Hoy en la sección: "Esclerótico hace cosas", Continuamos escribiendo una historia (Capítulos XVII y XVIII)

 

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Capítulos anteriores:

Capítulo I: https://emiconem.blogspot.com/2021/10/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo II: https://emiconem.blogspot.com/2022/01/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulo III: https://emiconem.blogspot.com/2022/05/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos IV y V: https://emiconem.blogspot.com/2022/06/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VI y VII: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos VIII al XI: https://emiconem.blogspot.com/2022/08/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace_13.html

Capítulos XII y XIII: https://emiconem.blogspot.com/2022/11/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

Capítulos XIV al XVI: https://emiconem.blogspot.com/2022/12/hoy-en-la-seccion-esclerotico-hace.html

 

Capítulo XVII: Mejor de chocolate

Memma caminaba de nuevo libre de grilletes y cadenas, escoltada por dos guardias que le iban abriendo las puertas de las sucesivas estancias del castillo que iban recorriendo y, en ese momento pensó que, a pesar de encontrarse retenida en aquel lugar, podría acostumbrarse a vivir rodeada de adornos caros, techos altos y, o al menos así lo esperaba ella, rica comida, servida 5 veces al día sin tener que cocinar ni limpiar.

El trayecto por aquel laberinto de habitaciones, salones y pasillos le estaba resultando entretenido debido a las escenas que fue contemplando durante su obligado paseo. Era como un pequeño teatro en secuencia continua y sin descansos, donde personajes muy variopintos eran sorprendidos en sus quehaceres diarios, actividades de ocio, o momentos secretos que se revelaban ante aquella inesperada espectadora de gran habilidad para captar todos los detalles a su alrededor. Así, la chica se dio así cuenta de cómo una doncella se besuqueaba y cuchicheaba en voz baja y entre risitas discretas con un guardia, detrás de una cortina, mientras otro tipo calvo y con barba que portaba un hacha sobre su hombro, se colaba en la cocina disimuladamente. Vio también en el momento de acceder a un salón muy grande, que todos los nobles que allí se reunían escondieron unos pergaminos a su espalda. Pergaminos que Memma pensó que serían planes detallados para una conspiración, mientras los observaba saludar nerviosos con la cabeza al paso de la joven y su escolta. Y es que mil sucesos surgían tras cada salida o cada vez que giraban una esquina  hasta que finalmente, llegaron a su destino: La puerta de entrada a los aposentos de la princesa, donde uno de los guardias que la custodiaba, recibió unas pocas monedas de cobre de manos de uno de sus compañeros recién llegados junto a la inesperada visitante, en pago seguramente por alguna apuesta.

Llamaron a la puerta para solicitar el permiso de acceso, pero al parecer la Princesa no estaba de humor para recibir visitas ni decir absolutamente nada, por lo que todos, en el pasillo exterior, incluida Memma, se quedaron esperando y mirándose unos a otros sin saber qué hacer, en medio de un eterno silencio.

– La chica tiene que ver a la Princesa, ¿no? ¿Qué hacemos si no nos deja entrar? – Comentó el guardia que recientemente acababa de incrementar sus ahorros.

– Pues habrá que abrir por la fuerza. A nosotros nos ha ordenado el mismísimo Rey que la traigamos hasta aquí para verla. El resto es cosa vuestra. – Contestó tajante el supuesto perdedor de la apuesta.

– ¿Cómo que cosa nuestra? Mi turno acaba en 15 minutos, ¿sabes? – Se quejó otro guardia.

– Pues me parece que con esta visita os va a tocar hacer horas extras… – Dejo caer el cuarto guardia, también recién llegado en el equipo encargado del traslado.

– ¡De eso nada, a mi aún me deben las del mes pasado! – Protestó el primer guardia.

Memma suspiró mientras hacía un gesto de negar con la cabeza. Después, lleno de nuevo sus pulmones para interrumpir la discusión antes de que pasara a un conflicto mayor y volvió a tocar la puerta.

– ¿Hola? ¿Princesa? Me llamo Memma y he venido a traerle un cuenco hasta arriba de helado de vainilla. ¿Puedo entrar? – Preguntó la joven dirigiéndose a la madera del portón que le bloqueaba el paso.

– ¿Has… has dicho helado?  ¿De vainilla? ¿No habría otro sabor más… interesante? – Respondió una voz detrás de la puerta dispuesta a caer en la tentación.

– Puedo pedir que le traigan del sabor que usted quiera, su alteza. ¿Qué tal chocolate?

– Si… Mejor de chocolate. La vainilla no me gusta nada y el chocolate…  No me dejan comerlo casi nunca porque la señora que se encarga de mi educación lo considera pecaminoso. – Contestó la Princesa. – Todo lo bueno es pecaminoso en este maldito castillo. – Añadió.

Unos ruidos de cadenas liberándose y cerrojos abriéndose se sucedieron al otro lado de pared, mientras Memma disfrutaba del placer de tener de repente autoridad para ordenar a uno de los guardias. Con tan solo un movimiento consistente en levantar ligeramente la barbilla para apuntar hacia él, este asumiera de inmediato que le había tocado ir a buscar dos cuencos grandes de helado de chocolate.

Se sintió poderosa.

Al menos hasta que la puerta se abrió y la Princesa se dejo ver por fin, ante lo que tuvo que hacer una reverencia y seguirla hacia el interior de su alcoba. La cual se detuvo a contemplar según accedía.

Se trataba de una estancia amplia con una enorme lámpara de araña en el techo; una parte con un espejo grande, dorado y adornado, donde seguramente la joven aspirante al trono podría retocarse el maquillaje o el pelo antes de salir; una bañera blanca e impoluta, brillando gracias a la iluminación abundante que entraba por las ventanas, filtrándose entre lujosas y vaporosas cortinas y largas telas de terciopelo de distintos tonos cálidos; finalmente, para rematar, un biombo de madera sobre el que había algunos exóticos ropajes y vestidos colgados, parecía ocultar una zona usada como vestidor.

Las dos chicas se sentaron una frente a la otra a esperar el helado, y la comosedigacóloga pudo ver como la princesa se abrazaba a un cojín, con la cara triste y el rímel corrido, muestra de haber estado llorando, acurrucada a los pies de su enorme cama con dosel rosado semitransparente. En otra época habría llevado un precioso y caro vestido largo y brillante hecho a medida, pero en esos momentos se cubría con un viejo camisón largo de color crema, que seguramente usaba indiferentemente para dormir y andar por su cuarto desde hacía al menos un par de días.

– Gracias por recibirme, Princesa…

– Rhail, me llamo Rhail, ¿y tú eres…?

La primera impresión que Memma tuvo sobre la futura monarca, se vio ligeramente afectada por sus prejuicios. La juzgó sobre todo por su físico. Y es que, en su opinión, se presentaba ante ella una chica mona, estilizada, de cabellos largos y rubios, con los ojos verdes como rubíes y de piel sedosa y blanquecina, que seguramente lo había tenido todo fácil en la vida y ahora se quejaría amargamente por que no le regalaban suficientes zapatos.

¿Sabría acaso esa niñata lo que era sufrir? A ella que la habían traído todo el camino hasta el castillo descalza y engrilletada… ¡Y con el susto en el cuerpo de acabar con sus huesos en alguna sucia y oscura mazmorra, o a saber qué destino peor!

– Mi nombre es Memma, y soy una reputada…  – Paladeó referirse a sí misma con esa palabra, ya que aunque no sabía que significaba exactamente, si tenía indicios de que era un adjetivo usado para personas importantes – Una reputada comosedigacóloga que aprecia su existencia y se ha propuesto animarla… más que nada por librarse de acabar encerrada o asesinada por su… ejem… simpático padre.

– Ya veo, así que eres la sustituta de ese viejo Doctor tan raro.

– Eso parece. Si…

– ¿Y cuando traen el helado que me has prometido? – Se quejó la Princesa que ya estaba harta de curanderos.

– Uno de los guardias está en ello, pero dígame… ¿Qué le ocurre? ¿Por qué parece tan desdichada? – A Memma le pareció una forma razonable de empezar la terapia. Conocer los motivos por los que su nueva paciente tenía ese aspecto tan deprimente.

– Yo… Pues… No lo sé. – Contestó la chica rubia mirando al vacío. – Y por favor, tutéame. Somos más o menos de la misma edad.

– Claro, no iba a ser tan sencillo, pero… Bueno… Normalmente mi técnica curativa consiste en animar a la gente a gritar mucho para quejarse en voz alta de todos los problemas que tienen, así que para eso es necesario que conozcan dichos problemas, y si no tienes ni idea…

– ¿Funciona?

– Mis queridos pacientes se notaban muy aliviados, aunque como me trajeron aquí por la fuerza no pude hacerles todo el seguimiento que hubiera deseado y...

– ¡Aaaaaaaah! – La Princesa grito con todas sus fuerzas, e inmediatamente la puerta de la habitación se abrió de golpe por una patada, Tres guardias irrumpieron con sus lanzas preparadas para entrar en acción y ensartar a cualquier intruso sin piedad antes de que pudiera pensar si quiera en acercarse a su protegida.

Pasaron unos segundos en tensión, luego se volvió a hacer el silencio y, ante la mirada molesta de la joven Rhail, decidieron que tal vez  era el momento de calmarse y confirmar que todo marchaba según la agenda estipulada.

– Err… ¿va todo bien, Princesa? – Preguntó finalmente uno de los guardias.

– Si, si, solo estábamos practicando una técnica curativa muy famosa. – Contestó la joven de cabello rubio.

– Oh, de acuerdo. Entonces nosotros nos… Err… Bu… Buenas tardes… Ya nos vamos.

Los vigilantes regresaron finalmente a su puesto, con cierto disimulo, como haciendo ver a todos los presentes que allí no había ocurrido nada.

Memma, mientras tanto, se recompuso del susto tomando un instante para apreciar la silla donde había elegido sentarse. Se trataba de un asiento mullido y agradable, acoplado sobre formas que parecían hechas de la mejor madera, pintada en un brillante color dorado y con interesantes adornos que evocaban formas de la naturaleza. Los reposabrazos eran muy cómodos gracias a su diseño curvo que finalizaba con los mismos enroscándose en una espiral incompleta. Por otro lado, las patas, firmes y anchas, estaban rematadas con una esfera adherida al final de cada una, para minimizar cualquier ruido que pudiera producirse durante su desplazamiento.

En el castillo, igual que en la sociedad de aquella época, las mujeres debían minimizar al máximo el sonido de su presencia.

La pretendida doctora reinició la conversación.

– En realidad me refería a quejarte. Quiero decir, a gritar, pero para protestar por lo que te hace sentir desanimada, te molesta o te oprime. No a chillar sin más. – Acertó a explicar.

– No tengo muy claro que me pasa… Solo estoy desanimada desde que se marchó una doncella con la que me lo pasaba genial. – La joven Rhail bajó la mirada. – Nos reíamos mucho juntas. Pero no sé por qué, tuvo problemas con mi padre y se fue.

– ¿Se fue? ¿Tuvo que irse del reino o…? – Memma  hizo un gesto con el dedo índice de su mano derecha a modo de cuchillo con el que simuló cortarse el cuello mientras sacaba la lengua, para preguntar si se refería a que había muerto.

– ¡No, no ha muerto! Sigue en el castillo, pero se ha encerrado y no quiere ver a nadie. Lo único que hace ahora es estudiar. Y yo… Aunque he pedido que me la traigan de la forma que sea para poder hablarle y convencerla de que volvamos a pasar tiempo juntas… – Rhail se puso de pie y se acercó a una ventana desde la que se veía una de las torres del castillo silueteada tras la luz del sol, que ya se ocultaba en el atardecer. – Se que mi padre intenta desde hace tiempo que vuelva a sus tareas de doncella por la fuerza, pero no hace mucho que he comprendido que no es el mejor método, y además está claro que no funciona con ella.

– ¡Qué sorpresa! No me esperaba que tu padre exigiera algo por la fuerza… – Respondió Memma con ironía.

– En el fondo comprendo que ya no quiera pasar tiempo conmigo… Lo que le ocurrió aquella vez debió ser traumático.

– ¿Traumático? ¿Qué le pasó?

– Mi doncella tenía una hermana pequeña que siempre la acompañaba a todas partes, pero un día que la había dejado jugando conmigo, Emeral, que así se llamaba la doncella, se quedó atrapada en la biblioteca una semana entera, olvidándose de todo. Al parecer tuvo que convertirse en estudiosa de la magia para sobrevivir, pero le gustó tanto que siguió ese camino. – La joven princesa se giró para seguir contado la historia a su nueva doctora mirándola directamente. – Cuando por fin la encontraron, al echarla en falta por haber descuidado sus obligaciones, no quiso salir de allí, así que se enfrentó a una decena de guardias, y su hermanita que los había acompañado para poder abrazarla después de tanto tiempo sin verla, se vio atrapada en medio del incidente y murió. Dicen que por algún conjuro que la alcanzó por error.

Memma no supo que responder, pero sintió una punzada en el corazón solo de pensar en la trágica escena.

– Desde entonces no ha salido de la torre y cuentan que se ha convertido en una hechicera muy poderosa, pero que se siente aun tan culpable de lo ocurrido, que está obsesionada con traer de vuelta a la vida a su hermana.

– ¿Cómo? ¿Es eso posible? – Preguntó sorprendida la joven Memma.

– No creo que los dioses permitan algo así, pero mi padre conserva el cuerpo de su hermana para que Emeral siga teniendo esperanza y no haga alguna locura…

– Una mujer curiosa tu doncella… No se anda con tonterías.

– Emeral es la mejor. Con sus sombras, eso sí, y con un carácter a veces complicado… Pero la mujer más admirable de todo el reino. – Afirmó la Princesa mientras se le escapaba una lagrimilla que descendió por su rostro y finalmente fue arrastrada hacia el exterior a través la ventana por una ráfaga de viento que se coló de repente.

La lagrima, flotando a merced del aire y las partículas que este transportaba, se perdió en el horizonte cuando su transparencia se confundió en la creciente oscuridad de la noche, que ya empezaba a hacerse presente.

 


Capítulo XVIII: Del oscuro sótano al cielo brillante.

El doctor Metepin vivía en un pequeño pueblo con apenas diez o doce casas en una zona boscosa y había decidido dedicar su vida a la investigación, algo que estaba totalmente prohibido. Era un tipo anciano y nada supersticioso que desconfiaba de la magia tradicional y había descubierto lo que él había llamado el “método científico” o de “ensayo y error” para llegar a conclusiones sobre preguntas que se hacía constantemente en su vida, como sanador y como estudioso del funcionamiento del cuerpo humano. Obviamente lo llevaba en el más absoluto secreto por motivos que cualquiera podemos imaginar, dado la época en la que habíamos situado esta historia. Sin embargo, había otras personas como él, que compartían sus hallazgos a través de publicaciones que se movían en el gremio sin mucho peligro de ser descubiertos, debido a una mezcla entre la baja alfabetización de las clases sociales más bajas y al desinterés por la lectura de las más altas.

Fue así como Emeral consiguió dar con su foto. Y a partir de ahí no sería una tarea compleja para una poderosa hechicera como ella encontrarle.

Aquella noche, Metepin trabajaba en su sótano secreto camuflado en el interior de su casa. Se encontraba rodeado de ratones e instrumental de precisión que el mismo había fabricado para realizar incisiones, análisis, visionados microscópicos y otras tareas cuyos resultados e hipótesis anotaba en un montón de cuadernos con una pluma de ave y un poco de tinta. La estancia, llena de humedades, telarañas e iluminada por algunas velas, era bastante pequeña y tenía una trampilla de acceso que se encontraba hábilmente oculta bajo una alfombra en el salón, sobre la que además había una mesa y unas cuantas sillas de madera.

Un estruendo que parecía venir del piso de arriba sobresaltó de repente al viejo doctor, que apagó rápidamente las velas con un soplido y se quedó inmóvil y en completo silencio esperando que nadie descubriera donde estaba ni lo que se encontraba haciendo en ese momento. Sin embargo, otro golpe terrible, casi como una explosión arrancó la trampilla de entrada al lugar y la lanzó por los aires, e inmediatamente después, 2 golems de piedra tan enormes que tenían que agacharse para caber en el pequeño cuarto hicieron acto de presencia y se mostraron amenazantes ante Metepin, que no pudo más que mirarlos aterrado.

Antes de que pudiera gritar para pedir ayuda o suplicar por su vida, uno de los rocosos seres pareció hablar, pero inesperadamente lo hizo con voz de mujer.

– Buenas noches, disculpe por esta entrada tan escandalosa. No tenga miedo. Repararé inmediatamente cualquier daño que hayan hecho mis golems en su casa. ¿Es usted el doctor que escribió esta publicación sobre una enfermedad a la que llamó Esclerosis Máxima?

El monstruo extendió uno de sus rígidos brazos y mostró al anciano una fotografía suya y él, a pesar de la oscuridad, pudo percibir que aquel ser no parecía haber pronunciado aquellas palabras que había escuchado, si no que estas surgían de una grieta parecida a una boca que había en su rostro, de seriedad petrificada, y que sin duda había sido tallado con algún tipo de energía mágica… O con un hacha que después de aquello seguro que había quedado inutilizado.

Emeral hablaba a través de sus criaturas desde la distancia.

– Pe… Pero… ¡¿Cómo piensa arreglar este desastre?!  – fue lo único que acertó a decir el atemorizado doctor.

– No se preocupe, vamos a lo importante. ¿Es usted, verdad?

Metepin finalmente miró la foto con los parpados entreabiertos y meditó un segundo sobre si debía decir la verdad, fingir ser otra persona o tratar directamente de huir de allí como fuera para salvar su vida.

– Si… soy… soy yo. – Se atrevió a decir finalmente.

– Verá, necesito hablar con usted sobre el tratamiento que menciona en el texto. ¿De verdad es capaz de ralentizar el avance de la enfermedad? – Se interesó el Golem con voz de mujer, que sonaba emocionadísima en contraste con la cara enfadada de piedra del monstruo.

– En… En los estudios realizados en ratones parece funcionar, aunque… No he podido comprobar su eficacia en humanos. – Dijo el Doctor Metepin – Ay dios, no sé si debería estar revelando esto a una desconocida por mucho que sea… una señora tan… ¿rocosa y fuerte? – Añadió dirigiéndose a sí mismo.

– ¿Me van a llevar a una Mazmorra o…? – Continuó.

Y antes de que pudiera terminar la frase, el otro engendro rocoso agarró al viejo y arrasando con todo a su paso se dirigió al exterior de la casa llevándoselo por la fuerza y cuando por fin estuvo a la luz de la luna, lo levantó sobre sus fuertes brazos en el aire.

Un poderoso rayo atravesó el cielo y cayó irremediablemente sobre el anciano inmóvil y esté desapareció en una nube de vapor de agua que se elevó hacia el cielo.

En ese preciso momento, un vecino con el pelo blanco, de cejas y bigote muy poblados que pasaba por allí, contempló la reciente escena y se quedó congelado de terror.

Luego el otro Golem salió de la casa con un cubo lleno con una masa gris, un martillo y unas tablas y le saludó.

– Buenas noches – Dijo una voz de mujer.

– Bu… buenas tar… Digo… Noches.

Y el tipo echó a correr como si… Bueno, como si hubiera visto a un rayo hacer desaparecer a su vecino y justo después, dos monstruos de piedra le hubieran dado las buenas noches con voz de mujer, antes de ponerse a arreglar los desperfectos que ellos mismos hicieron a una casa como si fueran un par de albañiles reparando el desastre de una obra anterior.

Mientras tanto, en la negrura de la noche, un tiempo indefinido, pero no muy largo pasó.

Metepin escuchó un silbido que pareció durar unos minutos, y finalmente su cuerpo volvió a formarse desde la nube de vapor en que se había convertido antes. Así, cuando tuvo ojos, los abrió en algún lugar del universo.

Estaba flotando sobre algún tipo de superficie transparente y ligeramente brillante y debajo de él pudo contemplar su planeta: Una esfera gigantesca llena de océanos, mares, montañas y bosques, entre los que creyó reconocer su pequeño pueblo identificado por un punto brillante en mitad de una zona de verde espesura.

Por fin levanto la cabeza y pudo ver frente a él a dos mujeres que parecían hermanas opuestas. Una de ellas vestida de negro, con el pelo también negro y los ojos oscuros. La otra, tenía cabellos larguísimos, de un rubio clarísimo, vestida de un blanco puro y con ojos lechosos hasta el punto de parecer faltos de vida o de capacidad de visión. Ambas, eso sí, tenían la piel muy pálida y daban la impresión de brillar al igual que las estrellas a su alrededor.

– Disculpe por la forma en que le he traído hasta aquí, pero necesitábamos hablar con usted sobre su trabajo de investigación relativo a la Esclerosis Máxima. – Dijo la mujer de negro. Y tras una pequeña pausa para respirar, añadió – Mi nombre es Emeral y esta es… Bueno, es la todopoderosa Diosa Suprema de los elementos que dan vida: El agua y la tierra. Igual la conoces como la Diosa…

– Terraqua – Interrumpió el doctor con una lágrima deslizándose por una de sus mejillas hasta perderse en su poblado bigote blanco. – Era el Dios al que mi mujer era más devota… Quiero decir… – Se paró un momento. – Pensábamos que era un hombre. – Finalmente terminó la frase y sorbió con la nariz cuando sintió que esta le goteaba por el efecto del llanto contenido debido a la emoción.

– Ja. Muy típico de la historia patriarcal humana. Quien se encargó de crearos tenía que ser un señor, porque claro, tenéis vosotros un cuerpo muy preparado para traer una nueva vida al mundo ¿verdad? – Le reprochó la imponente chica de blanco con aparente indignación.

Emeral se tapó la boca con la manga del vestido para reírse con disimulo mientras el hombre se frotaba la nuca y agachaba la cabeza sin saber que responder.

– Podría… esto… ¿Podría ver a mi mujer? ¿Estoy muerto y es esto la puerta del otro mundo o algo así? – Se atrevió a decir por fin el anciano.

– No, tranquilo. Sigue con vida. – Respondió Emeral. – ¿Su mujer está…? – Preguntó con todo el tacto que pudo.

– Murió no hace mucho, si. – respondió el hombre.

– Siento decirte que tu mujer no está por aquí. Me temo que no es tan sencillo lo del otro mundo, la muerte y todo eso. – Interrumpió la Diosa.

– Ya… Entonces… No se… ¿Qué quieren saber? ¿Podré volver? – Preguntó Metepin con algo de tristeza en el rostro.

– Necesito su ayuda para tratar a una persona que pude comprobar que padecía la enfermedad que usted describió en sus publicaciones. Es decir, pude identificarla gracias a una máquina que inventé y a los síntomas que usted describía, y ahora quería conocer más del medicamento para frenar el avance de la dolencia. – Preguntó la joven de negro con admiración.

– ¿El medicamento? Bueno… Me temo que no ha sido un gran éxito. Parece que en mis estudios da muestras de retener un poco el avance de la enfermedad, si, pero no conseguí curarla y… Además llegué tarde para mi querida esposa, que aunque no murió por esta causa, sí que tuvo complicaciones derivadas que sumándose a otras cuestiones, le llevaron a su triste final. – Respondió el doctor.

– Lamento su pérdida, de corazón. ¿Pero podría darme más datos de en qué consiste el remedio para frenar la Esclerosis? – Inquirió Emeral.

– Pues… Como sabrá, al parecer la enfermedad ocurre cuando el sistema de defensa que tiene nuestro cuerpo ataca por error a unos “cablecitos” que conectan nuestro cerebro, o nuestros sesos si lo entiende mejor, y dañan la sustancia que los recubre, ocasionando una especie de… Bueno, yo lo he llamado placas, que dificultan la comunicación de nuestro ser y el cuerpo, ocasionando síntomas muy diversos. – Trató de explicar Metepin.

– He observado también que no ocurre de forma constante, al menos en las formas de la enfermedad que he podido observar. Es decir, que hay periodos en que está activa a los que he decidido llamar brotes o “putadas”, y otros donde permite cierta recuperación al no estar muy presente. De hecho a esta variante de la Esclerosis la iba a llamar “Que se va y que se viene”. 1  – Continuó.

(1. En esta ocasión el doctor se refiere al tipo de Esclerosis conocida como Remitente-Recurrente, que funciona en brotes y no progresa de forma constante).

– Yo no me he enterado de nada – Dijo la Diosa mirando a Emeral mientras se encogía de hombros.

– Yo algo sí que he entendido. Pero me interesa sobre todo saber sobre el medicamento para frenarlo. – Aclaró la joven hechicera.

– ¿Usted no podría…? Es decir, siendo una de las Diosas Supremas, con todo su poder y eso… ¿No podría curarla sin más? ­– Preguntó el doctor con inocencia.

– Me temo que no. Yo fui vuestro fabricante, pero te hemos llamado a ti para que seas el servicio técnico.

– Pero… ¿No tiene usted poder, omnipresencia y…? ya sabe, todo eso que dicen… – Se atrevió a cuestionar Metepin.

– De Omnipresencia nada… Os cree de forma bastante parecida a mí, así que sí, tengo poderes grandiosos y todo eso, pero no puedo encargarme de todo. Os di la vida y todo lo que necesitáis para alimentaros, seguir creciendo y que os podáis reproducir, adquiriendo también sabiduría y progreso. Pero esperaba poder dejaros luego a lo vuestro y desentenderme. Y sin embargo, me habéis salido un poco pesaditos… – La Diosa parecía estar regañando a su inocente creación.

– Y es por eso por lo que yo le caigo tan bien, porque ni creo en ellos, ni me acuerdo de los Dioses. – Se felicitó Emeral.

– Me fastidia que no creas en mí teniéndome delante. Pero es un lujo que no molestes, la verdad. – Interrumpió la Diosa Suprema.

– Eso te pasa por borrarme la memoria después de cada encuentro.

– Touché. Pero… ¿Cómo sabes entonces que ha habido otros encuentros?

– Ya ve… tiene sus carencias eso de que me suprima los recuerdos justo después de haberme despedido dejándome su tarjeta de presentación.

“Diosa suprema Terraqua. La gran creadora de vida y milagros. No dejo forma de contacto para que procuren no contactarme nunca” Podía leerse en un pequeño trozo de pergamino rectangular.

– Ejem – Interrumpió el doctor. – Si quieren, entonces puedo hablarles del tratamiento…

– Por supuesto, discúlpenos, doctor. Estoy segura de que si unimos conocimientos y habilidades conseguiremos que funcione. – Dijo Emeral finalmente.


(Continuará...)

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