó era espacioso, de techos altos y bien iluminado, pero efectivamente no tenía pinta de ser el sitio de reunión de una peligrosa secta.

El joven anduvo con cuidado, explorando lo que pensó que sería un complicado laberinto, atravesando un pasillo a la espera de encontrarse otro, y luego otro, incluso puede que alguna trampa para protegerse de visitas indeseadas, pero la realidad que contempló al final de ese primer corredor fue una flecha roja pintada en la pared bajo la cual estaba escrito: “Sala de reunión de los Estetiotistas”.

Obviamente siguió la flecha.

Tras la entrada señalada, el muchacho vio a dos ancianos jugando a las cartas sobre una mesa de piedra, sentados también en sendas sillas fabricadas del mismo material. Un hombre de mediana edad estaba acomodado en el suelo, con los brazos y las piernas abiertas como cuando se hace un ángel en la nieve, leyendo un libro que sostenía con una de sus manos delante de la nariz y que, por sus carcajadas, parecía resultar de temática humorística.  Había también una mujer que aprovechaba los rayos de sol que entraban por una enorme ventana cuadrada para broncearse y que, al contrario que los demás, que usaban una especie de hábito para vestirse hasta los pies, en su caso había decidido colocarlo como cama donde acostarse, por lo que apenas se cubría la parte inferior, de la cintura a los muslos, con un minúsculo trozo de tela. Eso sí, se protegía los ojos con el antebrazo para poder echarse una siesta sin que le molestara la luz.

No era la primera vez que el guardia del castillo veía unos pechos femeninos desnudos, pero en ese momento se extrañó un poco de aquella despreocupada exhibición en lo que se suponía que era un templo para la reflexión y adoración de un ser supremo, así que no pudo evitar inventarse su propia teoría de que, tal vez, la divinidad que adoraban en aquella secta era un poco “lascivillo”, y aquella pose se trataba de una ofrenda o algún tipo de ritual.

De repente un tipo totalmente calvo, vestido también con el mismo hábito color bronce y de tejido áspero que los otros, pero con una insignia roja bordada en su pecho que le identificaba como alguien importante en el grupo, se acercó a Emil y le escaneó de abajo a arriba con sus ojos enormes que observaban a través de gafas redondas y muy pequeñas.

– Bienvenido joven. ¿En qué podemos ayudarte? ¿Vienes a unirte a nuestra hermandad, tal vez? – Preguntó el calvo de gafas, con aire de señor calmado, sabio y reflexivo.

– No… yo… acabo de regresar de un viaje y me he encontrado de pronto con este templo y… creo que estoy un poco perdido.

– Ya veo, ya veo. Si, alguna gente extraviada acaba aquí, en nuestro humilde templo, pero no suelen quedarse mucho. Como no tenemos estatuas, adornos, ni relieves que cuenten historias, no hay mucho que hacer como turista.

El resto de individuos en la habitación ignoraron completamente la nueva presencia y continuaron con sus actividades sin interrupción.

– Te estarás preguntando quienes somos, supongo. – Preguntó el señor calvo

– Pues…

– Yo soy el socio fundador, Arget, y todos y todas formamos parte de los Estetiotenses. Personas libres, si, pero que seguimos con devoción a… Este Tío.

Arget señaló a una persona en la que hasta ahora el joven guardia no había reparado. Un tipo sentado en una ventana, muy arriba, al fondo, que parecía beber de una jarra de madera y hurgarse la oreja con el meñique mientras miraba el paisaje y disfrutaba de sentir la brisa en el rostro. Su atuendo era normal, del día a día, con su camiseta de tirantes amarillenta con marcas de sudor en las axilas y ligeramente estropeada por el uso, su capa roja, su pantalón pardo de campo y sus botas altas. Aquel hombre no parecía ser un genio capaz de lavar el cerebro a un grupo de personas y montar una secta para ser venerado como un Dios y tampoco parecía tener interés en mover un musculo para hacer algo así pudiendo usar ese esfuerzo en algo más útil como rascarse el trasero, pero ahí estaba, siendo el centro de atención.

Emil no entendió nada.

– ¿Estás diciéndome que “Este Tío” es algo así como vuestra divinidad?

La joven que tomaba el sol semidesnuda se incorporó y decidió participar en la conversación.

– No creas que estamos mal de la cabeza o nos han comido el coco. Es solo un símbolo.

El guardia la miró boquiabierto, aun sin comprender a que se refería.

– Si, veras… ¡Eh! ¡Mírame! ¡Aquí arriba! – La mujer hizo un gesto dibujando una circunferencia que delimitaba su rostro para indicar a Emil que levantara ligeramente su visión para dirigirla a la parte correcta de su anatomía y una lograr así una comunicación fluida y sin distracciones. El chico miró hacia otro lado disimulando y visiblemente nervioso. – Todas las personas aquí presentes buscábamos un ejemplo a seguir, alguien que guiara nuestras vidas por el camino correcto.

– El caso es que algunos pasamos por muchas sectas y cultos, que adoraban a todo tipo de criaturas, Dioses y señores… – Continuó Arget.

– Sobre todo señores – Interrumpió la mujer.

– Nos solía ocurrir que en todos los grupos a los que nos uníamos para depositar nuestra voluntad de incondicionales adeptos, se nos exigía que dejáramos de hacer muchas cosas que… la verdad, nos gusta hacer. – Añadió el socio fundador

– Que si no puedes esto, que si no puedes lo otro, que si hay textos prohibidos… – Quiso sumarse el lector tumbado en el suelo.

– Todo el rato teniendo que pedir perdón, con amenazas de ir al infierno y promesas de un paraíso en otra vida, a cambio de cumplir un montón de normas en esta – Dijo uno de los ancianos jugadores de cartas.

– Y la sexualidad y el propio cuerpo, siempre prohibidísimos. No mires, no toques, avergüénzate todo el tiempo. –  Remarcó la mujer, que ya había recuperado su postura de broncearse.

– A mi llegaron a decirme que algunos juegos de cartas, por lo visto están inventados por el mismísimo diablo. – Dijo el otro jugador de cartas.

Emil ya empezaba a sentir dolor en el cuello de mirar para uno y otro lado de la habitación cada vez que una persona diferente le hablaba.

Arget le puso la mano en el hombro para mostrar cercanía de grupo.

– Y por supuesto, unido a todo eso estaban las cosas que teníamos que hacer, y que no nos apetecían demasiado. – Continúo el amable fundador.

– Madrugar, rezar, meditar, hacer ofrendas, rituales, vestir con una túnica… – Enumeró el tipo que seguía leyendo acostado.

– En nuestra comunidad lo de la vestimenta es por dar uniformidad al grupo, pero como ves, no es obligatorio – Quiso matizar la mujer señalando su piel bronceada.

– Oh… claro – Apenas acertó a decir Emil.

– En resumen. Respetamos las creencias, los Dioses y a quienes deciden seguir las normas impuestas con devoción, pero… nosotros y ella… preferimos seguir… ya sabes, otro camino. – Quiso simplificar uno de los jugadores de cartas.

– El caso es que entonces conocimos a Este Tío, que vivía a su aire y le daba igual absolutamente todo, y decidimos que seguirle a él era mucho menos exigente y nos apetecía mucho más. Así que fundamos este grupo: Los Estetiotenses. – Arget pareció finalizar su argumentación y el resto de personas no dieron señal tener nada más que añadir.

– ¿Y qué opina él de que…? – Preguntó el guardia tímidamente.

– A mí, mientras no me toquen las narices, que hagan lo que les de la real gana. – Interrumpió el hombre de la ventana al que todos veneraban.

– ¿A que es absolutamente digno? – Dijo la mujer emocionada.

– Pero… ¿Y nadie le ha preguntado su nombre o algo? – Preguntó Emil a cualquiera que estuviera dispuesto a contestarle.

– No necesitamos saberlo, es solo… Este Tío. – Explicó el tipo del suelo.

– Marcos. ­– El famoso “Este Tío”, reveló su identidad al tiempo que se mordía una uña y trataba de hacerla más corta y aseada con sus incisivos.

– Cállate Marcos, te dije que no queríamos saber tu nombre, nos corta todo el rollo místico. – Regañó Arget

– Bah. Si de todas formas no me hacéis ni puñetero caso. – Se quejó el señor inspirador de la extraña secta.

– ¡Callad y dejad de meteros con Este Tío! No queremos enfurecer a nuestro líder. – Interrumpió uno de los jugadores de naipes.

La situación se estaba poniendo tensa y Emil empezaba a estar mareado, pero pillaba más o menos la idea de que un grupo de gente, ansiosos por un pastor que les guiara en la vida, pero que no les limitara con normas y prohibiciones, habían formado una secta muy conveniente, con una divinidad elegida al azar, que en este caso fue Marcos, pero podía haber sido igualmente un jarrón, una piedra o una pieza de fruta.

Bueno, tal vez una pieza de fruta no, porque estaría prohibido comérsela y eso les supondría tener una norma que cumplir cuando se trataba precisamente de vivir en ausencia de estas.

Decidió volver a interesarse por su viaje y cambiar de tema.

– ¿Alguno conoce a la bruja Emeral?

– ¿Emeral es una bruja? – Dudó el tipo tirado en el suelo.

– ¡De bruja nada! Es la mejor hechicera de todo el reino, y una mujer estupenda. – Dijo la chica en proceso de bronceado, mostrando sororidad con esa joven que les visitaba de vez en cuando.

– Le tenemos bastante cariño y viene a veces por aquí. Aunque la ultima vez dejó un portal abierto que es un poco peligroso. – Arget volvió a tomar la iniciativa en la conversación.

– Lo sé, he venido por allí.

– Es que es un poco despistada… pero… – La disculpó Arget.

– ¿En serio vienes por ese portal? Ni loco me meto yo ahí. – Se atrevió a interrumpir uno de los participantes del juego de Cartas.

– Si, y me han dicho que en este templo podía encontrar a un poderoso hechicero para arreglar un problemilla que tengo con este dichoso portal.

Se miraron unos a otros.

– ¿Un poderoso hechicero? ¿Aquí? – El socio fundador se mostró incrédulo.

– Veréis, necesito llegar al castillo, pero las salidas del túnel unen una zona boscosa de la península de Sueminenfi con este lugar. Así que, aunque entiendo que el pasaje mágico solo lo puede cerrar su invocadora, me preguntaba si es posible cambiar el destino al que apunta alguno de sus extremos y así llevarme donde quiero ir.

La ausencia absoluta de sonidos reinó la habitación durante unos segundos.

– Es posible – Dijo Marcos por sorpresa, que era hombre de pocas palabras.

– ¡¿De verdad?! – Contestaron todos al unísono, incluido Emil.

Marcos, alias Este Tío, dio un salto desde la ventana, floto un poco en el aire antes de tocar el suelo y luego calló de pie con pasmosa suavidad. Inmediatamente después, se hurgó la oreja izquierda con el dedo meñique.

– ¡Guau! – Se emocionaron todas las personas presentes al unísono.

– Ey, eso le da puntos como líder, ¿no? Es bueno para la asociación. – Pensó Arget en voz alta.

– Pero… Obviamente he de pedirte algo a cambio de decirte cómo llegar al castillo.

– ¿Eso significa que tu eres el poderoso hechicero del que me han hablado? – Se interesó Emil.

– Tal vez, aunque no es algo importante en este caso, ya que no te hará falta magia para resolver el problema. Si no poder de convicción.

El guardia del castillo pensó que las cosas volvían a situarse en su contra. Siempre había algo que le ponía todo cuesta arriba, y cuando parecía encontrar por fin una manera de seguir adelante, un nuevo asunto surgía para bloquearle otra vez. Era un bucle constante, infinito, que además le recordaba que había estado ignorando su salud, fingiendo que todo estaba de nuevo como antes de conocer a Emeral y que esta le diera un diagnostico, a pesar de saber que se engañaba a sí mismo.

– Maldita sea. – Emil estaba enfadado porque le habían puesto la realidad delante de los ojos en esa extraña visión que tuvo mientras estaba inconsciente.

– Muy bien. ¿Qué quieres a cambio? – Dijo al final el muchacho, después de un breve silencio.

Este Tío se paseó con calma por la habitación y se humedeció los labios preparándose para dar una buena exposición de motivos de lo que iba a pedir y por qué lo necesitaba.

– Veras… Durante años trabajé duro como mago elaborando pociones, conjuros, ayudando a la gente a cambio de un poco de oro, o de plata… Y con el tiempo pude retirarme a vivir en este templo, pensando que con lo acumulado estaría tranquilo hasta el fin de mis días… – Miró al techo y colocó las manos en su espalda, una sobre otra. – ¡Pero entonces llegaron aquí estos gorrones! Y yo les di cobijo y comida a cambio de que no molestaran. ¡Pero vaya si molestan! ¡Todo el día comiendo y bebiendo, pensando que los recursos son infinitos y simplemente caen del cielo!

Los Estetiotienses se quedaron boquiabiertos. Parece ninguno de ellos se había planteado como había estado funcionando su secta sin que tuvieran que preocuparse por nada más que por el placer de vivir a su aire.

– Así que… he pensado que en lugar de echar a patadas de aquí a todos estos mendrugos a los que he cogido bastante cariño… Si conseguimos financiación suficiente para disfrutar de algunos años más haciendo lo que nos gusta sin preocupaciones de ningún tipo… Estaría genial.

Emil se metió una mano en el bolsillo y sacó un par de monedas de cobre que le habían quedado después del intento de estafa financiera. Al verlas, todos le miraron decepcionados. Parece que no tendrían capacidad para subsistir más tiempo sin obligaciones.

– Un momento, tengo una idea. – Dijo el joven guardia.

Y salió de la estancia, desapareciendo durante un buen rato de la vista de los Estetiotienses, que solo supieron mirarse confundidos y avergonzados de no haber pensado antes en el asunto de la supervivencia.

Por suerte no tardó en volver, tras recuperar su uniforme y espada reglamentarios, y traía consigo varios sacos llenos de monedas de oro, plata y otros metales valiosos que hicieron que todos saltaran de alegría.

El botín de la Bolsa de Deseos se había quedado abandonado en la entrada del túnel mágico ante la huida de los timadores y, como agente de la autoridad, Emil decidió confiscarlo y donarlo a causas benéficas.

– Muy bien, no sé de donde lo has sacado, pero sin duda te has ganado la información que reclamabas. – Dijo Marcos. – Te diré como llegar al castillo.

El joven guardia tragó saliva.

– Veras… Greg no puede cerrar el pasadizo mágico ni cambiar los destinos a los que apuntan sus entradas, pero puede abrir una tercera puerta. – Explicó Este Tío.

–  ¿Y por qué no me lo dijo?

– Porque esa salida irá obligatoriamente hacia un lugar traumático para la persona que creó el portal, que en el caso de Emeral, es una sala concreta del castillo, y me temo que convencer a Greg no será fácil. – Marcos suspiró antes de continuar. – Le tiene mucho aprecio a esa hechicera, así que tendrás que hacerle un buen regalo.

– Ya veo… En ese caso creo que tendré que llevarme de vuelta uno de esos saquitos y…  – Emil trató de recuperar parte del botín.

– ¡NOOOOO! – Gritaron todos al unísono.

– Ejem, no… quiero decir… A Greg no le importa nada el dinero, eso es cosa de humanos. Sin embargo, es un tipo presumido. – Marcos se rasco la barbilla. – Habrás visto que le gustan los cumplidos. Y si tuviera algo donde admirarse y sentirse genial y atractivo… Ese sería, sin duda, un regalo capaz de convencerle.

El muchacho tuvo que hacer una pequeña pausa para asimilar la información recibida y pensar en un plan. Reflexionó, recordó y repasó momentos de su viaje mientras se tocaba los labios con el dedo índice.

¿De dónde podía sacar un obsequio adecuado para el vanidoso de Greg?

De pronto se le ocurrió. Luego se despidió de Este tío y los Estetiotienses y se marchó apresuradamente por donde había venido sin revelar su idea a nadie.

(Continuará...)

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